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Países desarrollados, siglo XXI, marzo 2020, en medio de todos los avances en ciencia, investigación, tecnología…., cuando nos creíamos a salvo de todo. En esta época que nos toca vivir, en que el discurso social promueve la ilusión de que todo es posible para cualquier individuo: “es cuestión de decisión y de saber elegir”. En el mundo del mercado ya está a tu disposición el objeto, o sueño, que ni siquiera imaginaste o ya te han hecho imaginar. Una omnipotencia ilusoria.

Es entonces que aparece una epidemia que, en febrero y en China, era algo lejano. La creencia de que no nos afectaría, era compartida por la mayoría. La epidemia se convierte en pandemia en pocos días. Y la vulnerabilidad, la incertidumbre, la fragilidad, propias del ser humano, se hacen presentes. Cualidades todas, que hacen de cada subjetividad, algo extraordinario y único.

Ni en la peor pesadilla lo hubiéramos imaginado, es como una maldición bíblica, dicen otros.

En España todo empezó el 14 de marzo con la declaración del Estado de Alarma. Pero ya antes, con los primeros contagios, se habían cerrado colegios, institutos y universidades, y de forma paulatina parques, jardines, bares, restaurantes, cines, teatros, museos, negocios que no fueran imprescindibles para alimentación o salud. Las calles quedaron desiertas. Hasta el Rastro de Madrid, que no había dejado de abrirse ni en la guerra civil. Posteriormente se suspendieron las Fallas, la Semana Santa y tantas otras tradiciones. Las generaciones actuales no habíamos conocido nada igual, solo en epidemias de siglos anteriores, ocurrió algo parecido.

Por otro lado, los cambios bruscos en la vida cotidiana en unos pocos días, las pequeñas cosas, salir al café, ver a la familia, quedar con los amigos, los saludos habituales, los abrazos, ir al supermercado sin temor, y tantas otras cosas, no dejan de tener efectos en cada uno de nosotros, en nuestro estado de ánimo y en nuestra entidad como individuos.

Comenzaron los días de encierro en las casas. La inquietud que causa la incertidumbre, el no saber el fin del confinamiento, el temor al contagio, a la muerte propia, de familiares, de amigos…

Muerte, que ocurre en soledad en centros hospitalarios, Residencias de Ancianos, domicilios, sin que los familiares puedan despedirse y acompañarles. Al principio las cifras de contagios y fallecidos se dan en ancianos. No hay datos aún de contagios ni muertes en personas más jóvenes. En las calles, en los primeros días, se observa a los jóvenes como si no fuera con ellos, algo, por otro lado, bastante comprensible, pues en la adolescencia y juventud, la percepción de riesgo no está presente. La muerte es algo que siempre les ocurre a otros.

Vamos sabiendo del colapso de las funerarias en algunas grandes ciudades, suspensión de velatorios, entierros masivos. Y de la falta de espacio en las morgue, que ha llevado a reconvertir lugares destinados al ocio, lugares de vida, con luces de neón y ambiente de diversión, en lugares de muerte, como el Palacio de Hielo de Madrid.

¿Esta pandemia nos ha retrotraído a una nueva forma de eugenesia? Cuando algunos países, entre ellos Holanda, ante el elevado número de muertes de ancianos en Italia y España por esta crisis sanitaria, hacen reproches en los medios, alegando que se ocupan demasiadas UCIs con gente mayor. F. Rosendaal, jefe de epidemiología en un centro médico de Leiden: “En Italia admiten demasiadas personas en las UCI que nosotros no incluiríamos, porque son demasiado viejas. Los ancianos tienen una posición muy diferente en la cultura italiana”.

Y en esas me encontré con este pensamiento en un personaje de ficción, una mujer mayor.

Hay algo en que los viejos superan a los jóvenes: en morir. A los viejos les atañe morir bien, mostrar a los que siguen cómo puede ser una buena muerte. En esa dirección va mi pensamiento. Me gustaría concentrarme en morir bien… Una buena muerte ocurre lejos, en algún lugar donde gente extraña se hace cargo de los restos mortales, gente que está en el negocio de las funerarias. De una buena muerte, uno se entera por telegrama…(1)

En fin, esta epidemia como un terremoto que ataca por sorpresa, que ha generado una crisis global de salud pública, y que nos afecta en tantos aspectos de la vida, ¿qué efectos tendrá? En las relaciones sociales y familiares, la salud, la muerte, la economía de los países, que algunas voces apuntan a una situación de recesión económica global y a penurias propias de postguerra. Las preguntas son muchas. ¿Qué efectos psicológicos?, ¿seremos los mismos después de ésto?, ¿saldremos a las calles como sobrevivientes de un naufragio colectivo?, ¿habrá pronto una vacuna?, ¿se encontrarán soluciones extraordinarias para un tiempo extraordinario y desconocido?

(1)  "Una mujer que envejece" de J.M. Coetzee, en Siete Cuentos Morales, Ed. Literatura Random House


Carmen Peces

Psicóloga-Psicoanalista.

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