Hace ya tiempo tuvimos la primera noticia sobre Pepe. Un amigo de Santamera nos comentó, en plena conversación filosófica: “Nunca es tarde para cambiar la vida. Conozco a una persona que con más de 50 años ha decidido ser nómada”. No sabíamos que pronto también conoceríamos a Pepe que en su camino sin rumbo hizo una larga parada por estas tierras, en La Miñosa y en Santamera.
Pepe lleva gafas de montura fina, lleva una pequeña tienda de campaña y poca cosa más. Como no tiene casa para amueblar, amuebla la cabeza. En su camino encuentra un montón de gente de todo tipo, por eso se le elaboró una postura “correcta” hacia los nuevos conocidos: sincera, amistosa y algo reservada.
Pepe es el principal artífice del centro social de Santamera, ubicado en la antigua escuela del pueblo. Durante los meses que ha permanecido allí se ha encargado de adecentar y remozar el local. Ahora el local ya está limpio, provisto de una pequeña biblioteca y un lugar donde diversos pequeños productores de los alrededores depositan sus productos para degustación e intercambio. Todavía no está totalmente asentada esta función que, con el tiempo, pensamos que podría ser la principal del local. No obstante el centro social también cubre otras necesidades, como ser un lugar de reunión, de celebraciones, cursos, etc.
Pepe está a punto de reanudar su camino: “Esto ya está hecho y yo ya me aburro aquí, no tengo interés en atraer gente, mi interés era crear un espacio y aquí he disfrutado haciéndolo pero ya no disfruto gestionándolo”. Así que pasa las riendas a la asociación La Taina y se va…
Está claro que no busca casa. ¿Qué es lo que busca?
Pepe reconoce que la palabra “vagabundo” asusta a la gente. A nosotros no sé si nos asusta pero, digamos, nos marea. En seguida necesitamos “fijar” a Pepe.
— ¿De dónde eres?
— Nací en Jaén porque allí había hospital, hasta los 4 años viví en un pequeño pueblo de Almería. Luego mi familia se fue a Alcoy, allí estuve hasta los 17 años. ¿Soy andaluz, soy alcoyano?.. Después he vivido 15 años al lado de Barcelona, otros 15 en los Pirineos y ahora soy de donde estoy.
Sus padres eran profesores y, dice, que lo educaban bajo el lema “la letra con sangre entra”. Como resultado, con 16 años decidió que no quería estudiar más ni trabajar. Lo que quería era “salir de allí”. Se alistó como voluntario a la mili y fue a Canarias. “Me di cuenta que no era lo mío, pero da igual, la pasé de aquella manera. Justo cuando moría Franco, me licenciaba”.
— Eran años de muchos cambios políticos. ¿eso te tocó de alguna manera?
— Yo he estado siempre muy apartado de la política, porque ya desde joven nunca me lo he creído… No soy anarquista ni del Barça, yo no quiero banderas ni himnos, ni que me obliguen a rezar lo que quieran ellos…
“No necesitaba mucho y me iba ganando la vida. De fiesta en fiesta, trabajaba de tanto en tanto”. Luego tuvo una compañera, un hijo y se asentó. Pero no de la manera que le hubiera gustado. Porque quería vivir en un pueblo pequeño que siempre prefería a las grandes ciudades. Pero por el “chantaje emocional” (dice) de sus suegros tuvo que quedarse en Castelldefels, donde vivían ellos (el suegro estaba muy enfermo) y donde nació su hijo. “En Casteldefels, que tiene 60.000 habitantes, lo único que hacía era hartarme de cocaína... Sabía desde un principio que ese no era mi sitio, que me tenía que ir…”. Trabajó con su suegro de zapatero y luego en la construcción donde por entonces se ganaba mucho dinero. Cuando su hijo ya tenía 15 años, se separó y se fue a los Pirineos.
— ¿Cómo saliste de la historia de las drogas?
— Siempre he tenido un punto de ser crítico conmigo mismo y siempre he tenido mucho orgullo. Cuando no he tenido para fumar hachís, no lo he tomado; no me rebajo a eso de “invítame a una calada”… Quiero mantener ese orgullo, yo soy una persona que me lo valgo y que no me van a pillar ni la cocaína, ni los porros, ni las mujeres…
…Ni las comodidades. Nos dice una idea que es fundamental para él: “Las comodidades nos hacen mentalmente débiles, no somos capaces de soportar un poco de hambre… Veo que mucha gente es incapaz de decir: si no tengo, me jorobo, y a pensar en otra cosa. Cada vez somos más flojos...”
Y es verdad. Cuando oímos que alguien es vagabundo, lo primero en que pensamos es: ¿y dónde se ducha? Pues, en una lavandería del pueblo, por ejemplo; y tantas veces cuantas haga falta (miro el facebook de Pepe “Caminando-la-vida”; se llama a sí mismo “casi analfabeto”, no es verdad; escribe bien, con estilo y sentido. Además confiesa: “Escribir es buscarme una manera de no sentir perder el tiempo. Escribo un diario, desde que salí. Me gustaría que lo leyera mi hijo”).
