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Aunque sea con diferentes grados de intensidad, según quién lo cuente y el aguante que tenga para soportar miradas furibundas, no creo que haya nadie que dude del carácter mundial de la pandemia en la que, todavía, vivimos. Sin embargo, sí parece que las consecuencias de la misma no se perciben con la misma gravedad. Ya desde un primer momento había quien opinaba que esto era algo más que una enfermedad muy extendida; que tendría consecuencias económicas y sociales gravísimas. Por otro lado, estaba quien se preguntaba qué habría que hacer, y cuánto costaría, “volver a la normalidad”. Unas cuantas semanas después, todavía hay quien se alinea en este segundo grupo.

Sin olvidar la urgencia de la crisis sanitaria que sigue siendo un problema enorme, alguien debería estar trabajando por el futuro inmediato de la población. Eso significa trabajo y, en esta situación, “trabajo” es modelo económico. ¿A qué se van a dedicar los supervivientes de esta catástrofe para no sucumbir a cualquier otra desgracia? Desde la desaparición de sus empleos a la pandemia como forma de vida. Hago la pregunta sin saber si existe algún organismo que esté trabajando en ese sentido. Si es así, me alegro porque ya hace mucha falta trazar un mapa económico – social para los meses y años venideros Revisable, por supuesto, pero un camino de reconstrucción es inaplazable. Hace mucho tiempo que organismos de este tipo, con distintos cometidos y personalidad jurídica, funcionan por el mundo. No son tan habituales por nuestros lares y estaría bien averiguar por qué, pero en otro momento. De lo que creo no hay duda, es de que esta es una ocasión pintiparada para empezar a constituir algunos si, insisto, no los hay. Por supuesto que no me estoy refiriendo ahora a los ámbitos estatales o superiores. Espero, deseo, más bien, que los responsables de la Unión Europea y de sus Estados miembro sean un poco más clarividentes y aprendan de sus errores. Lo deseo fervientemente por la cuenta que nos trae a todos. Confianza, ya tengo menos. Es por eso, y por lo importante que en este desafío tiene la escala local, por lo que creo es imprescindible que la renovación parta también desde los ayuntamientos.

En los últimos días he leído dos noticias que me han dejado la sensación de que “todo volverá a la normalidad” es, más que una creencia, una realidad bien instalada en ciertos ámbitos. Por desgracia, de decisión. Me refiero a la reunión mantenida la semana pasada por el ayuntamiento de Sigüenza y CEOE-CEPYME de Guadalajara y la presentación esta semana de la estrategia SUMA (Simplificación del Urbanismo y Medidas Administrativas) por parte del gobierno regional.

Con respecto a la primera, no dudo de la pertinencia de conseguir ayudas que intenten paliar una situación de emergencia. Lo que no queda tan claro es el horizonte de dichas ayudas. Por las declaraciones que aparecen de las dos responsables de dichas instituciones su percepción del problema es a muy corto plazo. Porque, dice la noticia, “A medio plazo, la intención coincidente de CEOE-CEPYME y Ayuntamiento es desarrollar un plan de dinamización del consumo interior, así como acciones promocionales destinadas a aprovechar la corriente del turismo interior, que, previsiblemente, será el primero que despierte tras la crisis sanitaria”. Si el medio plazo al que se refieren es este verano, no parece muy realista. Dicho sea desde la perspectiva de la segunda quincena de abril. Por otro lado, ¿a cuánto ascienden las ayudas?, ¿quién las puede solicitar?, ¿por cuánto tiempo se pueden mantener?, ¿son a fondo perdido?, ¿quién corre con los gastos? Todos esos datos son importantes para saber cuál será su recorrido y previsible vida útil.

Con respecto a la segunda reunión a la que hacía referencia antes, la presentación, por parte del gobierno regional, de la estrategia SUMA (Simplificación del Urbanismo y Medidas Administrativas) la noticia recogía que esta “planifica el escenario de reactivación económica y de empleo y el desarrollo de los pequeños municipios tras el levantamiento del estado de alarma”. Según esa declaración, la economía, su reactivación, el empleo consiguiente, y el desarrollo de los pequeños municipios depende del sector de la construcción. Para que no quede ninguna duda, el consejero de Fomento añadió que la Junta va a publicar más de veinte medidas para “simplificar y agilizar trámites, eliminar trabas o requisitos superfluos con el fin de que las empresas se instalen o amplíen instalaciones, y se reactive el sector de la construcción de la vivienda, especialmente, en pueblos pequeños”. Lo cual sugiere algunas preguntas. Si la reactivación económica y el desarrollo de tantos pueblos estaban obstaculizados por complejos y torpes trámites, trabas y requisitos superfluos, ¿por qué no se eliminaron antes?, ¿por qué no se aprovecharon tantas reuniones y llamadas a solucionar el éxodo rural?, ¿por qué en este momento de catástrofe sin precedentes?

Vuelvo a decir que bienvenidas sean las ayudas. Pero, como siempre, no olvidemos que todas son apoyos temporales y, por lo general, cortos o muy cortos. Es necesario plantearse seriamente, y con prisas, la viabilidad (ya antes puesta en cuestión) de un modelo económico basado, casi en exclusiva, en el sector servicios. Como el de España en general, y de Sigüenza en particular. En la medida de sus posibilidades y competencias varias el ayuntamiento debería (en colaboración con otras instancias) estudiar alternativas. Igual que propuso (no sé si llegó a constituirse) una comisión de expertos de cara a la candidatura de la ciudad como patrimonio mundial de la UNESCO, ahora debería hacer algo parecido.

 

Reinventarse ya no es una opción, es supervivencia.

El momento ya no es luego, es ahora mismo

 

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