El juego humano es un trato simbólico con lo posible. Aunque no sólo jugamos los humanos: juegan nuestros primos primates como juegan los mamíferos marinos y al parecer juegan hasta las tortugas. El juego es pues, en primer lugar, un fenómeno animal. Jugando los animales gozan al poner en marcha y a prueba sus facultades ejecutando como si fuera real algo que no lo es. El juego permite experimentar en realidad posibilidades como meras posibilidades. Esta combinación de expansión de las propias capacidades y estado de excepción de la necesidad, es la que hace del juego fuente de alegría y a la vez un asunto muy serio. Quizá por eso Ortega lo llamó el lujo de la vida. Y según argumenta Huizinga en su famosa obra Homo ludens ese lujo de la vida sería precisamente la forma en la que surge la cultura humana. Grandes atributos para algo considerado comúnmente cosa de niños.
Aunque el juego sea con frecuencia desdeñado como asunto poco serio o infantil, es difícil encontrar a quien niegue el hecho de que es fuente de aprendizaje. Pero lo cierto es que tal reconocimiento no es gran cosa. Con frecuencia olvidamos que el aprendizaje es una función biológica, como la nutrición o la respiración, es cuestión de supervivencia. El aprendizaje se da, sucede, lo llevan a cabo los organismos — a los que sin duda les puede faltar el alimento, el aire o un amplio horizonte de experiencias. Se aprende de cualquier cosa. La cuestión es que jugando se aprende de un modo peculiar, muy diferente al modo en que se aprende simplemente haciendo las cosas que hay que hacer en el mundo cuando hay que hacerlas; o padeciéndolas. Precisamente por ser trato con lo posible, estado de excepción en el que explorar y experimentar, resulta un espacio fantástico —en ambos sentidos del término— en el que ejercitar habilidades y construir conocimiento. En este momento quizá sea oportuno recordar la etimología de la palabra escuela. Su origen es la palabra griega scholé, que suele traducirse como ocio pues se oponía a trabajo, que en griego era a-scholía. El trabajo como negación del ocio. Aristóteles explica que el trabajo es la actividad humana para satisfacer necesidades y que se opone y se complementa con el descanso como tiempo de recuperación y por lo tanto sometido así mismo a la necesidad; el ocio sin embargo, la scholé, es la capacidad de entregarnos a actividades libres y desinteresadas, no constreñidas por la urgencia de utilidad de lo necesario. El lujo de la vida, el juego. En este sentido el juego es escuela y por ello buena tierra para el aprendizaje.
El juego humano es un fenómeno complejo y amplio, que abarca fenómenos en principio tan dispares como el juego libre simbólico infantil, la música, la danza, el teatro y todas las artes, la ciencia especulativa, el ajedrez, los dardos, o cualquier deporte. Por lo tanto resulta difícil poner orden entre tanta disparidad. Wittgestein que tomó el juego, o los juegos, como modelos para comprender la realidad del lenguaje decía que entre ellos, entre la multiplicidad de juegos del lenguaje existentes no había en común más que un aire de familia, un parecido familiar indefinido. Pero según lo dicho hasta ahora sí podemos afirmar que hay una condición que si no se cumpliera no estaríamos ante un miembro de la familia de los juegos: jugar es ante todo una actividad libre. Si no es libremente escogida es castigo o trabajo aunque tenga la forma de un juego. Por que quizá toda actividad humana, en tanto que cultural, tenga la forma de un juego si Huizinga tiene razón, pero eso no quiere decir en absoluto que toda actividad humana sea un juego.
En cuanto a las formas del juego, la mejor taxonomía que conozco —por Rafael Sanchez Ferlosio en su tratado de polemología God and gun— es la que se articula en torno a dos ejes: el de competitividad o ausencia de competitividad (agónicos y anagónicos) y reglamentación o ausencia de reglas (nómicos y anómicos). De este modo tenemos desde juegos sin reglas y no competitivos como deslizarse por una pendiente en un trineo o fantasear con un muñeco, hasta juegos altamente competitivos y reglamentados como el billar o el ajedrez pasando por los juegos con reglas no competitivos y los juegos competitivos sin regla alguna que dejo a la imaginación del lector o lectora ejemplificar. Tenga o no reglas, un juego sólo es juego si es libre: curiosamente los niños juegan a hacer reglas, a negociarlas y a someterse libremente a ellas jugando. Esto quiere decir que explotar el juego como medio de aprendizaje corre el riesgo de hacer que el juego deje de serlo, y sea solo la forma de un juego; si los participantes no eligen jugar libremente, si son obligados a ello, no juegan, trabajan. Los juegos son un campo fantástico de aprendizaje al no estar constreñidos por una finalidad ajena, porque son actividad libre y desinteresada, valiosa en y por sí misma.
Algunos sociólogos afirman que el tiempo libre de juego de niños y niñas se ha reducido drásticamente en estas nuestras sociedades que se autoproclaman complacientemente avanzadas o desarrolladas, pero que al mismo tiempo se preocupan por todo el rato que muchas criaturas se pasan jugando frente a una pantalla. Los juegos electrónicos, virtuales, no dejan de ser juegos, juegos muy atractivos, y hay una infinidad de ellos de muy diversos estilos, algunos muy espectaculares otros tremendamente simples, unos emocionantes otros divertidos, unos para el ingenio otros para los reflejos, algunos muy lógicos y otros muy fantásticos. Pero está claro que hay otras muchas formas de jugar, y que niños y niñas también quieren jugar a ellas, luego el problema no es la cantidad de rato que se juega frente a una pantalla sino el poco tiempo que hay para jugar de otras mil maneras a solas o acompañados. Las criaturas tienen menos tiempo libre para jugar porque su tiempo ha sido colonizado por actividades extraescolares reglamentadas y tareas a realizar en el hogar para la escuela. De este modo se les resta tiempo a los menores de estar juntos jugando y de estar solos y solas jugando. Casi todo su tiempo se reparte en trabajo o descanso según la definición aristotélica. Poco tiempo para jugar, para actividades libres y desinteresadas. Los niños no sólo quieren jugar con otros niños y niñas, ni sólo quieren jugar solos, también quieren jugar con los adultos a los que el trabajo no les deja mucho tiempo para escuela con sus hijos en el sentido aristotélico - aunque a la fuerza que imponen los deberes siempre hay que sacar algo para la convencional. Esta dinámica de vida que alterna trabajo y descanso necesarios no permite compartir tiempo de ocio, de juego, de actividad libre y por eso encajan bien en ella los ratos frente a la pantalla. Los niños y las niñas quieren jugar porque los cachorros necesitan jugar. Pero los adultos también necesitamos scholé, actividad desinteresada y libre. El juego debería ser un derecho humano fundamental independientemente de la edad, la etnia o el sexo. Así que lo que necesitamos es más tiempo libre. Luego, juegos hay muchos y mucho a lo que jugar, pero recuerda: sólo se juega eligiendo jugar.