La Plazuela en las redesVideos de La Plazuela

En la Conferencia de Seguridad de Munich de 2007, Vladimir Putin dio un discurso histórico en el que advertía de lo que pasaría a la larga si Estados Unidos insistía en seguir manteniendo las maneras y los procedimientos, ya caducos de sobra a esas alturas, de la Guerra Fría. 

El rapto de Europa de Tiziano.

Ha querido la casualidad, o quizá ha sido el destino, que en el mismo tipo de evento y misma ciudad, dieciocho años después —el pasado viernes 14 de febrero, en Munich— un vicepresidente norteamericano haya dado otro discurso histórico, dando una lección de ‘Realpolitik’ a la generación más lamentable de políticos de Europa occidental. Lo que dijo Putin aquel 10 de febrero de 2007 tiene la misma esencia que lo que ya habían advertido antes especialistas en geopolítica prominentes como George F. Kennan y otros, incluso el mismísimo Henry Kissinger. Kennan, el gran especialista del siglo XX en la guerra fría, publicó un artículo de gran impacto en 1997 en el New York Times (‘A fateful error’), donde afirmaba y argumentaba que “expandir la OTAN sería el más fatídico error de la política norteamericana”. En una entrevista en 1998, tras comenzar efectivamente esa expansión temida, afirmó: “Creo que es un error trágico. No había ninguna razón para esto en absoluto. Nadie estaba amenazando a nadie ya. Esta expansión haría que los padres fundadores de este país se revolvieran en sus tumbas.”

Vladimir Putin en la Conferencia de Seguridad de Munich de 2007 (Kremlin, Creative Commons).

Cuando en 2016 un advenedizo como Donald Trump ganó las elecciones, muchos de los que habíamos estado siguiendo los acontecimientos en Ucrania al menos desde 2014, antes del Maidan incluso, nos alegramos. No porque ganara un tipo lenguaraz y de zafios modales, y con independencia de su ideología real o supuesta, que ni nos va ni nos viene en lo que atañe a las preocupaciones derivadas de aquellas circunstancias. La ficción de que la guerra fría había acabado en 1991, con la caída de la Unión Soviética, que aún hoy mantienen los politicastros europeos, los medios de alienación de masas y buena parte de la Academia, no se sostenía entonces ni se sostiene hoy, como debería haber quedado demostrado en estos últimos tres años. Al primero que oí ese concepto, que la guerra fría no había terminado, fue a Antonio García-Trevijano en aquellos años subsiguientes al golpe de estado del Maidan, que serían los últimos de su vida. Después, indagando, uno descubre que, en fechas tan tempranas como 1995, Estados Unidos ya estaba haciendo ejercicios militares conjuntos con Ucrania (‘Peace Shield 95’), ejercicios que repetiría los años sucesivos y que últimamente ha ampliado a la vecina Moldavia, por cierto. No vamos a enumerar los hechos que demuestran la vigencia de la guerra fría desde 1991 hasta que en febrero de 2022, hace ahora tres años, Rusia inicia su “operación militar especial”. Todos los pasos dados, con plena consciencia de sus resultados por parte de los actores, están bien documentados y al alcance de quien quiera informarse. Basta con obviar los medios de intoxicación de masas y sus consignas, que en estos años pasados habrían hecho sentir orgullo al mismísimo Ponsoby viendo la aplicación literal de su decálogo de la propaganda de guerra.

Nixon y Brezhnev firmando el tratado ABM en 1972, del que se retiraría EEUU en 2002 (Casa Blanca, dominio público).

Bajo esa perspectiva, la llegada de Trump al poder en 2016 representaba nada menos que la esperanza de que se acabara la guerra fría de una vez por todas. Solo por eso merecía la pena su ascensión al trono, y no me cuenten historias sobre que si la derecha, que si la izquierda, el siglo XIX terminó en 1918, maduremos políticamente de una vez, estamos hablando de “realpolitik”, no de señuelos. La llegada de aquella belicosa Hillary Clinton hubiera significado, claro está, todo lo contrario. Así se percibía entonces con claridad, solo había que fijarse, dejando a un lado los cebos pseudoideológicos, en su currículo. Es muy buena costumbre juzgar a los políticos por lo que hacen, no por lo que dicen o lo que se dice de ellos. La Clinton, madre putativa de tanta muerte en el norte de África y Oriente Próximo junto con otros personajes como la Albright, la Nuland, los Biken, Kagan, Rice, Obama, Bush, etc., todos los ‘neocon’ semifijos de los pasillos del estado yanki, de chaqueta variable y de larga enumeración, todos los iluminados creyentes en la literalidad y bondad de la llegada del Argamedón bíblico que pueblan los despachos de la capital. Todos aquellos depositarios del destino manifiesto, enfermos de poder, enfermos mentales a secas. El “blob” entero de Washington, como lo ha llamado Emmanuel Todd, repleto de mediocres con ínfulas. Su llegada hubiera supuesto… bueno, lo que al final supuso la llegada de Joe Biden, con el mismo séquito detrás, cuatro años después.

