No cabe duda de que las intervenciones encaminadas a la revalorización del patrimonio histórico seguntino han sido numerosas a lo largo de los años que llevamos de este siglo, y ello contando con la crisis global que ha azotado a nuestro país en tiempos recientes.
Estas actuaciones han permitido poner de manifiesto aspectos patrimoniales del casco histórico de Sigüenza que estaban infravalorados, cuando no directamente en peligro de desaparición; consiguientemente se ha logrado un aumento de los atractivos que la ciudad ofrece a los visitantes de la ciudad y, obviamente, a la población misma de esta. Se han conseguido de hecho avances notables en el tratamiento de la imagen urbana mediante operaciones de pavimentación, iluminación y amueblamiento de los ámbitos públicos medievales, y se ha rehabilitado una parte considerable del parque edificado de los distintos sectores históricos que conforman la ciudad (aunque lamentablemente estas rehabilitaciones no siempre han contribuido a fijar una población permanente en estas zonas, tradicionalmente poco habitadas, puesto que a menudo estas viviendas rehabilitadas se destinan a segunda residencia o a uso turístico).
En lo referente a los grandes hitos seguntinos, la Catedral y el Castillo, se han realizado numerosas intervenciones que han contribuido a mejorar sustancialmente su estado de conservación. Concretamente, en el conjunto catedralicio -el fantástico buque insignia del patrimonio cultural seguntino- se han ido realizando desde los últimos años del siglo pasado hasta nuestros días cuantiosas inversiones públicas estatales –y recientemente también algunos patrocinios efectuados por entidades culturales privadas- tendentes a solucionar serios problemas de índole conservativa, pero también de recuperación de su inestimable patrimonio contenido.
Fruto de ese afán ha sido la neutralización de los graves ataques ocasionados por la humedad sobre los componentes pétreos de la catedral, tanto arquitectónicos como escultóricos, y la consolidación de las fábricas que padecían un acusado estado de debilidad estructural y de pérdida de materia histórica. A partir de estas operaciones básicas iniciales ha sido posible después restaurar íntegramente algunos de los ámbitos más emblemáticos del conjunto catedralicio, como son la capilla de San Juan y Santa Catalina (o del Doncel), la capilla de la Concepción en el claustro, o el claustro mismo. También se han podido incorporar al conjunto catedralicio nuevos ámbitos “inéditos”, como son la denominada “cripta arqueológica” y las estancias románicas de la panda septentrional del claustro.
Las intervenciones en el patrimonio histórico seguntino no se han centrado solamente en los monumentos señeros y en el parque edificado o en la escena urbana, sino que ha alcanzado igualmente a otras edificaciones históricas que por su singularidad constituyen hitos destacados dentro del tejido urbano. Lo destacable de este grupo de intervenciones, que ha permitido incorporar al patrimonio cultural seguntino instalaciones de nuevo cuño como El Pósito o el centro cultural de El Torreón, es que su promoción no ha sido realizada por la administración central, sino que ha corrido a cargo de las entidades públicas locales con el Ayuntamiento a la cabeza.
En otros casos las actuaciones de recuperación de ese patrimonio han sido llevadas a cabo por entidades culturales públicas de ámbito provincial, como es el caso de la Casa-Palacio de los Arce y la Hospedería de la calle Mayor, ambas promovidas por la Universidad de Alcalá de Henares. En este sentido, resulta particularmente significativa y digna de mención la gran labor que están desarrollando las instituciones culturales privadas de ámbito local –incluidas las religiosas- con el objetivo de recuperar valiosos componentes del patrimonio seguntino, ya sea este de carácter mueble, como la magnífica colección catedralicia de tapices, ya sea de tipo inmueble, como la románica iglesia de Santiago. Algunas de las intervenciones antedichas no solamente tienen valor en sí mismas -en tanto que han permitido salvar y/o revalorizar valiosos componentes del patrimonio histórico seguntino-, sino que además han servido para dotar a la vida cultural de la ciudad de nuevos espacios donde poder desarrollar sus actividades.
Todo ello ha contribuido a que hayamos podido asistir a un auge de la vida cultural seguntina, la cual se manifiesta a lo largo de todo el año, y trasciende incluso la escala local.
Sin embargo, hay que indicar que junto con estos logros indudables coexisten también en Sigüenza situaciones que ensombrecen el panorama del patrimonio cultural seguntino, como son las “bolsas” de solares y edificios en ruina del casco histórico, o la preocupante deriva de las sedes de los antiguos seminarios de San Bartolomé y de San Antonio de Portacoeli. Sin olvidar el grado de obsolescencia que presenta el planeamiento vigente, que data de 1990, y cuyas limitaciones en lo referente a la regulación del Casco Histórico se han pretendido superar mediante la elaboración de un Plan Especial cuya tramitación se halla paralizada en la actualidad.
