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Si usted, que lee estas líneas, cree que Leyendas Negras y Rosas (hablando del Imperio español) son las dos caras de una misma moneda de ignorancia e intransigencia tal vez debería echar un vistazo a un par de libros que le sugiero a continuación.

El primero (Un imperio de ingenieros. Una historia del Imperio español a través de sus infraestructuras) es un trabajo de los historiadores Felipe Fernández-Armesto y Manuel Lucena Giraldo. Dos profesionales con fecundísima trayectoria y que no voy a glosar aquí. Aunque sólo fuera por el enfoque elegido, ya justificaría detenerse un rato a ojear el libro. Pero resulta que es una obra que merece la pena explorar despacio.

Tal vez lo primero que hay que hacer es aclarar el término “ingenieros” que aparece en el título. Que nadie piense, con la perspectiva actual, en titulados universitarios de escuelas técnicas. Tras esa palabra, en este libro, se agolpa una multitud de profesionales y artesanos que representan a una variedad de saberes teóricos y oficios de lo más diverso. Tanto como los que hacen falta para construir un mundo con todos sus detalles: desde matemáticos a carpinteros. El trabajo, en fin, de muchos miles de profesionales necesario para acotar necesidades, buscar los medios, construir las infraestructuras, cuidarlas y mantenerlas para su uso a lo largo de los años.

El libro pasa revista a diferentes tipos de obras y, así, hay capítulos dedicados a las construcciones terrestres (caminos y puentes), el trazado de mapas (en tierra y el mar), la construcción de barcos, edificios para diversos usos (militares, religiosos, administrativos, educativos y sanitarios).

También quisiera señalar lo gráfico, descriptivo, de los títulos de los capítulos. Por ejemplo, el tercero: El andamiaje del océano. Estructura y navegación en las rutas atlánticas y pacíficas. O el quinto: Aguas turbulentas. A lo largo y a través de vías acuáticas interiores. El sexto: Anillos de piedra. La fortificación de fronteras. El octavo, en fin: Componiendo la esfera pública. Infraestructura social y económica.

Tal vez se pueda interpretar en las líneas precedentes que el libro es un catálogo de edificios y obras públicas. Y no es así en absoluto. En él se hace énfasis en los desafíos descomunales, de todo tipo, que tuvieron que enfrentar generaciones de profesionales a la hora de ejercer su oficio. Tanto los primeros, nacidos en España, como los nacidos y educados en los más variados rincones del mundo que, tras el viaje de Elcano, ya era solo uno.

Por otro lado, y no menos importante, reparamos en las figuras de tantas personas que, tras cruzar el océano Atlántico, se reinventaron una y otra vez. Tanto personal como profesionalmente.

 

Mapa del noroeste de Nuevo México de Bernando de Miera y Pacheco, 1778.

 

Multifacético es poco

Un ejemplo de ese reinventarse continuo es el don Bernardo de Miera y Pacheco. Su biografía aparece en un libro editado recientemente (Forjado en la frontera. Vida y obra del explorador, cartógrafo y artista don Bernardo de Miera y Pacheco en el Gran Norte de México) del que son autores John L. Kessell y Javier Torre Aguado.

Don Bernardo era un hidalgo montañés que desplegó una actividad casi inabarcable en los territorios que, en tiempos de la Nueva España, se conocían como el Gran Norte. Los mismos que, gracias a películas y series norteamericanas, llamamos sin dudar el Lejano Oeste. Nació en el valle de Carriedo, en Cantabria, y fue bautizado en la iglesia de Santibáñez el día 13 de agosto de 1713. Hidalgo no significa que tuviera rentas de las que vivir. Era lo que se conocía como hidalgo de sangre, lo que significa que su condición no se perdía por ejercer oficios manuales. De hecho, en aquellos valles norteños gran parte de la población estaba formada por hidalgos. Restos de los primeros tiempos de la reconquista. En la zona donde nació don Bernardo, estaban muy extendidos los oficios relacionados con el trabajo de la piedra y los maestros canteros, con sus equipos, se desplazaban, desde hacía siglos, por la península para levantar edificios de toda índole. Unas veces por temporadas, otras por años según la envergadura de la obra, los canteros montañeses constituían una suerte de cuadrillas trashumantes de la cantería. Esta libertad de movimientos, no estar sujetos a un lugar concreto donde ejercer su oficio, era una prerrogativa de su condición de hidalgos.

No se tienen datos de cómo (si legalmente o como polizón) ni en qué año (parece que en la década de 1730) llegó a la Nueva España. Es muy probable que no tuviera muchos problemas para encontrar acomodo en la ciudad de México porque había cientos de profesionales de la piedra trabajando allí y la mayoría eran paisanos suyos. En 1741 don Bernardo ya estaba en el Gran Norte. Se casó en el presidio (una instalación militar fronteriza) de Janos con una joven cuya familia llevaba décadas en la zona. Al poco tiempo de la boda se instaló en Chihuahua, después en El Paso y, por fin, en Santa Fe.

Cuando vivía en El Paso participó en la gran expedición de 1747 contra los apaches. La primera de muchas porque, como los demás habitantes del lugar era una mezcla de colono y militar si las circunstancias lo requerían. Lo especial de este caso es que aquí dio comienzo su carrera como cartógrafo en la que representó los lugares por donde pasó y las acciones en las que participó. Una de las más famosas es la expedición de Juan Bautista de Anza contra los comanches de Cuerno Verde y los detalles se conocen gracias a los mapas y anotaciones que Miera, como participante en la acción, hizo. En el trabajo de hacer mapas Miera destacó y fue reconocido con encargos especiales a lo largo de los años. De hecho, muchos de sus trabajos fueron usados, durante el siglo XIX, por los estadounidenses como guía en el territorio.

Pero sus facetas de colono, en la peligrosa frontera norte de la Nueva España, soldado y cartógrafo sólo son algunas de las que tuvo este montañés de corta estatura física. También fue alcalde de varios municipios, recaudador, minero, pintor y escultor de obras religiosas y autor de un retablo, tallado en piedra, que es excepcional. Lo primero, por el material empleado ya que, en la zona, para esos trabajos se usaba la madera. Luego por el emplazamiento puesto que el retablo fue un encargo para una capilla muy importante, conocida como la Castrense, que se encontraba en la plaza de Santa Fe. Desaparecido el edificio original, y tras varios cambios, ahora se encuentra en una gran iglesia de adobe construida a principios del siglo XX, la de Cristo Rey.

En abril de 1785 don Bernardo murió en Santa Fe a los setenta y dos años. Seguía ocupando plaza de soldado en el presidio de esa ciudad. Por muy poco no pudo asistir a las firmas de los tratados de paz que, a lo largo del año 1786, se firmaron con comanches, pueblo, navajos y diferentes grupos apache. Unos tratados que ponían fin a enfrentamientos que duraron décadas y que no se rompieron hasta el siglo siguiente cuando esos territorios ya estaban bajo otro gobierno.

 

Un imperio de ingenieros. Una historia del Imperio español a través de sus infraestructuras (1492-1898)

Felipe Fernández-Armesto y Manuel Lucena Giraldo

Taurus, Barcelona, 2022. 480 p.

 

Forjado en la frontera. Vida y obra del explorador, cartógrafo y artista don Bernardo de Miera y Pacheco en el Gran Norte de México.

John L. Kessell y Javier Torre Aguado

Desperta Ferro, Madrid, 2022. 264 p.

 

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