Protestas en 2011 contra la intervención occidental en Libia, comandada por H. Clinton y B. Obama (Wikimedia Commons, CC).

Pero no escribo este artículo para intentar dar sentido a la guerra de Ucrania. Ese sería un artículo que he intentando empezar docenas de veces en estos últimos tres años. No dando crédito en cada momento a los acontecimientos que se iban sucediendo. Con grandes dificultades para sintetizar, o incluso para comprender, la locura en la que se había precipitado el mundo, y en particular el indigno comportamiento europeo. Es inevitable apuntar un par de párrafos al respecto, pero, afortunadamente, los hechos ya se han analizado repetidas veces, y para el ciudadano informado ya debería estar más o menos claro todo. No gracias a los medios y a nuestros políticos, por supuesto, instalados en su vergonzoso mundo de servidumbre a poderes ajenos al ciudadano, que nos venden como el ideal de justicia (el “jardín” de Borrell), y que a estas alturas roza ya la negación de la realidad. Qué hubiéramos hecho en estos años sí solo hubiéramos dispuesto de las cabeceras de El País, El Mundo, las televisiones, los periódicos patrios y aún muchos internacionales al completo. Qué hubiéramos hecho sin sabios como el exembajador José Antonio Zorrilla, que empezó a poner luz a los pocos meses de la entrada rusa en Ucrania. O jóvenes bien formados políticamente como Rubén Gisbert, el primero al que se le oyó decir, en el momento justo de empezar la invasión, que lo que se había estado buscando era separar a Rusia de Europa occidental, un concepto que viene al menos desde Brzezinski y su “pesadilla”, objetivo expreso, además del más ambicioso de balcanizar Rusia, en el ya famoso informe de la Rand Corporation de 2019 (consultora predilecta de la Casa Blanca, que ha cobijado a los mayores belicistas del imperio durante décadas, por ejemplo Herman Kahn, abierto partidario de la guerra nuclear, que fue inspiración del ‘Dr. Strangelove’ de Kubrick). Qué hubiéramos hecho, en definitiva, sin periodistas capaces e informadores ciudadanos independientes como Alberto Iturralde, Juan Antonio Aguilar, Adrián Zelaia, Lorenzo Ramírez, Alfredo Jalife, Rafael Poch, el exembajador Ignacio García Valdecasas, el exdiplomático y profesor Juan Antonio de Castro, o incluso el más mediático coronel Pedro Baños, por citar algunos, que buscan acercarse a la realidad con honestidad, intentando dejar a un lado sus filias y fobias ideológicas, y que, sobre todo, no dependen de una “subvención” de nadie ni son presa de un interés electoralista para decir su opinión libremente. Todo esto en un país donde no se hablaba de geopolítica, ahora de moda, más que en círculos restringidos antes de 2022, cosa que conviene recordar. Un mundo ya casi olvidado en el que nuestros muy, pero que muy, paletos políticos vivían ajenos a las relaciones internacionales, en su ombliguismo de cuitas internas que aburren a un muerto. Disciplina que, ahora, cuando no hay más remedio que tomar el toro por los cuernos, deprisa y corriendo, ignorantes como un taburete de todo lo importante, les viene grande como un serón.