Pero si la ciudad presenta a día de hoy indudables carencias que requieren soluciones específicas, el verdadero gran problema del patrimonio histórico seguntino se sitúa en su término municipal, habida cuenta de la grave situación de abandono que ofrecen en su conjunto los componentes rurales del mismo.
A nivel urbanístico está cada vez más asumido el criterio consistente en concebir los asentamientos como una unidad inseparable del ámbito geográfico en que estos se insertan y del que dependen. En el caso particular del término municipal seguntino, este resulta ser además la herencia directa de la condición originaria de señorío eclesiástico del que participaba Sigüenza; consecuencia inmediata de esta condición fue –y aún lo es, siquiera a nivel histórico, cultural y emocional- la existencia de una intensa red de relaciones que unen el núcleo urbano principal con el alfoz que contribuía a darle el soporte económico necesario para su sustento y desarrollo.
Otro concepto cada vez más pujante en el ámbito disciplinar urbanístico -que viene igualmente a reforzar la idea de que un análisis del estado del patrimonio cultural seguntino ha de comprender de forma inequívoca el estado de su patrimonio rural- es el de “paisaje cultural”. Según este enfoque, el medio físico en el que se inserta todo asentamiento debe ser interpretado como el resultado de la interactuación de la actividad humana con la naturaleza preexistente, puesto que esta última ha sido “modelada” de manera sistemática por las sucesivas poblaciones que la han habitado.Consiguientemente, el paisaje es –entre otras muchas cosas- un gran documento donde han quedado registrados los efectos de la acción del hombre en el tiempo, y como tal ha de ser apreciado, interpretado y protegido.
Estas conceptos ayudan a comprender la importancia que posee desde el punto de vista cultural la preservación y estudio del patrimonio histórico presente en la totalidad del término municipal seguntino, cuyas manifestaciones se distribuyen a lo largo y ancho de las 28 pedanías que lo componen: se trata en efecto de unas expresiones culturales que son tan consustanciales al patrimonio seguntino como las ubicadas en su casco histórico, y que hay que preservar a toda costa, so pena de condenar a esta gran riqueza cultural a sufrir un menoscabo irreparable del que tendremos que rendir cuentas a las generaciones futuras.
Como es natural hay que establecer una relación directa entre el abandono de las pedanías por parte de sus pobladores motivado por causas de carácter socioeconómico enormemente poderosas, y el estado cada vez más precario de esas valiosas expresiones del patrimonio rural seguntino.
Es por ello que el reto ante el que nos hallamos requiere en primera instancia de una toma de conciencia de la gravedad de la situación y acto seguido, de la adopción de unas medidas extraordinarias e imaginativas que permitan, al menos, salvar los elementos más significativos.
Antigua iglesia de Matas
En los casos más dramáticos como el de las pedanías de Matas o Bujalcayado ya apenas si cabe asistir con el corazón encogido a un final anunciado e irremediable. De hecho, pocas experiencias hay más desoladoras que efectuar un paseo entre sus calles enmarcadas por edificaciones en ruina y cubiertas de maleza. Afortunadamente no todos las pedanías seguntinas presentan un estado tan grave, e incluso en algunos casos su estado se puede calificar como “saludable” gracias, en gran medida, a la voluntad de sus habitantes para conservar sus viviendas aunque solo sea como residencia veraniega, y para saber aprovechar las oportunidades ofrecidas por las circunstancias locales. No obstante, todos los asentamientos urbanos del alfoz seguntino requieren de ayudas e iniciativas en mayor o menor medida, si se pretende que estas pequeñas localidades puedan sobrevivir en unas condiciones dignas.
Ante la alarmante situación general que vive la “Sigüenza vaciada”, no hay más remedio que señalar algunos de los bienes de ésta a los que, en razón de su relevancia cultural y/o gravedad de su estado de conservación, habría que prestar atención de manera prioritaria según el criterio de quien suscribe estas líneas. Así, en lo referente a los grandes sistemas dotados de valor histórico-paisajístico, son precisamente los más sobresalientes del término los que presentan un riesgo mayor de deterioro, a saber: el conjunto fortificado de Palazuelos y el productivo de las salinas de Imón.
Muralla de Palazuelos.
En el caso de Palazuelos, se trata, como es sabido, de un conjunto defensivo ejecutado por la familia Mendoza en el siglo XIV, cuya divulgación y conocimiento no se corresponden en absoluto con lo completo de su morfología y lo rico de su poliorcética. A pesar de ello una parte importante de los lienzos conservados, así como algunas de sus torres y puertas, presentan graves problemas estructurales, amenazando incluso la ruina sectorial.
