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Pueden buscarlo ustedes en el diccionario. Ya les adelanto: no lo van a encontrar. Ni en el de la Real Academia ni en el de María Moliner o el de Manuel Seco. No aparece tampoco en ninguno de los corpus de la RAE (CREA, CDH, CORDE, Corpes XXI), lo cuál significa que jamás se ha usado esa palabra por escrito en la historia documentada de nuestro idioma. Tampoco está en ninguno de los diccionarios botánicos de nombres vernáculos ni en el registro de la obra Flora Iberica (se puede consultar en la web del Real Jardín Botánico de Madrid, www.anthos.es). De hecho, seguramente será la primera vez que ven escrita esa palabra. Aunque todo seguntino la ha oído, una y mil veces, a lo largo de su vida. Y como, al parecer, no había sido escrita hasta ahora, al menos en medio público, surge la duda de cómo hacerlo. En ninguno de los diccionarios citados aparece en ninguna de las combinaciones posibles: "bonibo", "bonivo", "vonibo", "vonivo". Tampoco con la forma seudolatinizada "bonivus", también en uso en el lenguaje de la calle de nuestra ciudad, ni en sus respectivas variantes ortográficas. En la imaginación fonética, a mí personalmente siempre me ha sonado "con b", al menos la primera. La segunda no me "suena" tan clara, pudiera ser "b" o "v", pero si ponemos "bonibo" la palabra se parece mucho a "bonobo", una de las especies de chimpancé, luego quizá sea mejor distinguir con la grafía elegida.

La primera pregunta interesante que nos podemos hacer es: ¿de dónde sale este vocablo tan seguntino, al parecer único? ¿Ha nacido de la nada? Mi hipótesis es la siguiente: el bonetero. Es decir, el "evónimo". Una planta que se usa en jardinería de forma parecida a nuestros bónivos. Es el nombre botánico que más se asemeja a nuestro vocablo local, que sería, según esta hipótesis, una corrupción o derivación fonética generada a partir de esa confusión de uso. No encuentro otro parecido mayor entre los nombres más habituales de plantas ornamentales empleadas habitualmente en España. Lo que no es posible averiguar es si el nombre vino de algún vivero del que procedieran las plantas usadas en algún momento de la historia de la Alameda o de algún antiguo jardinero que así los llamara, entre otras hipótesis posibles. De hecho, hasta donde conozco, no sabemos cuándo se adornó nuestra Alameda con esos setos, o más concretamente a qué distancia en el tiempo se crearon respecto al momento en que Vejarano inaugura nuestro "jardín de los pobres", hace ya casi dos siglos y cuarto, cuando se planta la hermosa olmeda que sobrevivió hasta la década de 1980, cuyos últimos ejemplares monumentales pudimos constatar que eran coetáneos con la creación del jardín mediante el recuento de sus anillos de crecimiento. Solo tenemos una acotación que veremos más abajo.

Bonetero común (Euonymus europaeus)

El propio "evónimo" o bonetero es un nombre que arrastra su historia. En España tenemos el bonetero silvestre (Euonymus europaeus), un arbusto que crece en los bosques húmedos y umbrosos, especialmente en el norte, que produce unos frutos rojos que parecen un bonete de cuatro picos, como los que se estilaban antaño entre el clero. Pero no es esta la especie utilizada en jardinería, sino el "bonetero del Japón", Euonymus japonicus, un arbusto de hojas lustrosas remotamente parecidas a las de nuestros bónivos y que, como ellos, también se usa para crear setos. "Evónimo" es nombre alternativo para los boneteros derivado de la grafía original del nombre del género en latín, Evonymus (con "v"), que utilizó Linneo cuando puso nombre científico a estas plantas. Fue un error del sueco o de su impresor, que en publicaciones posteriores fue rectificado ya que lo que quería poner era en realidad Euonymus (con "u"), que significa "buen nombre" (de griego eu- unido a nymos) o "nombre de buen augurio". Un vocablo ya recogido por Teofrasto para referirse a una planta de las islas griegas que causaba la muerte al ganado cuando la consumía, un nombre sarcástico por tanto, los griegos clásicos tenían su sentido del humor. La cuestión es que el incorrecto Evonymus, con "v", se propagó en todo tipo de publicaciones botánicas y biológicas desde Linneo, hasta el punto de pasar al habla de la calle, como ocurre con muchos nombres científicos, con ese "evónimo", que se puede encontrar en distintas variantes (ervónimo, ebónimus, evonimo, etc.), algunas de las cuáles suenan mucho a nuestros "bónivos" o "bónivus". La derivación se puede intuir fácilmente, basta la eliminación de la "e" inicial, una simple abreviación, y cambiar el sonido "m" por "b" al final, no muy distintos y de fácil confusión en la transmisión oral. Una doble simplificación que facilita la pronunciación en el habla de la calle respecto al nombre en latín original, mecanismo habitual por el que se transforman muchas veces unos en otros. Un nombre para nuestro peculiar vocablo, en la hipótesis defendida, procedente, primero de una confusión entre dos plantas de uso parecido, luego de un error ortográfico, el de Linneo, y por fin de una derivación popular para adaptarlo al habla cotidiana.

