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Cuando la Junta de Comunidades contestó con aquel matiz de desprecio, a los seguntinos y a su historia, a la solicitud de que la Alameda de Sigüenza fuera protegida como Bien de Interés Cultural (BIC) bajo la categoría de Jardín Histórico, comprendimos que se usaría toda excusa, válida o no, para imponer el proyecto de remodelación que estaba sobre la mesa. Aquel “no queda claro que el inmueble reúna de forma singular, sobresaliente o relevante alguno de los valores” que justificarían su declaración como BIC sonó como una bofetada. Salta a la vista que en los más de setecientos BICs de Castilla-La Mancha, una región por lo demás deficitaria en estas declaraciones en el contexto nacional, hay bastantes que lo han merecido con muchos menos “valores relevantes”. Tampoco es verdad que la Alameda esté “perfectamente protegida desde el punto de vista del Patrimonio Cultural” por situarse en un casco histórico protegido. De ser eso suficiente, no habría sido necesario declarar como BICs individuales la Catedral o el Castillo, o no se hubieran declarado, por ejemplo, cerca de un centenar en la ciudad de Toledo, donde además de estar protegido el casco, son BICs dentro de él la Alhóndiga, el Ayuntamiento, el Alcázar, el Casino, la casa de las Cadenas, y tantos otros, muchos de ellos equiparables a edificios seguntinos que debieran ser BIC desde hace tiempo, como la Casa del Doncel, Santiago, San Vicente, Nuestra Señora de los Huertos, la antigua Universidad, etc., una lista considerable que se podría hacer sin grandes justificaciones, incluido, por supuesto, nuestro jardín fundamental. Solo hay un BIC en la categoría de Jardín Histórico en Castilla-La Mancha (Talavera), un tipo que implica reglas específicas, distintas a las aplicables a edificios. ¿Era tanto pedir que nuestro jardín primario, uno de los que mejor han mantenido su espíritu y estructura histórica, uno de los pocos todavía auténticos, fuera protegido con una figura legal que garantizara sus valores y que guiara cualquier restauración, jamás “remodelación”, antes de plantear cualquier propuesta? ¿Es más importante firmar coyunturalmente una placa y cortar una cinta a tiempo que el extenso devenir histórico que nos precede y nos alimenta?

Muchas cosas han pasado desde que al final del otoño pasado saltaron las alarmas y desde que se presentó por ciudadanos seguntinos, en abril, la solicitud de BIC, ante el desarrollo que estaba llevando la preparación apresurada de la remodelación. La aprobación en el pleno de junio de un proyecto agresivo, sin transparencia ciudadana ni previa consulta pública en la que habrían podido aportar dentro de un trámite legal no solo los seguntinos, primeros afectados, sino expertos en jardines históricos de todo el país, como no merece menos un espacio de esa categoría, fue la constatación de que se quería actuar con prisas y sin aplicar las garantías debidas. El desenlace, a fecha de esta última semana de octubre de 2021, es el anuncio por la Junta de la licitación del aquel proyecto apresurado de junio que pretende reescribir la Alameda “con lenguaje del siglo XXI” (frase del propio proyecto). La imposición de un proyecto que en nada ha tenido en cuenta la voz y argumentos de muchas y variadas personas y organizaciones concernidas y preocupadas.

Se hubiera podido hacer correctamente incluso desde un punto de vista electoral. Primero, se protege el bien demostrando ser coherente con la campaña por el Patrimonio de la Humanidad, que requiere, dicho sea de paso, de la declaración de muchos más BICs que los existentes. Después, se redacta un buen proyecto con un equipo multidisciplinar de categoría nacional y se hacen las cosas con las salvaguardas debidas, como no merece menos nuestra Alameda. Y consigues una restauración modélica digna de ser citada como ejemplo dentro de un abanico todavía escaso, en ese sentido, en el contexto del país. Una suma para el prestigio de nuestra ciudad en lugar de una pérdida de autenticidad y atractivo. Un par de años más o menos parece poca cosa ante un espacio que nos acompaña desde hace más de 200 años.

A mí, seguntino que, como todos, he crecido prácticamente a la sombra de la Alameda, con los cinco sentidos puestos en el carácter genuino de nuestro “jardín recio” (Alberto Pérez dixit, el cantante) que nos conecta esencialmente con las generaciones anteriores, lo único que me produce todo esto es una profunda tristeza. Nada de lo escrito es personal hacia nadie, como algunos convecinos a los que aprecio han parecido sugerir públicamente. Todos tenemos cosas más edificantes que hacer y las ganas mínimas de riesgo de conflicto. Lo dicho surge de la impotencia de saberse en vísperas de ser agredido en lo profundo, producto de lo que se siente como necesario. Queriendo ser justo, sé que todo esto solo es un producto más de nuestro lamentable diseño institucional, en el que la canalización de las necesidades de la gobernados dista mucho de lo deseable. Nos queda la documentación del estado previo a la transformación de la Alameda de nuestra niñez, que está siendo realizada por ciudadanos independientes. Porque estoy seguro, como ha pasado en muchos jardines históricos europeos, donde se han revertido remodelaciones realizadas en los 80 y 90 recuperando el sentido histórico original, que algún político sensible, en un futuro menos banal, devolverá las cosas a su estado debido. Tal vez, esa es la tristeza, cuando todos nosotros ya hayamos muerto.


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