Hay al menos un seguntino que, al romper el alba, se encamina todas las mañanas hacia Barbatona. En su trayecto de ida y vuelta tiene la oportunidad de contemplar unas canteras de las que, verosímilmente, proceden los sillares de la barbacana de La Alameda, y no me refiero a las aledañas a la carreterilla del Conde. En ellas se aprecian sin dificultad los trabajos de los canteros que extrajeron de la roca los bloques de piedra a los que dieron forma. Acudían a estos lugares acompañados de choclas, mandarrias, mazos, cortafríos, gradinas, escodas, picolas, mazos y macetas. Cuñas y hielo podían facilitarles el trabajo. Una actividad tradicional que en la actualidad está casi perdida, a pesar de que forma parte de nuestro patrimonio cultural.
El concepto de patrimonio histórico o, como se prefiere ahora, cultural no es una mera noción administrativa, ni su reconocimiento depende de la decisión de una institución pública. Es mucho más. Forma parte sustantiva de cualquier pueblo, en cuanto sin él no sería lo que es. Sigüenza no puede comprenderse sin sus canteros, ni puede limitarse su recuerdo a las marcas que contemplamos en la catedral.
Canteros levantaron con sillares la antigua Universidad, el seminario tridentino, la casa de los Vázquez de Arce o numerosas fachadas de nuestras calles medievales, modernas y del barrio de San Roque, incluido el palacio de Infantes. También tallaron los sillares de la barbacana de La Alameda, las pirámides que sujetan las cuatro granadas, las columnas de la entrada principal, la puerta conmemorativa de su inauguración y los elementos más singulares de la plaza de las Cruces. En todas estas piedras y muchas más dejaron su huella anónima, hasta ahora casi indeleble. La barbacana ha presenciado en sus más de dos siglos acontecimientos bélicos y ha soportado, casi impertérrita, heladas y tormentas. Pero no el daño de una máquina conocida como radial.
En un número anterior de La Plazuela transcribía un pasaje de la Memoria descriptiva y justificativa del denominado proyecto de «Remodelación y mejora del Parque de la Alameda en Sigüenza», que me permito recordar: «Se consideran elementos arquitectónicos, escultóricos o decorativos de valor histórico los siguientes: la barbacana en todo su perímetro con sus accesos… Todos estos elementos, realizados en piedra, se limpiarán y restaurarán, tratando de devolverles su esplendor originario. Su ejecución se hará por parte de personas especializadas en este trabajo». ¿Es una persona especializada la que corta con una radial un bloque de piedra de una barbacana con más de dos siglos de antigüedad? ¿La apertura de dos vanos en ella, que figuran en los planos, pero a los que no se alude en dicha Memoria, es un trabajo de limpieza y restauración? Resulta evidente que la respuesta a ambas preguntas es la negativa.
Por si lo anterior no bastara, señala dicho documento que «se tendrá especial cuidado en la restauración de los elementos existentes en el parque, realizados en piedra y cuya construcción, en general, data de los primeros tiempos de la urbanización del parque». ¿Se ha tenido «especial cuidado» abriendo ambos vanos? ¿Estos vanos tienen por finalidad la restauración de un elemento de piedra que forma parte de La Alameda desde los primeros momentos de su urbanización?
En los apartados de Mediciones y Presupuesto de la citada Memoria podemos leer: «Limpieza en seco realizada a mano y bajo la supervisión de equipo de arqueología de piezas de cantería histórica, mediante la eliminación manual de manera tan minuciosa y profunda como sea preciso para que la intervención pueda ser controlada en todo momento, con brochas de cerda suave, cepillos de raíces, espátulas de madera (para evitar dañar los morteros originales), etc. de aquellos residuos dañinos cuya presencia contribuye al daño estético del objeto, al distorsionar su visión, y acelerar su deterioro por aumento de la hidroscopicidad del monumento, por tanto responde a una doble finalidad: de una parte eliminar sustancias peligrosas para la integridad de la obra y en segundo lugar preparar las superficies para los tratamientos posteriores». Desconozco quiénes han formado parte del equipo de arqueología o si, como se indica en la repetida Memoria, esa operación ha sido realizada por un especialista en reintegraciones e injertos, un oficial de segunda y un peón especializado, porque la imagen que ha quedado para el recuerdo es la de un obrero cortando un sillar en tres partes mediante una radial.
En mi opinión, el empleo de tal herramienta mecánica no responde a la finalidad de restauración ni buscaba devolver su esplendor originario a la barbacana de La Alameda. El respeto a nuestro patrimonio cultural exigía, y exige, mucho más, salvo que queramos perder nuestras señas de identidad.
Cuanto hasta aquí he expuesto hay que aplicarlo a la ocurrencia –que es una calificación muy generosa– hecha con algunos bancos. Sobre ellos, y en particular sobre los reubicados de cinco ménsulas, escribí en este periódico hace más de un año. En él reproduje parcialmente el art. 28.1 de la Ley 4/2013, de 16 de mayo, de Patrimonio Cultural de Castilla-La Mancha, en el que se establece que cualquier intervención en los bienes inmuebles estará sujeta al criterio básico de la «mínima intervención, con el objeto de asegurar la conservación y adecuada transmisión de los valores del bien». Como complemento a esta exigencia, el apartado b) añade que «se respetará la información histórica, los materiales tradicionales, los métodos de construcción y las características esenciales del bien, sin perjuicio de que pueda autorizarse el uso de elementos, técnicas y materiales actuales para la mejor conservación del mismo». Su apartado c) agrega que «se conservarán las características volumétricas, estéticas, ornamentales y espaciales del inmueble, así como las aportaciones de distintas épocas. La eliminación de alguna de ellas deberá estar claramente documentada y convenientemente justificada en orden a la adecuada conservación de los bienes afectados». Los pies que se han puesto a algunos de los bancos –los que eran de un bloque pétreo– no responden a los materiales tradicionales, método de construcción ni características de estos, y no digamos el color. Existen en la actualidad materiales y procedimientos para respetar las características estéticas de esos bancos con más de dos siglos de antigüedad, pues basta emplear técnicas y componentes ya utilizados, con buenos resultados, en diferentes monumentos para su mejor conservación.
Llegado el caso, espero, deseo fervientemente, que en las columnas de entrada, pirámides y granadas de La Alameda y en los elementos de piedra de la placita de las Cruces no se empleen chorros de arena, radiales u otros artilugios mecánicos actuales. Existen métodos de restauración mucho más respetuosos con las características de estas piedras emblemáticas, que son uno de los signos de identidad seguntinos y que nos han venido diferenciado de otros lugares sin una historia tan singular.
Los canteros anónimos que durante siglos trabajaron en Sigüenza tendrían, sin duda, mejor solución que la empleada hoy en la barbacana y en algunos bancos de La Alameda. Sus técnicas nos han permitido disfrutar de una ciudad levantada en piedra desde sus orígenes y en la que no podemos dar valor a lo feo o antiestético. Su trabajo forma parte de nuestro patrimonio cultural, no renunciemos a él.
Del mismo autor:
Una barandilla y 126 bolardos.
Unos bancos con cinco ménsulas.