Lorca se tuvo que ir a Nueva York para escribir su “Oda a Walt Whitman”, enorme poema tildado por algunos, con incierto análisis, de homófobo. El poema repudia lo superficial frente a lo auténtico y se puede entender como una denuncia de la hipocresía, entre otras lecturas posibles. Lógicamente, tratándose de Lorca, no puede tratarse de homofobia. La elegancia del texto radica en lo que dice pero, sobre todo, en lo que no dice. Forma clásica de expresarse en un ambiente de vigilancia ideológica, sea impuesta desde el poder o lo sea socialmente. Seguramente Federico necesitó salir de España, no tanto para escribirlo, sino para imaginarlo. La censura más eficiente es la que impide pensar mediante el monopolio del discurso y la fuerza insensible de la costumbre. Muerto el juicio propio, se acaba la resistencia. Dos y dos igual a cinco, diría un Orwell que se irguiere sobre sus huesos para comprobar, asombrado, cuán corto se quedó. Porque lo lamentable es que en esas estamos en este momento peligroso de la historia. Y esta vez son poderes nunca antes desplegados los que nos llevan a tal estado de cosas. La gran batalla, lo ha llamado Marc Vidal, con quien estoy plenamente de acuerdo.

Podemos hablar de los límites a la libertad de expresión en tiempos que diríamos ya superados con algunos ejemplos. En el régimen anterior al actual, en nuestro país, la utopía musical de Lennon, “Imagine”, fue censurada. Su pecado fue, al parecer, que clamaba por un mundo sin religión. Que se censurasen canciones de temática “roja” en las dictaduras militares del siglo pasado en Hispanoamérica es lo esperable. Como también es lógico entrar a una librería en La Habana y encontrar en las estanterías un noventa por cien de volúmenes sobre marxismo (experiencia personal justo antes de morir Castro). En España se censuró la canción “Rock Steady”, de Aretha Franklin, que fue considerada “erótica” por el censor porque su letra incitaba a “mover las caderas”. O el “She’s got balls” de AC/DC, ya se ve por qué, por “balls” (naturalmente figuradas en aquella época). Y así de ridículo casi todo a ojos de alguien que vive ya superado el primer cuarto del siglo XXI. Todo eso en un momento en el que nadie, salvo cuatro privilegiados y tres locos, hablaba inglés. Así de puntillosa era la censura “predemocrática” nuestra.

Hablando de inglés, en países considerados ya en “plena modernidad”, finales de la década de 1980, se censuraba el “Like a prayer”, de Madonna, “el videoclip más escandaloso de la historia”, por resultar ofensivo a los creyentes. Hablamos de Estados Unidos, país fundado por puritanos, no hay que olvidar. Aquí eran las cadenas de televisión las que se autocensuraban creyendo que su base de clientes se podía resentir. No fue nada personal, Madonna, sólo negocios. Autocensura, poder censor, sociedad censurada, sociedad censuradora,... El tema es complejo y las ramificaciones profundas.
Un caso muy conocido es el de “Mi querida España”, de Cecilia, a la que se cambió el estribillo, que variaba haciendo referencia a “España muerta”, “España vieja”, “España en dudas”, por la forma más repetida en la canción original, “Esta España mía, esta España nuestra”. Así retocada salió en su álbum “Con un ramito de violetas”, pero aquella inspiradora Evangelina decidió cantarla sin cambiar una coma en televisión, en directo, sin previo aviso, poco antes de que saliera el disco a la venta. Caso ridículo al constatar que la crítica más profunda viene, no en el estribillo, sino en los versos más sutiles de las estrofas. La propia Cecilia declararía en alguna ocasión que podía decir lo que quisiera en sus canciones, que bastaba con elegir bien las palabras para pasar por delante de las narices del censor.

