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Existen varios textos que pueden ser considerados más o menos explícitamente guías de Sigüenza, útiles para adentrarse en sus rincones y monumentos, empezando por el compendio histórico-artístico de Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo (Sigüenza: historia, arte y folklore. 1978) y siguiendo por las distintas obras de Felipe-Gil Peces Rata (como su Sigüenza, la ciudad del Doncel, 1986, entre otras dedicadas específicamente a la Catedral), Antonio Herrera Casado (Sigüenza, una ciudad medieval: una guía para conocerla y visitarla. 1991), Javier Sanz Serrulla (La guía de Sigüenza. 1999) o Javier Davara (Sigüenza. Guía histórica ilustrada. 2007), entre otros textos que tratan aspectos más concretos de la ciudad. Pero el pionero de todos, tan vigente hoy como cuando se escribió, es el Elogio y Nostalgia de Sigüenza de Alfredo Juderías, aparecido en 1958 y reeditado varias veces, la última en 2008 por Aache, en tapa dura, buen papel y bellas fotografías en blanco y negro, que es la edición que maneja el que suscribe. A falta de tener en las manos todas las ediciones anteriores, no hemos encontrado en ninguna fuente el plano del recorrido que describe Juderías en su poético texto, por lo que nos hemos decidido a presentar aquí un planito acompañado de una breve descripción de lo que quizá sea el primer itinerario que podríamos llamar turístico de la ciudad, dicho sea muy a pesar de D. Alfredo –«nunca me interesaron las guías de turista»–. Los números corresponden, por orden correlativo, a los lugares que va citando el autor en su libro que, como recomienda en el prólogo Agustín de Figueroa, Marqués de Santo Floro, bien haríamos en llevar a mano al adentrarnos en la ciudad. Cosa que vale para propios y visitantes porque la prosa de Juderías es un perfecto acompañante literario que, más que describir, que también, complementa y enriquece lo que se está viendo en las distintas paradas del itinerario.

Nos emplaza Juderías a dar inicio al recorrido por la Ermita del Humilladero (1), que refiere con brevedad, para llevarnos inmediatamente, a través de la Alameda (2), al Convento de las Clarisas (3), donde describe el silencio y nos invita a llamar al torno.Volviendo a la Alameda, en la que habla del costumbrismo de la época y de diversos eventos asociados a su historia, nos dirige a la iglesia de las Ursulinas (4), contando su origen y sus elementos artísticos y evocando el ambiente conventual de las monjas. Pasa de allí a la Ermita de San Roque (5), desde donde nos acerca en un breve desvío –«a tiro de mosquete»– hasta el recoleto Puente de San Francisco (6), con magnífica vista a la trasera de la catedral, desde donde nos cita a Baroja y a Ortega. Se encamina ya por la calle de San Roque (7), donde aparece en primer lugar la Plazoleta del Calvario (8), que hoy llamamos Placita de las Cruces o simplemente La Placita. El Callejón (9) y Palacio de Infantes (10) son parada obligatoria en el equilibrado y racional Barrio de San Roque, por el que seguimos avanzando hasta dar giro en la Plaza de las Ocho Esquinas (11) y enfilar por la Calle de Medina (12) la vista hacia la ciudad vieja. A la que pronto llegaremos no sin antes visitar, tomando el primer giro a la derecha según subimos, el ensanche ilustrado de la Calle del Seminario (13), donde se encuentra el Seminario Mayor o de San Bartolomé (14), de bella factura barroca. Desde allí, cruzando la Calle de Guadalajara, se entra en la de la Yedra (15), con aquella portada renacentista aún en ruinas hasta hace bien poco, tal y como la conoció Juderías, hoy integrada en un edificio nuevo. En el siguiente giro a la izquierda, se toma la calle del Hospital (16), donde se puede ver el propio Hospital de San Mateo (17), llevándonos el autor, con acierto, a alcanzar nuestra primera visión cercana de la Catedral (19) al salir del cobertizo (18) sito al final de esta calle, hoy clausurado.

