La pesadilla empezó el domingo 13 de enero, a las 13:57 horas, y terminó el sábado 26 de enero, a la 1:30 horas de la madrugada. Durante esas dos semanas, Julen, un niño de apenas dos años y medio, encogió el corazón de millones de ciudadanos españoles. Engullido por la montaña, atrapado a más de 70 metros de profundidad, tras caer por un pozo de 25 centímetros de diámetro, el pequeño Julen era también el hijo de todos nosotros, hasta el punto de hacernos creer en los milagros.
“¿Sabemos algo nuevo del niño?” fue durante esos días una de las preguntas más frecuentes entre familiares, amigos y compañeros de trabajo. No era necesario, por otra parte, dar ninguna pista para saber de qué niño estábamos hablando. Las últimas noticias sobre el suceso las comentábamos cada día al volver a casa.
Tampoco era necesario explicar en qué lugar del mapa está Totalán (Málaga), ni las características geológicas de la tierra que estaba siendo perforada para intentar recuperar a la criatura que había caído por el maldito agujero, mientras disfrutaba con su bolsa de gusanitos en la mano de una jornada de recreo en el campo. Cada obstáculo, cada roca que se interponía en la broca de la máquina tuneladora o del taladro de los mineros asturianos, era como un mazazo a la esperanza depositada en esa operación rescate.
Una vez conocido el fatal desenlace, después de una tarea incansable y ejemplar de todos los efectivos desplazados a la montaña de Totalán, nos queda la sensación de que haberlo intentado con ahínco. Se hizo todo lo que se podía hacer y más para llegar hasta donde se encontraba el cuerpo de Julen. Según las conclusiones de la autopsia, el pequeño falleció el mismo día en que cayó al pozo —una circunstancia que evitó más sufrimiento—, pero hasta que no se confirmó la noticia muchos de nosotros seguimos soñando con un milagro. Siempre había un pequeño resquicio de esperanza, que poco a poco se fue cerrando, como el pozo casi imposible que se cruzó en el camino de Julen, aquella mañana del 13 de enero.
Nos queda ahora la sensación tranquilizadora de que se hizo lo que había que hacer y con una buena coordinación de los efectivos disponibles en cada momento. Siempre habrá alguien que le busque tres pies al gato. Y desalmados que sigan lanzando bulos y mentiras por las redes sociales. Pero lo cierto es que no se escatimaron esfuerzos humanos —bomberos, espeleólogos, protección civil, mineros, técnicos, ingenieros, militares, fuerzas especiales de la guardia civil, etc.— ni medios materiales.
Trescientas personas intervinieron en una lucha sin cuartel contra las condiciones más adversas del terreno. Los vecinos de Totalán les abrieron las puertas de sus casas. Y fueron también testigos del trabajo ejemplar que llevaron a cabo quienes participaron en la operación rescate más importante que se haya realizado en los últimos años. Y, si alguien todavía lo pone en duda, las 85.000 toneladas de tierra removida en la ya famosa y descarnada montaña de Totalán son una demostración palpable y evidente del despliegue realizado.
Mientras las investigaciones judiciales tratan de esclarecer las circunstancias previas a la caída de Julen en ese pozo (¿por qué no se pidió permiso para hacerlo y por qué no estaba tapado?), deberíamos de hacer un esfuerzo para respetar la presunción de inocencia y el dolor de una familia que ya perdió a otro hijo hace unos años.
A veces se nos olvida que somos vulnerables y sucesos como el ocurrido en la montaña de Totalán ponen en evidencia la fragilidad humana. La pérdida de Julen nos ha caído encima como una losa. Como la losa inexistente que tenía que haber sellado y taponado el pozo por el que se coló el niño al que hicimos nuestro durante varias semanas.
Abrir en canal la montaña que se tragó a Julen no ha servido para devolverle la vida al pequeño, pero sí ha servido para comprobar que los españoles, enfrentados en tantas cosas, somos capaces de unirnos y de trabajar de forma eficaz y solidaria para intentar salvar a un niño. Que no somos indiferentes ante una tragedia tan terrible y conmovedora como la vivida en las últimas semanas.
Como explicaba Francisco Umbral en el libro “Mortal y rosa” (1975) al recordar la muerte de su hijo de seis años a causa de una leucemia, “la vida, asesinándote, se ha dado muerte a sí misma, ha perdido su sentido y paga su crimen en tardes de sol en las que nadie cree y anocheceres de niebla donde nadie es feliz”.
El pequeño Julen nos hizo soñar con un milagro. Intentamos convencernos de que la montaña que se lo tragó nos lo devolvería con vida. No ha sido posible, pero su recuerdo seguirá estando presente en quienes preguntábamos por él todos los días.