En el mundo “anglo” se pueden citar docenas de casos de censura en lo referido a canciones, casi siempre autocensura en el nombre de lo correcto, mecanismo absolutamente a la orden del día en este siglo del que ya nos hemos comido un cuarto. La mayoría de esos casos en el siglo pasado tuvieron que ver con lo sexual, desde un simple “fuck” a cualquier referencia a “orientaciones no normativas”, que diría un moderno imbuido de corrección. Auténticos exitazos han estado sujetos a reticencias, como el “Money for nothing” de Dire Straits, por su “little faggot” con pendientes, maquillaje y mucho “money” (censurada en la CBCS en el, hoy libérrimo, Canadá). Esa obra maestra de la banda Radiohead, de título “Creep”, fue censurada por contener la frase “you are so fucking special” (eres tan jodidamente especial), llegándose a verse obligados a grabar una versión que decía “you are so very special” (eres tan especial). Pero antes de eso, tan solo tras un par de emisiones en la radio, lo fue por ser “demasiado depresiva”. Al menos el “fuck” es objetivo, como el “España muerta” de nuestra Cecilia. En todo puede haber reglas y conociéndolas puedes intentar jugar, pero la censura a medida es la más peligrosa de todas porque es imprevisible. “Looking at tomorrow” de John Mayal fue censurada en España en 1971 por ser “ligera, pero muy ambigua, que puede ser interpretada como homosexual”. Es decir, por una opinión discrecional. Y me sigue sorprendiendo la obsesión por las canciones en inglés de aquellas gentes que imaginamos grises, de mente en blanco y negro, en un despacho lleno de archivadores, con un grueso rotulador para tachar.

Ya en “democracia”, llamémosla así, nos situamos en 1986. Ese verano eramos apenas veinteañeros en un campamento en La Devesa, Lugo, forofos todos de “La Mandrágora”, como buenos seguntinos, por nuestro vecino Alberto Pérez, y por tanto de Sabina y de Krahe. No se habló ese verano de otra cosa que de aquella canción socarrona y desafiante sobre indios ingenuos engañados por encantadores de serpientes. De alguna forma, para una generación aquello fue un despertar al escepticismo político. La canción iba a ser interpretada en un concierto de Sabina y su banda, televisado en directo, cuando, justo al comenzar y mientras duró el tema, se dio paso a publicidad. El estado de partidos ya trabajaba a pleno rendimiento, permeando todos los rincones de la administración. Y obsesionado, como ahora, por la propaganda, aunque entonces todavía no sabíamos que esa obsesión era tan profunda. Se avecinaban elecciones, y el aspirante a seguir en el poder, que ya había aprendido los vericuetos esenciales, solo tuvo que dar una orden a la cadena de transmisión, como en todo sistema jerárquico controlado desde arriba y sin partes independientes. Ese verano no paramos de poner la canción en aquel campamento bajo los pinos, al lado de la maravillosa y entonces desconocida “playa de las catedrales”. La grabación se había difundido pronta y eficazmente en un momento en el que todavía faltaba una década para el arranque de Internet, mostrando que la torpe censura es inútil si hay quien tiene la voluntad de saltársela. La letra, por cierto, está hoy más vigente que nunca. Vuelvan a oírla y lo comprobarán.

Se acaban de cumplir 50 años del “Señora azul” de Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán. Lanzada en 1974, justo un año antes de lo que quieren conmemorar en este que empieza los encantadores de serpientes de turno, y no voy a hablar de eso porque miríadas de opinadores ya están afilando los lapiceros, ávidos e inquietos por entrar al trapo. La manipulación a menudo empieza por desviar la atención de lo pertinente. Si contestas como un mihura a lo que yo diga soy yo el que marco el discurso. Muchos políticos prominentes actuales, ignorantes como un taburete de madera, creen que Kant era un especialista en crítica de la ética, o en ética pura, o en qué se yo, pero estoy seguro de que a Joseph Goebbels y a Arthur Ponsonby los tienen bien estudiados. O al menos alguno de sus infinitos asesores, que están ahí esencialmente para propagandear, les habrán pasado unas cuartillas. No me cabe duda de que, desde la mezquindad de sus corazones, como aquella señora azul, lo que tienen muy claro es cómo hay que hacer para sembrar el odio entre la gente. Qué pantallas hay que interponer para dificultar la capacidad de pensar. Qué infraestructura hay que establecer, a quién hay que pagar, y no importa cuánto, para martillearnos constantemente. Aunque solo sea porque en eso es en lo que están “24/7”, dicho en argot actual, hasta hacer muy secundario en su agenda aquello para lo que se supone que estarían ahí.

