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Un año después del cambio de iluminación en la Plaza Mayor, se acaba de inaugurar el de la Catedral. Aunque sobre gustos jamás nos pondremos de acuerdo, también hay aspectos más o menos objetivos que se pueden señalar. Voy a explicar mi parecer esencialmente como aficionado a la fotografía nocturna. Entrar en el detalle requeriría de muchas fotos y un artículo más extenso, que dejamos para la versión digital.

Vista general de la catedral con la iluminación antigua (izda) y nueva (dcha, iluminación de fin de semana).

Globalmente, la nueva iluminación de la Catedral tiene una tonalidad más cálida que la anterior, una intensidad media ligeramente inferior, y los que la han diseñado, un equipo multidisciplinar de expertos reconocidos, han creado cierto juego de variaciones alrededor de las ventanas del crucero, linterna y naves que resulta placentera. La iluminación en las torres principales ahora llega bien hasta arriba, donde siempre faltó algo de luminosidad que se acusaba en las fotos, y se han vuelto a iluminar partes en la zona del crucero que estaban a oscuras, así como la girola. Tengo entendido que hubo en el pasado alguna avería no reparada que privó de luz a la girola y quizá otras partes. Todos estos aspectos resultan positivos desde un punto de vista estético, y además, objetivamente, facilitan el trabajo del fotógrafo aficionado. Debo añadir que la anterior iluminación que hemos disfrutado durante unos 25 años era notable, creada en tiempos de Octavio Puertas, realizada por electricistas locales sin más guía que la de su propia intuición. De justicia es por tanto reconocer su mérito así como agradecer todos estos años de servicio.

La girola tiene otro estilo y sale sobreexpuesta. Iluminación fin de semana.

Hay sin embargo un aspecto que tiende a ponerse de moda en distintos lugares y que resulta, a mi entender, y hablando como fotógrafo aficionado, un error. La variedad de dispositivos LED permite muchas posibilidades. Entre otras, colocar pequeñas luminarias cerca de la propia piedra en lugar de bañar en luz desde lejos. Mi opinión es que se abusa de este efecto por el exceso de contrastes que genera, muy difícilmente tratables en una fotografía. En la Catedral, la nueva iluminación concentrada de las tres portadas del atrio tiene una intensidad muy superior al resto. Es imposible en una foto exponer la fachada principal y las portadas sin que una salga demasiado oscura o bien las otras completamente sobreexpuestas (quemadas). En las futuras fotos de los turistas, las que subirán a Instagram y en las que otros futuros turistas se fijarán en nuestra ciudad, en lugar de verse realzadas esas arcadas y columnillas, lo que saldrá es un borrón de luz. Algo parecido pasa con la girola. Es notable el efecto que se ha conseguido iluminando cuidadosamente los ventanales desde abajo, un trabajo de precisión que habla de cómo los que lo han diseñando dominan los aspectos técnicos. Pero ese efecto es interesante solo si se mira la girola aisladamente. Cuando se ve el conjunto, esta parece ser parte de otro edificio. El estilo de iluminación es completamente distinto, cosa que choca desde cualquier perspectiva (detrás del Toril o desde la Plaza). Y el contraste resulta excesivo. Imposible exponer correctamente en la misma foto el crucero y la torre del gallo a la vez que la girola. En ambos casos, portadas del atrio y girola, la solución más "fotogénica" hubiera sido bañar en luz desde lejos con la misma intensidad que el resto. Soluciones sencillas para monumentos que no requieren de ninguna artificiosidad para mostrar todo su esplendor por sí mismos.

En cuanto a la iluminación de la Plaza Mayor, global y estéticamente, y lamento tener que decirlo ya que el esfuerzo realizado para llegar a la actual iluminación es notable, me parece un exceso innecesario. Ese tipo de iluminación se entendería para alguna de las más grandes plazas del país, y quizá ni eso, pero no en una modesta, aún bellísima, plaza de pequeña y austera ciudad serrana. Con las antiguas y tristemente desaparecidas farolas, que estaban en su sitio desde el siglo XIX, con mucha menos intensidad de luz pero mejor repartida al ser más difusa (el LED tiene una luz dura y concentrada), era posible hacer fotos nocturnas de una gran sutileza, como han demostrado los más notables fotógrafos locales a lo largo de los años. Ahora todo es contraste excesivo hasta el punto de rozar la estridencia, arcos sobreiluminados en las fotos, sombras proyectadas hacia arriba que rompen las formas naturales de los elementos (dinteles por ejemplo, o las propias mamposterías, que ahora parecen grutescos, etc.) Cuando la iluminación es la protagonista y no el monumento en sí podemos pensar que algo no está bien, sin poner en duda ni por un momento la competencia del equipo técnico. Desgraciadamente es, como digo, la tendencia en muchos sitios. Afortunadamente aún no en los más exquisitamente tratados del extranjero y de algunos pequeños municipios españoles, que no vamos a citar ahora y que son, a mi entender, los ejemplos en los que deberíamos fijarnos.

Plaza Mayor: arcos sobreexpuestos y juego de sombras no natural. Iluminación fin de semana.

Hay otro aspecto que quisiera reseñar. Hemos pasado de un tipo de iluminación para todos los días a una en dos fases: de lunes a jueves y fin de semana. Los diseños completos, tanto en la Plaza como en la Catedral, solo se pueden apreciar el fin de semana. El resto de los días se apaga la mayor parte para ahorrar electricidad. Entre semana, la fachada principal y la torre del gallo, entre otras zonas, quedan prácticamente a oscuras, lo que unido a la sobreiluminación de portadas y girola, que se mantiene, hace imposible hacer una foto que muestre correctamente el monumento. En la Plaza, se iluminan entre semana esencialmente la parte inferior, interior de los soportales y focos-apliques dirigidos hacia abajo que sustituyen a las viejas farolas, a veces también los potentes focos de los aleros del lado Este, que deslumbran al ojo y al objetivo (entre semana y en fin de semana). Si se intenta exponer correctamente, en las fotos sale solo media plaza, por decirlo de algún modo, la mitad superior de las fachadas prácticamente a oscuras. Hay entre semana una afluencia cada vez mayor de ese visitante sensible que busca alejarse del turismo de masas. El viejo sueño de que haya visitas todos los días se va materializando, una tendencia que empezó hacia 2007 o 2008, no solo en Sigüenza, en toda España. Algunos de esos viajeros no dudarán en sacar el trípode para lograr una buena toma sin las mesas y sillas de las terrazas, en el ambiente sugerente de la ciudad dormida. Una imagen pensada y trabajada, de una calidad muy distinta a la del móvil ocasional, que irá a las redes sociales como exquisito cartel gratuito para Sigüenza. Ese visitante amante de lo auténtico, que puede incluso llegar a enamorarse de una pequeña ciudad histórica castellana y, quien sabe, comprar y restaurar una vieja casa o incluso venirse a vivir. Constantemente hablamos de lucha contra el despoblamiento y de turismo de calidad. Lamentablemente, apagar la luz entre semana va en contra de ambas cosas. Quizá lo razonable sería ahorrar de otros sitios. Sobre todo ahora que ya todo son eficaces y sostenibles dispositivos LED.

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