En Sigüenza tenemos la costumbre de respetar las piedras. No es por creencia animista ni por ninguna postura filosófica posmoderna. Es mucho más mundano: con el tiempo hemos aprendido que comemos de ellas. Hay excepciones, cómo no. Algunas pintadas de aerosol en la Visera de la Pinarilla, también alguna en la barbacana de la Alameda u otras viejas en varias rocas del Pinar. Hay herrajes, cables, aparatos, alguno reciente como lo de la fibra óptica, en las mamposterías del casco histórico que afean el conjunto, o señalética mal emplazada y unas cuantas cosas más. Cosas menores algunas que se pueden solucionar con relativamente poca inversión, u otras, como lo del cableado, que son palabras mayores. Se agradece en este sentido el reciente enterrado de un tramo detrás de la puerta del Toril, otro buen paso en un camino que parece aún largo.
La cuestión es que, vivir de las piedras, material a todas luces indigerible, no es nada fácil. A pesar de su dureza son tan frágiles que una mala decisión puede arriesgar el seguir viviendo de ellas. Hay dos opciones. Explotarlas a su costa, es decir, con merma del objeto en sí. O utilizarlas como excusa, respetándolas en su integridad, creativamente. No tendría sentido por ejemplo vender los sillares de la catedral. Sería un negocio fácil, muy rentable un tiempo, pero pésimo a largo plazo. De igual modo nadie pondría cables, tirolinas, escalas, pasarelas, vías ferratas de escalada, enlazando las torres catedralicias, ascendiendo por la del Gallo, permitiendo el deambulaje antinatura por fachadas y contrafuertes, incitando al trepado por los tejados de las bóvedas de ingentes masas de turistas. Hay algún ave interesante anidando en los recovecos de nuestro monumento esencial que sufriría, como un par de cernícalos o unas chovas, y sin duda se afearía el edificio con los cables y herrajes. Cosas menores, se podría pensar, ante una atracción para la escalada y el “turismo activo” de semejante calibre. Y sin embargo, un escalofrío de que no sería correcto, imagino, recorrerá el espinazo del lector pensando en la idea. Se puede percibir que eso transformaría la catedral en “otra cosa”. No es vender los sillares, pero se aproxima.
Podemos apostar por un modelo turístico reduccionista de “parque de atracciones”, que excluye casi todo lo demás, o por otro de incitar a la admiración y disfrute del patrimonio, que no lo dilapida ni cierra sus posibilidades. Por explotar y agotar las piedras o por usarlas como excusa. Preservando por pura supervivencia: para seguir sacando partido. Hay rumores de que se está barajando hacer algo parecido a lo imaginado antes para la catedral con la Peña del Huso y los extraordinarios farallones del Oasis y campamento del Pinar. Una especie de atracción de la escalada amateur, con elementos del tipo de los citados en la hipótesis del monumento catedralicio. He dudado sobre la pertinencia de escribir este artículo. Puede parecer cuestionar una posible acción de un equipo de gobierno que está trabajando con toda su buena voluntad por Sigüenza, como hace todo el que asume las dificultades de estar dando la cara en el consistorio. Pero me veo en la obligación de sacarlo, y quiero que vaya esto por delante. Entiendo que el tema es importante como para afectar a nuestro modo de vida y que debe ser llevado a la opinión pública antes de dar un paso irreversible. Es en ese espíritu constructivo en el que expongo aquí mi criterio al respecto.
Peña del Huso. Pintura del autor.
Si digo que la Peña de Huso y las rocas del Oasis son otro de nuestros monumentos esenciales, con todas las letras, seguramente estará de acuerdo casi toda persona vinculada a Sigüenza. Reconocido por propios y extraños, se trata de un entorno de gran singularidad paisajística incluido en el Lugar de Interés Geológico internacional del Anticlinal de Sigüenza, como recoge el Instituto Geológico y Minero. Los rumores hablan de una infraestructura acaparadora del lugar, con aparejos permanentes, que abarcaría todo el entorno del campamento desde antes de la propia Peña del Huso, cables que unen por el aire a esta con las rocas, etc. Una transformación para un uso muy concreto, quizá excluyente de otros en el largo plazo. Hemos visto en muchos lugares la naturaleza de ese tipo de turismo de “trepar por las piedras”: saturar un lugar unas horas, comerse el bocadillo, crear obligaciones de gestión de residuos, aparcamiento, etc., e irse sin dejar nada o casi nada en el lugar. En nuestro territorio tenemos el caso de la Hoz de Viana, que se señaló como zona de escalada por particulares ajenos aprovechando vacíos legales, hoy acaparada por hordas acampadoras totalmente desvinculadas del territorio. Lo llevan sufriendo en la sierra de Madrid desde hace años, junto con otros deportes masificados, donde hay cada vez más hastío de vecinos, de alcaldes, de gestores de espacios naturales. O véase el caso del Rodenal de Albarracín, paisaje similar al del Oasis y verdaderas “orejas del lobo”, donde van a tener que poner limites de cupo para los “trepadores”, cosa que estos, dueños ya del lugar, han aceptado con una condición: que se ponga cupo también a paseantes, seteros, fotógrafos, deportistas o vecinos en general. Una verdadera expropiación del lugar por usuarios ajenos.
Hay que pensar si merecen la pena iniciativas quizá irreversibles, con poco rédito real y más generadoras de problemas que de otra cosa. En Sigüenza, aún estamos a tiempo de mirar la experiencia de otros para no cometer los mismos errores. Ante la duda, siempre será preferible no dar ningún paso que pueda comprometer nuestras frágiles potencialidades y reservarse para otras iniciativas más seguras. Porque no se trata solo de turismo. El éxito de un territorio es ante todo sus habitantes, y los propios o los que puedan venir lo que demandaremos será ante todo calidad de vida, en la cuál un patrimonio en estado digno de ser disfrutado es una variable cada vez más importante. Los monumentos naturales y paisajísticos de la categoría del entorno de la Peña del Huso, en un lugar de paseo preferente de todos los seguntinos, son parte esencial de ese tipo de valores. No parece razonable arriesgar su potencial limitación para usos cotidianos o para inspirar a un potencial turismo de calidad solo por el beneficio de una minoría.
Julio Álvarez Jiménez
Imagen: J.A.