“Señora azul” ha sido considerada un hito del pop español, por su gran melodía, marca de la casa del grupo, y por su letra, simbólica por las fechas en las que salió a la luz. Este pasado año, ya casi a finales, se ha reeditado aquel magnífico álbum y han aparecido algunas biografías de los autores, pero su aniversario ha pasado sin pena ni gloria en los medios en general. La letra, en principio, se refiere, según sus autores, más que a la censura, a los críticos musicales (que también tienen su rotulador de trazo grueso). Aunque en alguna entrevista han aceptado cierta ambigüedad al respecto, según fue interpretada por muchos. Ya sabemos, como nos dice Cecilia, que el arte de saltarse el censor consiste en decir lo que aparentemente no se está diciendo, aún dejándolo perfectamente claro. Como cuando Lorca describe, de poeta a poeta, las mariposas de la barba del viejo y hermoso Walt Whitman.

Hemos citado unos pocos casos con letras de canciones, quizá el tipo más amable de control de la libertad de expresión que se puede poner como ejemplo, aunque nos viene inmediatamente a la cabeza el horrible caso de Víctor Jara. La cuestión es que a estas alturas, cuando pensábamos que muchas cosas ya se había superado, estamos inmersos en un proceso en el que podemos identificar ciertas fases: vigilancia, manipulación, censura, represión. Ha ido consolidándose y ganando terreno desde principios de siglo, con las dos primeras fases ya a pleno rendimiento, pero que ahora está entrando, desde hace pocos años y con paso firme, en las siguientes. Como, en realidad, termina ocurriendo en todo régimen sin límites ni control de abajo a arriba. Pero con la diferencia de que ahora se cuenta con un poder tecnológico inusitado, que jamás hubiera soñado un totalitario de entreguerras.

La gran batalla del siglo XXI ya ha comenzado. Es una batalla profundamente desigual en la que el que posee las armas tiene toda la ventaja ya que el que las sufre ni siquiera es consciente del peligro al ser herramientas nuevas y complejas, incomprensibles para el común. Es la batalla de la vigilancia de masas a un nivel que ningún ciudadano medio de la mayor parte del siglo XX en un país libre hubiera consentido. Es la de la manipulación social permanente y ubicua, alimentada por el tratamiento intensivo de datos recopilados con trampas y señuelos y apoyada en los extensos canales de difusión actuales, donde las pantallas de la novela de Orwell nos parecen, por comparación, ridículas. Un poder cuyo alcance real ni siquiera imaginamos, cuyas consecuencias plenas seguramente solo puedan visualizar unos pocos especialistas muy brillantes en lo suyo, matemáticos, informáticos, sicólogos, sociólogos, publicistas, especialistas en comportamiento humano, todos contratados por quienes desean sacar partido de este orden de cosas. Que no son entidades ocultas y oscuras, no nos equivoquemos, sino gente que vemos en la televisión todos los días.

