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Hace unos días escribía aquí mismo que más vale que nos pongamos manos a la obra en la construcción del futuro. Algo que hay que hacer siempre pero que, como sociedad, se nos olvidó hace mucho tiempo. Advertía entonces de que parte imprescindible de la tarea debería ser el análisis de cómo habíamos llegado a esta situación en la que nos encontramos. No sólo, siendo importante, por aprender de errores sino también como paso previo a perfilar distintos escenarios posibles y construir rutas hacia los deseables. En aquel texto al que hago referencia terminaba diciendo que si no lo hacemos nos lo harán. Porque es inevitable, no lo olvidemos.

Hoy quiero llamar la atención sobre un aspecto de la retórica empleada para referirse al desbarajuste del coronavirus. Se trata de la utilización de jerga bélico castrense: guerra, atrincheramiento, invasión, batalla y muchas otras palabras de esa familia. Hay, sin embargo, algún detalle que merece comentario aparte. Uno es la expresión “economía de guerra” que puede tener cierto pase. No porque se haya puesto en marcha totalmente, sino porque hay decisiones de urgencia que se pueden explicar mejor así. Cuando una fábrica de coches empieza a montar respiradores y material sanitario, una destilería fabrica alcohol para esos mismos usos, y no para elaborar bebidas, o centros educativos de secundaria imprimen componentes para máscaras de protección, la manera más clara de verlo es acudiendo a esa figura. El hecho añadido de que unidades del ejército hayan sido desplegadas en algunas zonas puede ayudar a la difusión del tic. Pero no es el origen ni la explicación. Ya se oía antes y no para, va a más.

Hay algunas calamidades cuyo anuncio lleva aparejado la calificación de “guerra”. Por ejemplo, la “guerra/batalla/lucha contra el fuego”. Pero nunca contra el agua (inundaciones), la tierra (terremotos o volcanes) o el aire (huracanes, tornados o tifones). Si se trata de enfermedades, también depende. El símil bélico de una enfermedad se acuñó para la tuberculosis hace siglo y medio aproximadamente. Cuando se descubrió que el responsable era un microorganismo que “invadía” el cuerpo humano y había que luchar para expulsarlo. Luego se fue aplicando el esquema a otros males, pero no a todos. Ya sin necesidad de que el origen de la enfermedad fuera un contagio. El caso más evidente es del cáncer. Quien tenga interés en esta reflexión puede leer “La enfermedad y sus metáforas” de Susan Sontag. Lo escribió a finales de los años setenta a raíz de su propio caso. Pero, ¿es tan importante pararse a pensar en cómo nos referimos a una pandemia? Depende. Mientras nos quedemos en la charla informal (a distancia y virtual) puede valer. Aunque sería preferible, porque cuesta lo mismo, hablar con propiedad y así no hay que cambiar el registro según haga falta. Para lo que sí es imprescindible tener claros los términos es para plantear correctamente el problema y alcanzar la solución precisa. Aquí un resultado erróneo no acarrea una mala nota; hay muchas vidas en juego.

Sin embargo, donde volverá a aparecer, con mucha más fuerza que ahora, el lenguaje bélico-castrense será cuando empiecen las justificaciones de muchos responsables sobre sus acciones, y omisiones, durante la crisis. Ahí veremos distintas manifestaciones de la figura conocida como “obediencia debida”. Las culpas irán a parar en tromba sobre el orden jerárquico, las “órdenes de arriba”, lo excepcional del ataque sufrido, las urgentes necesidades del momento para la defensa de los ciudadanos, etc., etc. El foco se pondrá (se está poniendo ya) sobre la brutal ofensiva del enemigo, la traición de algunos aliados, y la defensa heroica de las murallas. Nadie estaba vigilando (ni, por lo que parece, debía hacerlo) antes de que todo empezara. Que fue, por sorpresa, un domingo por la tarde.

 

 

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