Cuando nos habla de su hijo (que ahora tiene 33 años), es cuando empezamos a atisbar qué considera Pepe lo más importante en una persona:
“Mi hijo es muy libre, elige él por su cuenta. No se deja dominar por líderes e ideologías, por lo menos le he enseñado a pensar por él mismo y que sea él de pequeño el que toma sus decisiones, porque es su vida. Él, con 7 años, incitado por otros mayores, echó arena en el depósito de gasolina de una moto, y le hice dar la cara con el dueño de la moto.
Sabe que tiene que dar la cara, ha salido un chaval noble… Ha tenido una educación diferente. Lo que me hubiera hecho falta a mí, que me dejaran libre, en vez de tratar de imponerme lo que tenía que hacer”.
En los Pirineos Pepe estuvo muchos años trabajando en la construcción, hasta que con la crisis se quedó en el paro. En 2012 le ofrecieron “una mierda de trabajo”, y “es cuando decidí que no trabajaba para otros. Que a partir de entonces o regalaba mi tiempo a quien lo necesitaba —que seguro que había alguien que lo necesitaba— o lo vendía a algún vecino por algún trabajillo: dame lo que quieras, no le ponía ni precio…” Con eso dejó el piso que alquilaba y se convirtió en un nómada.
Por entonces cobraba una ayuda de 400 euros y empezó caminar por el Camino de Santiago, porque, al tener albergues, era más fácil. Lo hizo en todas las direcciones posibles. Y luego salió de la ruta. En el Camino “te encuentras gente interesante, pero te encuentras gente más interesante cuando estás fuera de la ruta y sin 400 euros”.
Una fórmula de Pepe: “Cuánto menos tienes más rico eres. Antes tenía siete u ocho sitios donde estar, de parientes, de amigos. Ahora tengo unos treinta”.
Pero hay un lado oscuro, nos atrevemos a preguntar, y responde:
“…Yo lo tengo clarísimo que a mí los niños no me queman como quemaron a algún vagabundo, a mi me tienen que matar a hostias, yo no me quedo parado. Yo no voy a atacar pero si me tengo que defender me defiendo. Me da lo mismo con un niño que con un gitano que con un perro”.
— ¿No tienes miedo?
— Si tengo ese miedo de si me pasara algo, si tengo frío, el miedo me lo como. Tengo orgullo, no de ese malo, sino orgullo de persona.
Pero también él mismo provoca miedo, y eso tiene que ser una sensación rarísima para uno.
“En sitios de la España profunda me ha pasado, entras en un pueblo y desaparece todo el mundo y te miran por las ventanas… Pero eso son sitios muy cerrados, en general cuando más pequeño es el sitio la gente es más hospitalaria, más sencilla, más amable. Cuando más grande es el pueblo, más pasan de ti, si vas a Madrid y te da un mareo por la calle te quedas allí tirado todo el día y no te hace caso ni Dios”.
— Cuando empiezas a hablar con la gente ¿qué les dices?
— “Yo soy Pepe, caminante” decía al principio, ahora ya digo “…vagabundo”.
— ¿Cómo lo toman?
— Flipan… Yo les digo que ando porque ya no trabajo para ningún cabrón… Si quieres, me ayudas, hacemos un intercambio pero a mí no me des limosna. Soy vagabundo, no soy mendigo, no te equivoques.
Claro que preguntamos cómo ve su futuro.
“He visto gente con ochenta y pico años, casi noventa, subiéndose por una ladera cortando ramas con una hachuela. Yo lo que no quiero es durar el máximo tiempo posible. Yo no quiero conservar la vida, yo quiero vivir. El problema será que yo no pueda decidir por mí mismo. Mientras yo pueda decidir por mí mismo no tengo ningún problema”.
A los alrededores de Sigüenza llegó en un otoño, pasó varias noches bajo la lluvia en su tienda de campaña. En Santamera por casualidad conoció a los chicos de la asociación La Taina que llevan en común un pequeño rebaño de cabras y unas huertas. Le ofrecieron una casita donde pasar el invierno. Pepe, que había planeado “pasar un invierno tranquilo en una cueva”, se quedó. Luego surgió la idea del centro social, y se quedó un invierno más dedicado a eso.
Se siente “un perro viejo” entre los chicos de La Taina. A los mayores de ellos les lleva más de diez años. Sin embargo aquí ha encontrado un hilo para su futuro camino, quiere buscar grupos como estos. “Tengo claro —dice— que si yo me tuviera que quedar a vivir en algún sitio, me quedaría en un sitio como Santamera, Ujados, Fragua… Hay gente trabajadora, con ilusión y hay unas semillas increíbles”.
Colabora con ganas pero cuida su libertad y soledad. Y le hace ilusión que “a partir que dé unos primeros pasos ya soy un desconocido en donde voy”.