En su libro segundo (o segunda parte del texto), tras describir lo que vemos desde el atrio de acceso de esta fortis seguntina que ha reflejado con gran sensibilidad Don Felipe Peces, nos hace cruzar la puerta para maravillarnos ante la sobriedad y magnificencia en la visión primera a bóvedas y columnatas. Comienza explicando el retablo del trascoro, con la Virgen patrona de la ciudad, para seguir con la Capilla de San Pedro, la puerta del Claustro, el altar de San Martín, la capilla de la Anunciación, la capilla de San Marcos, el altarejo de San Juan, la puerta de Jaspe y el retablero plateresco de Santa Librada, hace poco adecentado en nuestros días, el lucillo de D. Bernardo de Agén, la Sacristía Mayor, con su cielo de cabezas, los altarcillos de la Girola, el adoratorio del Cristo de la Misericordia, la capilla de San Juan y Santa Catalina, con la estatua yacente más famosa de la ciudad, el retablillo de Nuestra Señora de la Leche, los púlpitos del crucero, la Capilla Mayor, el Coro, entre otras capillas y detalles, enumeración que da idea del recorrido que propone por el interior de la Basílica.

Portada de la edición original.

Inicia el tercer libro haciendo salir de la Catedral por la Puerta del Mercado o de las Cadenas (20) para enfrentarnos de golpe a la luminosidad y amplitud de la Plaza Mayor (21), bella entre las ibéricas, en la que invita a fijarse en la Puerta del Toril (22), a recorrer los Soportales (23), a evocar las mozas en las balconadas prestas a arrojar sus cintas coloridas a los caballeros en lance de tauromaquia o los mucho más severos actos de justicia del Tribunal Provisor, en los que llegó a estar presente el Cardenal Cisneros, a asomarse al patio porticado del palacio del Ayuntamiento (24), «de estilo protorrenaciente», o incluso a levantar la mirada hacia la veleta de la Torre del Santísimo señalando los ábregos, antes de comenzar la inmersión en el urbanismo del medievo ascendiendo por la empinada Calle Mayor (25). Por ella, quiere que lleguemos hasta la Iglesia de Santiago (26), para darnos la vuelta en ese punto y encontrarnos con la Puerta del Sol (27), que habíamos dejado más abajo, desde donde tomar, en sentido contrario, la Travesaña Baja (28). Tras recorrerla, saldremos por el Arquillo de San Juan (29) para entrar en la Calle de los Herreros (30) y seguir, en linea recta, por la Calle de la Sinagoga (31). Recorriendo el barrio de la judería (32) encontraremos la Casa de la Inquisición y accederemos, por fin, al punto más elevado de la ciudad: el Castillo (33). Tras dedicar un capítulo a la fortaleza, se inicia el descenso por la Calle Mayor para tomar en el primer giro a la izquierda la Travesaña Alta (34), en la que nos topamos en primer lugar con la Plazuela de San Vicente (35) y la casa solariega de los Arce (36), hogar de la familia del Doncel de Sigüenza, que hoy hubiera elogiado el autor en su totalidad, recuperada, ya que en su época sólo se podía valorar y admirar la fachada. Dedica Juderías ahora un capítulo a la iglesia románica de San Vicente (37) y seguimos adelante hasta la Plazuela de la Cárcel (38), donde nos relata sobre el Quijote y la Posada del Sol. Sale de las travesañas por la Puerta del Hierro (39), que no nombra como tal sino como «arco con torreón y nido de cigüeñas», hoy inexistentes, las aves, para descender por la empinada Bajada del Portal Mayor (40). El cuál atravesamos inmediatamente (41) para salir a extramuros y tomar la Calle de Valencia (42) cuesta abajo. Caminando junto a la muralla (43), llegamos a la fontana de los Cuatro Caños (44), desde donde tomamos el callejoncillo del Padre Sigüenza (45) a cuyo término vemos, a nuestra derecha, la que fue la Puerta de Guadalajara (46). Visitamos por fin el Colegio Grande Universitario (47), con sus estudiantillos «de hábito como tordo y plumas en el bonete», Palacio Episcopal hasta hace bien poco al igual que era en tiempos de Juderías, donde nos hace referencia a «aquel hombre docto, graduado en Sigüenza», que hace el honor a nuestra ciudad de ser la primera nombrada en El Quijote. Tras lamentar educadamente el traslado de la universidad a sede de la Mayor de Alcalá, concluye el recorrido escuchando el campanil a vísperas del «asilo de las monjitas» (48), recomendando empezar este recorrido en el que «mucho por decir queda» al amanecer de Dios, desde esa Ermita del Humilladero con la que comienza el primer libro.

Julio Álvarez Jiménez, Noviembre de 2020

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