Luis Lozano Ortega

Desde el pequeño astillero de bahía Níspero, oculto de las miradas de Santiago, aprovechando las últimas horas de la noche se hacen a la mar los pequeños torpederos submarinos de la flotilla “Monturiol”: el S-1 Almirante Beránger, el S-2 Artillero Fernández Fret, el S-3 Comandante Ruiz del Árbol, al mando de su inventor, el capitán de fragata Isaac Peral.

Siguiendo aguas a la capitana, navegan propulsados por los motores eléctricos, a profundidad de torreta mediante el sistema de hélice vertical, siguiendo un rumbo exacto marcado por la aguja compensada de la brújula, buscando el canal de salida de la gran bahía donde se ordena inmersión a diez metros, inundando los tanques de trimado dotados de bombas de achique, ocultos en el interior del casco de acero, dejando a estribor el Bajo Diamante y a babor el Fuerte del Morro.

Enfrente los acorazados Brooklyn, Oregon, Texas, Iowa, Indiana, New York, y los auxiliares Vixen y Hist, y el minador Resolute, faltando el Ericsson y el Gloucester que levantaron el sitio para ir a proteger las ciudades de Miami y Nueva York que han sido cañoneadas por la flotilla de destructores españoles mandada por su inventor, el capitán de navío Fernando Villaamil, según el plan del jefe del estado mayor de la escuadra del almirante Cervera, el capitán de navío Joaquín González Bustamante, en el cual, los destructores vuelven a toda máquina para iniciar el combate con un ataque nocturno con torpedos, precediendo a los submarinos, que arman uno de sus tres torpedos de propulsión eléctrica en el tubo lanzatorpedos situado a proa.

Justo antes del amanecer y siguiendo el plan de Bustamante, sale la flota desde Santiago, el Cristóbal Colón, Vizcaya, Almirante Oquendo y el buque insignia, Infanta María Teresa, y enfila el canal principal para salir escalonadamente y dificultar los impactos, virando a estribor para disparar en batería sobre el enemigo.

Se fijan los aparatos a profundidad de periscopio, a tres metros, renovando el aire por los tubos adosados a este y se marca la navegación para el combate, calculando el rumbo y velocidad del buque enemigo.

¡Paren máquinas! El jefe de máquinas para. Ya detenido, el submarino permanece en inmersión; la atmósfera dentro del barco es muy saludable y el ambiente entre la tripulación, excelente.

A trescientos metros del blanco se marca el rumbo del torpedo y se da la orden de fuego.

Un cilindro negro sale de la proa del submarino, dejando un surco de espuma que se dirige al blanco.

Tres meses antes se había ensayado el ataque en Filipinas, en Cavite, con la flotilla de torpederos submarinos, S-4 José Martí, S-5 Simón Bolívar y el S-6 San Martín, consiguiendo hundir gran parte de la flota enemiga, el resto huyó.

 

Luis Lozano Ortega

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