Cuando la manipulación no es suficiente, llega la censura, y estamos viendo desde hace un tiempo que, a pesar de toda la sofisticación tecnológica, a pesar del continuo y escandaloso espionaje al ciudadano, a pesar de los inmensos aparatos de propaganda, sin parangón en la historia, no es suficiente. Por fin, como recurso último, seguramente inevitable, llega la represión, de momento aparentemente indirecta, desde la “cancelación” en plataformas de internet privadas, más o menos inocua según cómo y para quién, hasta llegar a arruinar la vida de la gente en muchos casos, los ejemplos están ahí. No hace falta pensar en métodos a la antigua usanza, tan desagradables, quizá no sean necesarios ante la sofisticación técnica, el paradigma “todo conectado” y, sobre todo, la barra libre con la que cuenta el poder para legislar lo que nadie ha pedido y nadie ha votado, siempre de arriba a abajo, en este sistema profundamente ilegítimo en el que vivimos. Las instituciones que tenemos, tanto las propias como las internacionales, no han sido diseñadas para servir y proteger al ciudadano, sino al poder, hecho que constituye la raíz de casi todos nuestros problemas colectivos. Sería imprescindible que fuéramos conscientes de esta situación y capaces de atajarla entre todos, si no queremos que la libertad de expresión, madre de toda evolución profunda de las sociedades, vaya quedando restringida a un feliz paréntesis del pasado.
La gran batalla del siglo XXI se está desplegando ante nuestros ojos, día a día, según nos vamos acostumbrando, que es la manera, la de la costumbre, por la que todos los totalitarismos acaban por progresar e imponerse. Aunque a lo que nos enfrentamos no se le puede aplicar ese nombre, es algo nuevo en la historia, por extensión, por profundidad, por consecuencias, por métodos. Al menos sabemos que la otra batalla, la de las ideas, es intrínseca al ser humano, es, de hecho, lo que nos hace distintos de una piedra, de una amapola, de un simpático perrito. Y no va a parar porque siempre va a haber quien que la dé. Quizá haya que volver a explorar los caminos indirectos de la sutileza. Y necesitemos cantautores que lo canten. Como en los viejos tiempos.
Julio Álvarez, enero de 2025
Lo peor es el cinismo en el abuso de poder. Se pulverizan derechos, te cortan las cuerdas vocales, niegan la luz del día, y, encima, tú eres el de los bulos. Sí, Orwell se quedó corto ante estos gestores- administradores que actúan como si fueran nuestros amos, a escala planetaria.
Muy buen repaso musical... Pero aún recuerdo aquellos sellos de correos con la Maja Desnuda de Goya, censurados con una especie de bikini de lunares...
Ya sabes, 2+2=5. Seguro que tienes mil anécdotas para contar al respecto del tema.... Gracias por el comentario, Leticia.
Y lo más insultante, como dices, lo del principio de transposición, o tercero de Goebbels. Insultante a la inteligencia, ante todo. Pero ellos saben bien a quién se dirigen, dejémoslo ahí.
Buenas tardes:
Buena selección musical para introducir el tema.
Llevo un par de intentos para comentar en la entrada y me acabo por perder, siempre, por vericuetos arborescentes.
No descarto volver sobre ellos porque me parece un tema muy interesante ese del Poder y su ejercicio. Adelanto que no creo que se resuelva con un fácil “Aquí nosotros, allí ellos”. Estamos muy mezclados en este asunto también y una vez somos las víctimas (directas o vicarias) y otras los victimarios (de mano o por silencio cómplice).
El caso es que me fui a ver lo del sello. Un asunto muy interesante porque es parte de la historia mundial de la filatelia. Eso que tuvo una tirada no demasiado grande y circuló muy poco tiempo. Pero fue motivo de escándalo, a lo largo de décadas, en diferentes países y continentes. Se considera la primera representación de un desnudo integral en ese soporte.
Un par de reacciones españolas. En 1930, que es cuando se emitió, hubo protestas en contra de la emisión del sello. En lo único que parecían estar de acuerdo los bandos era en que resultaba un atrevimiento intolerable.
Por parte de los sectores conservadores se consideraba contrario a la moral y las buenas costumbres.
Los republicanos, por su lado, defendían que era un símbolo del modo disoluto de vida de la monarquía en particular y la aristocracia en general.
Las razones aducidas, como se ve, diferentes. La sustancia, por llamarlo de alguna manera, la misma.
Muchas gracias por el comentario, Jesús. De lo del sello, que apuntó Letizia, yo no tenía ni idea, interesantísimo. El tema da para mucho si nos metemos en tiempos históricos. Pero si venimos al presente, es el gran tema del siglo XXI, a mi entender. Se habló mucho de ello hace una década o década y media, pero pasó a un segundo plano. Parece que ahora se vuelve a hablar, afortunadamente, especialmente desde lo vivido a partir del 2020, del 2022, etc. En cuanto al poder en general, ese sí que es el gran tema. De todos los tiempos.
La sustancia, la misma, Jesús, en efecto. Esa es la clave.
Como siempre que leo algo tuyo, una delicia, cosido pespunte a pespunte. Gracias Julio.
Gracias Sajor por tener la paciencia de tragarte el tocho. Nos leemos.