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Hace unos meses apareció “La España en la que nunca pasa nada. Periferias, territorios intermedios y ciudades medias y pequeñas”; su autor, Sergio Andrés Cabello sociólogo riojano. Es este un libro pertinente por varias razones. Por cambiar el foco de atención desde el (des)poblamiento de parte de la España rural. Sin obviarlo ni olvidarlo, pero trascendiendo la espiral de abandonada, vacía, vaciada*…etc. Pero tampoco mirando a las grandes urbes. Es en las periferias, en las ciudades medias y pequeñas, donde el autor se fija. También porque su análisis pone de manifiesto una realidad compleja que se encuentra en una encrucijada de ámbito planetario. De la que conviene ser conscientes porque no está a punto de llegar, sino que hace tiempo que está aquí. No es el primero en presentar el problema, pero sí puede que sea una novedad para muchos. Ignorar el asunto es algo que no se pueden permitir quienes tienen responsabilidades políticas, administrativas y económicas.

 

Es ahí, en las ciudades medias y pequeñas, en su definición y preparación económica, donde se están jugando el futuro las sociedades como la nuestra y lo hace el planeta en su conjunto. La dicotomía no está entre mundo urbano y mundo rural, sino entre metrópolis y el resto. Las grandes urbes, como centros de poder que son, usando el símil deportivo, “juegan en otra liga”. Mantendrán y aumentarán su importancia, en pugna con sus semejantes, pero, soportadas, apoyadas, por el tejido que formen las ciudades medianas y pequeñas de su territorio de influencia y estas, a su vez, por el suyo. Por eso es necesario saber qué modelo económico y territorial se quiere construir. Porque hay que hacerlo o ser arrastrado por el que venga. Ya no estamos hablando de regiones ni de la oposición campo-ciudad, sino de continentes y del planeta. Necesitamos, como sociedad, ser conscientes de qué papel juegan, y de cual se pretende que jueguen, los actuales Estados, y sus agrupaciones como la Unión Europea. Pero, para incluir alternativas en el guión que ya se está escribiendo, hay que ser autores, no sólo intérpretes.

Almazán.

El concepto de “ciudades medias” es difícil de delimitar. Porque es una mezcla, con distintos ingredientes y cantidades de cada uno, y cada lugar tiene personalidad propia. La caracterización va a depender de aspectos numéricos (número de habitantes), administrativos (cabecera comarcal, provincial, regional) o económicos (cabecera comercial, laboral). Así podríamos incluir en la categoría localidades con un amplísimo rango de cifras de habitantes y poblaciones con indiscutible influencia que no son capitales de nada. Son los núcleos que están entre las grandes ciudades y los pequeños municipios rurales. Una especie de clase media municipal. Los que, en el caso español, trataron de emular y alcanzar a las grandes ciudades en las últimas décadas del siglo XX. Esas que crecieron con la industrialización, primero, y el sector servicios después. Los mismos que, en los años 80 y 90, empezaron a reivindicar su pequeño tamaño, como ventaja, sin renunciar a determinadas comodidades y servicios. En algunos casos, coincidiendo con cambios políticos y administrativos, algunas de esas ciudades estrenaban condición de capitales de comunidades autónomas. En otras, cierta pujanza económica les permitía incluir servicios y mejoras urbanas que las asemejaran a sus modelos: auditorios y teatros, puentes, rotondas y circunvalaciones, parques que anunciaran modernidad…Todo de firma, eso sí.

¿Cómo es ahora una foto de esos lugares? Un cascarón muy brillante con serios desperfectos en el esqueleto. Una piel muy maquillada que cubre, con sus parques modernos, sus plazas y monumentos iluminados hasta la ceguera por saturación, una estructura social que se soporta en jubilados, funcionarios y trabajadores del sector servicios. Sin embargo, no es algo que pase desapercibido. Apuntalar ese sistema es lo que se propone, desde algunas instancias oficiales, como solución, por ejemplo, a los problemas del mundo rural: bonificar la residencia de funcionarios, radicar servicios oficiales fuera de las ciudades y turismo. La varita mágica del turismo.

Sigüenza.

El problema, para ese modelo fin de siglo, fue que la entrada en el XXI no trajo continuidad sino todo lo contrario. Como consecuencia, se produjo una polarización, en todo el mundo, y las sociedades se empezaron a retraer hacia los extremos dejando un hueco, cada vez más grande, en el centro. El lugar que ocupaban, socialmente, las clases medias; territorialmente, las ciudades pequeñas y medianas; política y económicamente, las potencias medias. Como España. Desmantelada la industria, y con alta dependencia del turismo, la necesidad de diseñar un presente viable para poder tener futuro es una tarea que debería estar en marcha hace tiempo. Así, el primer problema a resolver ahora mismo no es la denominada despoblación rural, por sí misma y como fin último, si no qué hacer con todos los núcleos de población. Para lo cual es imprescindible contar con las ciudades medianas y pequeñas. Con Madrid y Barcelona, también. Pero estas son mucho más que los municipios con ese nombre. En el caso de Madrid, por ejemplo, hay que incluir un área de 70 km. de radio a su alrededor.

Sigüenza es una ciudad pequeña porque, como se ha dicho antes, para la caracterización no es necesario cumplir con un perfil cerrado. Se trata, más bien, del espíritu y la personalidad del lugar que han ido cincelando el tiempo y la vida. De lo que se haga ahora dependerá el modelo de ciudad y su forma de estar en el mundo. Una acción que tiene sus riesgos porque el futuro no lo conoce nadie. Pero peor es trabajar para conseguir ahora lo que ya se ha demostrado que es un camino condenado al fracaso.

* Con relación a estos términos, tengo que recordar un artículo de Josefina Gómez Mendoza en el que pedía que nos olvidáramos (con nulo éxito, hay que decirlo) del vacía y del aún peor vaciada, de “resonancia ginecológica”.

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