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Llevaba años pensando escribir este artículo, pero este agosto, después de visitar dos veces el cuartel de la Guardia Civil para interponer sendas denuncias, me he decidido: de este año no pasa. Me hierve la sangre, advierto.

Comenzaré explicando los motivos inmediatos de esta ira que me corroe. Miércoles, 16 de agosto, diez de la mañana: al salir de casa advierto que en la fachada sur de mi vivienda algún artista ha realizado una pintada en varios colores que ocupa dos de las paredes del patio anexo y cuyo significado he sido incapaz de descifrar. Me voy directamente al cuartel.

Jueves 17 de agosto, nueve y media de la mañana: me asomo al balcón y descubro que el mástil de hierro de una de las dos papeleras instaladas en un pequeño espacio de suelo municipal ha sido partido, la papelera ha desaparecido y su contenido esparcido por toda la calle. Me voy directamente al cuartel.
En ambos casos, ante la pregunta del agente “¿sospecha usted de alguien?” no he tenido el menor remilgo en contestar que yo no he visto nada pero que sospecho de los componentes de alguna de las peñas ubicadas en mi barrio; si los veo orinar en cualquier parte, hacer barbacoas en plena calle y vociferar como posesos a altas horas de la noche, los considero perfectamente capaces de ser autores de los hechos mencionados.

Jueves 17 de agosto, una y media de la tarde: me informa mi suegro que durante las fiestas han roto los espejos retrovisores de los coches estacionados en la calle Villegas. Otro clásico del verano. 

Viernes, 18 de agosto: a doscientos metros de mi casa, ante la puerta de una de las peñas, tirada en el suelo, descubro la papelera rota y robada llena de botellas de refresco vacías. Sospecha confirmada. Me voy directamente al cuartel.

Hasta aquí los hechos delictivos. Pasemos a otras consideraciones.

Las peñas. Quien conozca La Rioja, Navarra o el País Vasco sabrá que en esas tierras las peñas funcionan durante todo el año, tienen unos atractivos locales donde celebran certámenes gastronómicos, promueven actividades deportivas y culturales y organizan viajes y excursiones. Aquí, salvo honrosas excepciones, los locales parecen competir en fealdad, no disponen de servicios higiénicos –mucho menos para minusválidos– ni cocina equipada con los servicios que requiere un establecimiento de hostelería; su único objetivo parece ser armar mucho ruido a todas horas, especialmente durante la noche, ensuciar las calles con orines, vomitonas y bebidas derramadas y consumir alcohol masivamente. Me pregunto si es que durante todo el año no beben y esperan a estos días para saciarse o, por el contrario, es un hábito muy arraigado durante los fines de semana que alcanza su culmen en estas fechas festivas. En cualquier caso es un grave problema que apenas se ha abordado, ni en el seno de las familias, ni en los colegios ni desde el Ayuntamiento.

Continúo con las peñas. Todos los veranos escucho o leo en los medios de comunicación aquello de que “las peñas son el alma de las fiestas”. Discrepo radicalmente: la palabra ALMA, que procede del verbo latino alo, alere (alimentar, nutrir) significa “alimentador, nutricio”; por tanto, el alma de las fiestas somos los ciudadanos que con nuestros impuestos alimentamos el presupuesto municipal para estos festejos. A ver si nos aclaramos. Sinceramente, no le veo gran mérito a barrer un local –habitualmente cochambroso–, llenarlo de burdas pintadas, desfilar ebrios y vociferantes por las calles y acudir a contemplar por la tarde la ejecución pública de unas reses.

Supongo que a estas alturas del artículo más de uno estará diciendo: “Pues si no te gustan las fiestas, te largas; eres un bicho raro, un excéntrico y un snob”. Pero, ¿por qué me tengo yo que ir si vivo aquí, aquí están mi casa y mi familia y en Sigüenza se está divinamente en verano?
Los toros. No voy a entrar en el debate de si deben celebrarse o no festejos taurinos; a lo que voy es a su financiación: ¿por qué hemos de asumir todos los ciudadanos los gastos –los más abultados de todo el programa festivo– de unas celebraciones que no a todos les placen? Con el presupuesto de los toros podrían mejorarse –y mucho– las actuaciones musicales, las representaciones de teatro, las competiciones deportivas.... Quien quiera toros, que los pague.

Que una comisión de las peñas se constituya en empresa taurina, alquile la plaza al Ayuntamiento, organice los servicios sanitarios y de seguridad y asuma la responsabilidad de organizar el cartel. Y punto.

La cabalgata de fiestas. Nunca he entendido el derroche que suponen los desfiles, aunque debo reconocer que los hay muy vistosos. Pero organizar un desfile con carrozas supone dinero, tiempo y arte. Nada de eso se aprecia en el de aquí, que me parece, sencillamente, grotesco; un quiero y no puedo, una paletada.

La reina y sus damas. Me resulta sexista, desfasado y propio de los tiempos del tardofranquismo. Propongo sustituir el acto de presentación por un homenaje a las personas que más se hallan distinguido por una labor social, cultural o deportiva.

Las actuaciones musicales. Mientras toda España bulle de festivales de música, de cine, de teatro... que dejan sus buenos ingresos al municipio organizador, aquí seguimos con la charanga a todas horas y actuaciones de viejas glorias del siglo pasado. No estoy criticando a las charangas ni a las viejas glorias, lo que quiero decir es que podría haber actuaciones musicales de un nivel acorde con nuestra noble y distinguida ciudad.

Por todo lo expuesto, me pregunto, emulando a Cicerón: ¿Hasta cuándo la corporación municipal abusará de nuestra paciencia, del mal gusto y de nuestro dinero?

Lo mejor, sin duda, los fuegos artificiales; propongo espectáculos pirotécnicos para todas las noches de fiestas. Sin duda, son más baratos que los toros, más bellos y no se derrama sangre.

Sugiero a LA PLAZUELA la organización de un debate acerca de estos y otros aspectos en torno a las fiestas patronales en el que estuvieran representados las peñas, la corporación municipal y, por supuesto, cualquier ciudadano que lo desee. A su disposición queda la Ludoteca-Bar Arévacon para su celebración.

Dixi (he dicho)

Alberto Olmeda

Catedrático de Latín

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