Bonetero japonés (Euonymus japonicus)

Explicado el posible origen del nombre, queda aclarar qué son en realidad nuestros bónivos desde el punto de vista botánico si ya hemos dejado zanjados que no son boneteros, es decir, especies del género Euonymus. Son simplemente aligustres (Ligustrum), un grupo de plantas de la familia del olivo que nada tiene que ver con los boneteros. En España tenemos el aligustre silvestre (Ligustrum vulgare), que aparece en arboledas y sotos umbrosos de todo el país, muchas veces no muy lejos del agua. Recibe distintos nombres vernáculos, entre ellos además de las derivaciones del más habitual (alibustre, ligustro, legustre, etc.) encontramos joyas como malmadurillo, capicuerno, cornapuya, verduguillo, sanguñera, sanjuanín, etc., que darían para toda una investigación etimológica. Destaca el de alfeña o alheña, nombre derivado del árabe hispano que concuerda con el de una planta propia del Magreb y los países árabes, la también llamada henna o jena (Lawsonia inermis), usada para teñir el pelo y decorar la piel con motivos cosméticos en esos lugares. A partir de las hojas trituradas del aligustre silvestre, como ocurre con las de la jena, se obtiene un polvo que es utilizado como pigmento, de color amarillento o rojizo, que se usa, por ejemplo, para dar color a ciertos vinos, según señala Flora Iberica. El diccionario de la Academia recoge el dicho "hecho alheña" o "molido como alheña", locución en desuso para referirse al quebrantado por cansancio, golpes, etc.

Bónivo (Ligustrum ovalifolium)

El aligustre silvestre se utiliza ocasionalmente en jardinería para crear setos en parques y paseos urbanos, pero no pertenecen a esta especie nuestros bónivos, sino a otra de origen japonés, el mal llamado a veces "aligustre de California", además de aligustrina, ligustrina, truhanilla, oliveta, boj (pero no es el Buxus sempervirens, que también se usa en setos), etc. Se trata del Ligustrum ovalifolium, una especie que, hasta donde he podido averiguar, al parecer fue introducida en Europa en la década de 1840. Su expansión fue rápida por todo el continente para la creación de setos en parques y jardines por su resistencia a la poda y por ser muy fácil de reproducir por esqueje leñoso, propiedades que comparte con otras especies de su género y familia (incluido el olivo). Esa fecha sería por tanto la acotación mínima para la creación de los setos de la Alameda si asumiéramos que se plantaron con esta especie desde el primer momento, cosa plausible dada la relativa cercanía en el tiempo respecto a la creación del parque y la rápida popularidad de la planta en toda Europa.