Es de lamentar, porque Palazuelos podría constituir un objetivo de primer orden si desde Sigüenza se gestionara adecuadamente la visita turística a su recinto fortificado y a su bello conjunto urbano, habida cuenta además de su cercanía y buena comunicación con el centro seguntino.
Pero si el estado de las murallas de Palazuelos ofrece preocupantes episodios, en el caso de las salinas de Imón el proceso de deterioro afecta a la totalidad del conjunto y alcanza ritmos exponenciales, como se puede comprobar comparando el estado actual del sistema con el ofrecido por la documentación del Plan Director que, por encargo de la Sociedad Salinas de Imón y la Olmeda, se redactó bajo mi dirección en el año 2008. En efecto, si para entonces una parte considerable de las instalaciones que constituyen el sistema dieciochesco de norias, recocederos y albercas de los distintos partidos se hallaban en estado de obsolescencia funcional, y los grandes almacenes de San José y San Antonio presentaban ruinas sectoriales de importancia (el almacén de San Pablo ya había sufrido por aquel entonces el expolio de la impresionante carpintería de su cubierta), en la actualidad la ruina alcanza a la práctica totalidad de los componentes. En efecto, la falta de productividad ha llevado a la ruptura del equilibrio mantenido ancestralmente entre el medio ambiente y las instalaciones productivas salineras, generando un impresionante paisaje cultural de capital importancia. Como consecuencia, el deterioro de este paisaje salinero –el más notable del centro de la península ibérica- es tan acelerado, que en breve no constituirá cosa que un triste conjunto de restos arqueológicos.
Ruina de uno de los almacenes de las salinas de Imón.
Es bien conocida la relación histórica existente entre la concesión real de la explotación de estas salinas al obispado seguntino y el proceso la edificación de su catedral, por lo que el conocimiento de las salinas aporta igualmente de una de las claves que explican la prosperidad pasada de la comarca y –en buena medida- del señorío seguntino, con la insignia catedralicia a la cabeza. También en este caso unas fórmulas imaginativas de cooperación entre las administraciones públicas y la propiedad privada podrían ofrecer la posibilidad de recuperar siquiera parcialmente sus instalaciones, cuya musealización y explotación cultural sería factible imbricándola con el flujo de visitantes que acuden a Sigüenza, pero que se limitan en exclusividad a visitar la ciudad.
Ermita de la Soledad de Horna.
En otros casos el deterioro afecta a elementos aislados, pero cuya pérdida supondría igualmente un importante menoscabo para el patrimonio cultural seguntino. En particular, valga como ejemplo la ermita de la Soledad en Horna, construida a mediados del siglo XVI y perteneciente a una tipología compositiva característica en razón de su portada geminada, la cual padece unos gravísimos daños estructurales generalizados que suponen un riesgo inminente de colapso, con la consiguiente pérdida de esta singular edificación perteneciente al patrimonio religioso seguntino, y altamente significativa para los vecinos de la pedanía en cuestión.
Puente romano de El Rebollar a la entrada de Sigüenza.
Otro exponente patrimonial cuyo deterioro se puede apreciar de año en año es el puente llamado de El Rebollar, el cual constituye nada menos que uno de los escasos ejemplos conservados de la ingeniería romana en Sigüenza, y que a pesar de ello apenas si es conocido por el gran público. Esta importantísima estructura viaria, destinada a salvar una pequeña vaguada existente en el lugar, está situada a la derecha de la carretera comarcal 304 en dirección a Sigüenza junto al punto kilométrico 34, y posee un solo ojo cubierto por una bóveda de gruesas losas de piedra.
Lamentablemente ya han empezado a derrumbarse algunas de las lajas que sostienen el tablero de la calzada, por lo que el resto de las piedras que conforman la bóveda irá cayendo así mismo de manera cada vez más acelerada debido a la pérdida de trabazón de las piezas que conforman la bóveda.
Los que ya tenemos cierta edad recordamos cómo la Torre de Séñigo, notable vestigio militar de la primera mitad del siglo XII que en los años `60 del siglo pasado aún estaba en pie, fue deteriorándose sin que nadie hiciera nada por evitarlo –salvo la colocación de unos insuficientes zunchos metálicos-, hasta que su último paño aún en pie se derrumbó definitivamente en el año 2002. Ojalá que no tengamos que lamentar más pérdidas como esa en el amenazado patrimonio rural seguntino.
José Juste Ballesta, doctor arquitecto
Co-redactor del Plan Director de la Catedral de Sigüenza