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“Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento (…)”.

Este poema “A un olmo seco”, de Antonio Machado, escrito en Soria el 4 de mayo de 1912, cuando su mujer ya estaba bastante enferma, termina con estos versos: “Mi corazón espera / también, hacia la luz y hacia la vida / otro milagro de la primavera”.

Son versos cargados de esperanza, que invitan a celebrar desde la distancia el bautizo de la nueva criatura de las ulmáceas que acaba de echar a andar en el Paseo de la Alameda, junto a la Iglesia de las Clarisas (Nuestra Señora de los Huertos). Este pequeño olmo plantado al lado de las tumbas de unos abuelos y antepasados que no pudieron sobrevivir a mediados de los años ochenta del pasado siglo a una terrible epidemia llamada grafiosis, pese a los tratamientos con fungicidas, tiene que crecer fuerte. Vengar, de alguna manera, aquella tragedia familiar.

Necesitamos que una nueva generación de olmos (ulmus laevis o ulmus minor) pongan de nuevo en valor la tan traída y llevada denominación de “frondosa Alameda”.

Aunque no pude asistir al bautizo de la nueva criatura arbórea, ni ver de cerca la felicidad reflejada en los rostros de los padrinos, me llegaron con absoluta nitidez, en nota de prensa distribuida por el Ayuntamiento, las emocionadas palabras y los deseos de algunos de los asistentes a la ceremonia.

Al igual que hiciera el poeta Antonio Machado a orillas del Duero, el que fuera alcalde de Sigüenza en el periodo comprendido entre los años 1987 y 1991,  cuando se talaron por prescripción facultativa y razones de seguridad los olmos centenarios de la Alameda, Juan Carlos García Muela, también pidió un “milagro” a la primavera, aunque a orillas del Henares. García Muela expresó, según recoge la nota, el sentimiento de muchos de los ciudadanos de Sigüenza en ese momento: “espero que se desarrolle de tal forma que dentro de algunos años las futuras generaciones de seguntinos puedan acogerse a su sombra y que sea el futuro de una gran plantación”.

Los abuelos ya murieron hace tiempo, pero sus recuerdos y sus cenizas serán — sin duda alguna— el mejor abono para que los nuevos ejemplares, inmunizados contra la maldita grafiosis, vuelvan sanos y salvos a poblar el espacio natural que abandonaron por problemas de salud sus mayores. Al fin y al cabo, regresan a su casa para dar sombra en la Alameda del “Triunfo” y de los kioscos de arriba y abajo, junto al templete y a la fuente de toda la vida. Vuelven a un territorio que había quedado casi desierto a finales del pasado siglo, a un entorno en el que tanto se les estaba echando en falta.

Para los niños y jóvenes de mi generación, el olmo siempre ha sido un árbol muy especial y querido; una especie de icono plantado en la plaza mayor de nuestras vidas. Su sombra ha dado cobertura a multitud de historias. Debajo de ellos se reunían y tomaban decisiones importantes  los vecinos de muchos pueblos de Castilla. Yo, por ejemplo, todavía recuerdo el viejo olmo que se levantaba junto a la casa de “El Boni”, nada más entrar en La Riba. En su tronco, horadado por el paso de los años, nos escondíamos de niños y por sus ramas trepábamos en busca de nidos.

También tengo un recuerdo muy especial del olmo gigantesco que hasta febrero de 2005 embellecía y realzaba la Plaza de la Constitución de Pareja, muy cerca del Pantano de Entrepeñas o del enorme olmo que presidía la plaza de Riosalido, junto a la fuente. Los olmos, como digo, formaban parte de la fisonomía de nuestros pueblos; eran la referencia, el lugar de encuentro y hasta el orgullo de sus vecinos. Que a nadie se le ocurriera decir que el olmo de su pueblo era más grande o valía más que el del mío… 

Aunque sólo fuera por eso, y porque la masa forestal española se enriquezca y amplíe dentro de lo posible, el Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente (todo esto junto y a la vez) tendría que plantar nuevos olmos en aquellos lugares de los que desgraciadamente han desaparecido. Una vez que se ha conseguido hacerlos resistentes a la grafiosis, el siguiente paso tiene que ser la repoblación inmediata de olmos, aunque tengamos que esperar muchos años hasta verlos tan impresionantes y majestuosos como lo fueron sus abuelos.

De momento, en la Alameda de Sigüenza tenemos ya un nietecito estupendo y animoso, dispuesto a crecer deprisa y a compartir cuanto antes la compañía de algún hermanito. Hay que plantar nuevos olmos y recuperar el esplendor de antaño.

No podemos permitir ahora que todo se quede en un acto entrañable y bonito y, mientras tanto, que el pequeño ejemplar de olmo recién bautizado y fotografiado para la posteridad se sienta solo y se nos deprima.   

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Viñeta

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