Hay otro aligustre profusamente plantado en las calles de Sigüenza y otras ciudades como arbolito ornamental, el Ligustrum lucidum, otra especie procedente del Japón (lo llamaremos "aligustre japonés" reservando el nombre de "bónivo" para el de los setos). Lo podemos ver entre otras zonas de la ciudad en la calle de San Roque, en Villaviciosa o en parterres de la propia Alameda. Es muy popular por ser de bajo porte por lo que se asume que no ha de estorbar demasiado ante las ventanas de los vecinos, algo que desde mi punto de vista es un error, primero porque, al no crecer demasiado, la copa, que además es de hoja perenne, necesariamente va a caer delante de las ventanas más bajas, cosa contraria a lo que pasaría con un arbolado más alto, cuyo follaje, idealmente caducifolio para permitir el paso de la luz en invierno, en una copa bien desarrollada, es decir no maltratada por podas arbitrarias, quedaría por encima de los tejados, como se ha hecho tradicionalmente en todas las grandes ciudades del mundo. La solución que se suele adoptar es podar y repodar hasta la extenuación, formando unas bolas compactas e impenetrables a la vista que solo hacen que agravar el problema, o bien convertir a los pobres arbolitos en palos con cuatro hojas encima, extremo al que se ha llegado ya por ejemplo en la Calle San Roque. Este aligustre del Japón es adecuado para jardinillos laterales, parterres y similares, nunca como alineaciones en calles urbanas, por más que se usa así en muchos sitios por las razones indicadas en una especie de "huída del árbol", un concepto del arbolado urbano como algo que más bien estorba que se ha ido generalizando por las ciudades en las últimas décadas. Hemos descubierto además que sus frágiles ramas no soportan el peso de la nieve si es copiosa: en las grandes nevadas del pasado mes de enero, la población de aligustre japonés de las calles de Madrid ha quedado devastada, siendo la especie que más daños ha tenido con diferencia en la capital por el citado evento meteorológico. Desde luego sería necesario un replanteamiento del arbolado de toda Sigüenza con criterios un poco más técnicos y duraderos de los que se han tenido a lo largo de la historia reciente. Este caso de los aligustres no es sino un ejemplo más de cosas que sería necesario cambiar, labor ambiciosa que solo tiene sentido acometer si se planifica a largo plazo evitando a toda costa la temporalidad impuesta por los ritmos electorales: los árboles no crecen y se desarrollan de la noche al día.

Aligustre japonés (Ligustrum lucidum)

Pero eso es otra historia, volvamos a los bónivos de la Alameda, característicos de nuestro parque fundamental hasta el punto de no ser posible imaginarlo sin ellos. El lector de cierta edad recordará que, en la remodelación que se hizo en los años 1980, los setos se podaron, rebajando su altura. Llegaban entonces hasta las cabezas de los paseantes, creando un ambiente mucho más cerrado, casi misterioso en algunos rincones remotos del parque. Personalmente, seguramente por puro sesgo naturalístico, me gustaban esos setos altos, por más que ahora hay más visibilidad del conjunto desde cualquier punto de vista. Uno de los argumentos que se utilizaron entonces, además del de la visibilidad general, fue el evitar precisamente rincones apartados, favorecedores de determinadas conductas. No voy a abogar por devolver los setos a su estatura original a estas alturas, pero sí quizá permitir una cierta elevación ya que han sido progresivamente disminuidos en los últimos años hasta dejar demasiada madera en algunas zonas, y desde luego mejorar su estado de conservación general, una asignatura pendiente, igual que la de la reposición completa del arbolado perdido y de su sombra tras la muerte de los viejos olmos. Es labor técnicamente fácil, pero que requiere cierta planificación. Los aligustres, nuestros bónivos en concreto, son muy sencillos de reproducir por estaca, ya lo hemos dicho, solo se requeriría crear, por ejemplo, un pequeño vivero en los que producir planta a partir de esquejes de la propia Alameda, con la que en poco tiempo se podrían replantar los huecos existentes o reponer las zonas más dañadas. Es, en principio, preferible esto a traer planta de vivero, que puede servirse por error o falta de disponibilidad de otras variedades o incluso de otras especies (se conocen más de 15 especies de Ligustrum ornamentales cultivadas en España), con el objetivo de mantener en lo posible la integridad histórica y estética de los setos originales. Hay, por ejemplo, alguna reposición en los setos de la Alameda con Ligustrum lucidum, algo totalmente fuera de lugar por ser especie de hoja grande, de tendencia arbórea y por tanto demasiado leñosa, que no forma macizos tan compactos, un error que intuyo se ha podido producir al pedir a vivero "aligustre" en general sin especificar o supervisar especie ni variedad. También lanzo la idea de que no se debería pensar en ninguna remodelación del plano de los setos de la Alameda sin intentar averiguar antes el origen histórico del actual. Ya dijimos en un artículo anterior que el trazado de calles y alineaciones de nuestro parque ha de venir directamente del ideado siguiendo el canon neoclásico cuando se construye a principios del siglo XIX, a juzgar por la edad de los olmos desaparecidos. No hay razones para pensar que los setos de esos bónivos nuestros, característicos de lo seguntino como el fino o los perdigachos, como me recordaba Emilio Fernández-Galiano charlando sobre estos asuntos, no sean, si no tan antiguos, por poco, como los propios olmos, al menos tan consustanciales a la Alameda como el arbolado que la constituye y le da sentido y funcionalidad.

Julio Álvarez Jiménez, 20 de febrero de 2021

 

 

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