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Uno de los más notables intelectuales españoles de la modernidad tardía, innovador y afamado novelista, sorprendente filólogo, dueño de un preciso y generoso lenguaje. Rafael Sánchez Ferlosio, de ochenta años de edad, Premio Cervantes (2004) y Premio Nacional de las Letras (2009), doctor en Filosofía y Letras, es un impagable escritor de gozosa y obligada lectura.

 

Allá por el año 1951, tras descuidar los estudios de la Escuela Oficial de Cinematografía, Ferlosio publica su primera novela, por nombre “Industrias y aventuras de Alfanhui”. Un fascinante juego literario donde se cuentan los sueños y las ilusiones de un niño, “de ojos amarillos como los alcaravanes”, conocedor de “un alfabeto raro que nadie entendía, y que tuvo que abandonar la escuela porque el maestro decía que daba mal ejemplo”. Inquieto y libre, con una mirada limpia e inocente, el muchacho emprende un viaje iniciático por las sobrias tierras de Castilla. Una historia, “escrita para ti, llena de mentiras verdaderas”, como prologa el celebrado autor. Resplandeciente metáfora de un mundo rural ya desaparecido.

 

El elegante escribir de Sánchez Ferlosio, recrea, de forma mágica y simbólica, los bellos parajes tutelados por el inmortal vagar del río Henares, río calmoso y placentero, donde el Arcipreste sembró avena loca. Sigamos a Ferlosio:

 

“En el campo de Guadalajara amarillea el espino. Alterna la flor del espino con la grana de los tomillares. Un verde tierno se desvanece entre la tierra negra y los ásperos arbustos. En el campo amanecen unas alondras oscuras y pequeñas, que tienen el pecho pinto y el pico endeble. Los caminos van por los llanos de las mesas altas y calizas que se cortan en talud hacia los valles declinantes. Una vez al año se verán, a lo lejos, los tricornios de los guardias civiles que cabalgan por estos caminos. Pero son los caminos de zorros y ladrones, y los guardias civiles están en el casino de la ciudad, jugando al dominó con un tendero de ultramarinos que tiene los pulgares en las bocamangas del chaleco. Los ladrones duermen en las minas de los castillos que coronan los cerros escarpados y las viejitas vestidas de negro, hermanas de los llares y las sartenes, juegan al corro en los verdes prados. Las viejitas tienen los huesos de alambre y mueren después de los hombres y de los álamos. Se ahogan en los vados del Henares y se las lleva la corriente, flotando como trapos negros. Los pescadores van siempre solos y meriendan junto a los negrillos. El Henares es un río terroso que baja por las tierras oscuras y viene de oscuras montañas. Está hecho con las sobras de las nubes olvidadas por los vericuetos de la serranía. La montaña tiene un sol a lunares porque la tierra es muy negra y nunca llega la nieve a cuajar del todo”.

 

Fabulosa explosión de realidad y fantasía.

 

“El agua que tocamos en los ríos es la postrera de las que se fueron y la primera de las que vendrán”. Esta afirmación de Leonardo da Vinci sirve de pórtico a la segunda novela de Ferlosio, titulada “El Jarama”. Una obra excepcional, galardonada con el Premio Nadal de 1955, con la cual su creador alcanza la gloria y la popularidad literaria. En ella Ferlosio relata con maestría las peripecias de un grupo de chicos y chicas, durante dieciséis horas de un veraniego domingo de posguerra, en las orillas del río Jarama, cerca de San Fernando de Henares. Amores y desamores, baños y paellas, risas y llantos, terminados trágicamente.

 

Sánchez Ferlosio comienza la novela con una curiosa y puntual descripción del río Jarama desempolvada de viejos tratados geográficos: Las originarias fuentes del río

 

“se encuentran en el gneis de la vertiente sur de Somosierra, entre el cerro Cebollera y el de la Excomunión. Corre tocando la provincia de Madrid, por la Hiruela y por los molinos de Montejo de la Sierra y de Prádena del Rincón. Entra luego en Guadalajara, atravesando pizarras silurianas, hasta el convento que fue de Bonaval. Penetra por grandes estrechuras en la faja caliza del cretáceo, prolongación de la del pontón de la Oliva, que se dirige por Tamajón y Congostrina hacia Sigüenza. Desde su unión con el Lozoya sirve de límite a las dos provincias”.

 

Varias décadas después, en el año 2000, en un lúcido ensayo titulado con una sugestiva estrofa del Cantar de los Cantares, Nigra sun sed fermosa –negra soy, pero hermosa– Rafael Sánchez Ferlosio refiere una anécdota, sobre modas y cánones de belleza, acontecida durante uno de los varios veranos pasados en Sigüenza. El celebrado escritor, acompañado de su hija, acude a diario a una piscina particular frecuentada por vecinos y veraneantes. Atrapa su atención

 

“una muchacha solitaria, como de unos veinticinco años de edad, que todos los días, indefectiblemente, se echaba al sol en un pequeño rellano embaldosado que también nosotros habíamos elegido para el mismo fin”.

 

La cortesía y la proximidad invitan a la conversación. Padre e hija conocen que la joven trabaja de mecanógrafa en la gran ciudad, y que solamente dispone de unos pocos días de holganza.

 

“Pues bien –manifiesta Ferlosio– no es que la sometiésemos a una constante vigilancia como para poder jurar ante notario, pero sí para afirmar con bastante certidumbre que aquella chica se pasó sus veinte días de vacaciones achicharrándose al sol, de sol a sol, salvo algún breve chapuzón que se daba entre muy espaciados intervalos, un rato bocarriba, otro rato bocabajo, ahora por el costado izquierdo, ahora por el derecho, bajo el furor del sol, lo mismo que un san Lorenzo en la parrilla, y siempre permanentemente sola, tal vez muerta de tedio. La muchacha estaba consumiendo –no me atrevo a decir que malbaratando– sus veinte días de vacaciones tostando su cuerpo al sol tan solo porque el intenso bronceado, que al fin conseguiría, le permitiría demostrar que ella había tenido el privilegio de disfrutar sus propias vacaciones”.

 

Un singular ejemplo de cómo la piel bronceada, antaño exclusiva de aldeanos y lugareños, presupone belleza y acomodada posición social. Los días, los ríos y las modas, fluyen eternamente.

 

Javier Davara

 

Ex Decano de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid

 

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