Conferencia de José Antonio Zorrilla en mayo de 2022 sobre el conflicto de Ucrania (video)

No, no estoy escribiendo para dilucidar la guerra de Ucrania, tema extenso y complejo que no se puede simplificar como si fuera un juego en blanco o negro. Quiero hablar del rapto de Europa. Un concepto mucho más simple, aunque forme parte del puzzle de aquél. Tan simple que ha bastado un tortazo de realidad de apenas quince minutos para que a nadie le quede ninguna duda. Me refiero, y vuelvo a él, al discurso del vicepresidente norteamericano del viernes en Munich. James David Vance, ese hombre de extracción rural y modales discretos y educados, en un tono tan respetuoso como contundente, ha dado una lección que difícilmente se les va a olvidar a nuestros supuestos líderes europeos, oligarcas vendidos todos, mediocres y engreídos de la peor especie. Bien dolidos se nota ahora que están tras sentirse en evidencia ante sus súbditos, que eso es lo que realmente duele al rey desnudo cuando el niño señala la falta de ropajes que todo el mundo ya conoce. De fuera tendrán que venir para darse por apercibido, a pesar de que nada de lo que dijo Vance haya dejado de decirse con anterioridad estos últimos años. Pero más importante que lo que ha dicho es lo que no ha dicho y que ha habido que leer entre lineas. Vayamos por partes (ver nota 1).

Que no hay democracia en Europa, espetó con todas las letras Vance el viernes ante un numeroso auditorio cuajado de politicastros y burócratas europeos y de la OTAN. Leo en un comentario al discurso en un medio de la oligarquía europea: “Nuestra corresponsal presente en la sala informa de que sólo hubo dos salvas de aplausos, breves y muy contenidas. El discurso de J. D. Vance dejó a la audiencia sin palabras, suscitando mucha menos adhesión que el de la presidenta de la Comisión Europea que lo precedió.” Una manera de percatarse, aunque la inhabilidad del vendido juntaletras busque el efecto contrario, de que algo escocía con intensidad en el ambiente. Lo que se ha visto este fin de semana en los medios de pastoreo de masas se resume en un intento flagrante de llamar la atención de los dedos del discurso en lugar de las lunas a las que apuntan para intentar, inútilmente, desviar la atención de lo obvio y esencial. Es cierto que, para mentes que siguen en un relato decimonónico, el mentar creencias religiosas es excusa sobrada para vender acusaciones de estar “demodé”, digámoslo así por no usar términos peyorativos que sin duda ellos usarían. Pero la pista la da enseguida Vance, si se quiere estar atento, cuando se refiere al caso del ciudadano sueco recientemente asesinado por haber quemado el Corán públicamente. Porque lo que está reivindicando en esa parte del discurso es el derecho a criticar cualquier idea, por mucha base de partidarios que tenga, incluso a mofarse de ella o vilipendiarla, aunque esa base sea de creyentes. Postura valiente de quien se declara cristiano, católico practicante para más señas, infinitamente más moderna que la de los censores de caletre medieval que nos desgobiernan, ilustrada diríamos y por tanto muy superior a toda esta posmodernidad desnortada e infinitamente cobarde que nos atenaza. Con Voltaire nada menos emparenta Vance cuando un par de párrafos después afirma que, puede no estar de acuerdo con sus pensamientos, refiriéndose a sus oyentes, pero que está dispuesto a defender su derecho a manifestarlos. Ya quisieran nuestros oligarcas politiqueros emparentar con algo digno por su parte, más allá de las monarquías del antiguo régimen, sus más directos ancestros en el plano político.

Discurso de J.D. Vance en la Conferencia de Seguridad de Munich, 14 febrero 2025 (video)

Que no hay democracia en Europa, y explica Vance por qué lo dice con algunos ejemplos. Él los ha elegido según sus personales filias y fobias, nada que objetar, habría para escribir varios libros si nos pusiéramos a enumerarlos todos. En seguida se oyen las vestiduras rasgándose. ¿Cómo se atreve este advenedizo imperialista a decirnos a los europeos que no tenemos democracia? ¿Quién se ha creído que es ese gringo de pueblo, casposamente religioso además? ¡Los Estados Unidos, nada menos! ¡El imperio dando lecciones, nada menos! Está claro que la bandera de la lucha contra la censura es un señuelo de Trump, no nos vamos a caer del guindo ahora. Uno de sus bastiones discursivos con el que trata de aglutinar adeptos. Pero, no lo olvidemos, también es una de sus promesas electorales. Porque, y esto puede resultar chocante acostumbrados como estamos a que nos hagan pasar churras por merinas, en Estados Unidos sí hay democracia. Resulta que el imperio, la nación poderosa escandalosamente injusta en sus relaciones internacionales, que lleva haciendo del mundo un sayo desde hace un siglo —qué tendrá que ver conceptualmente lo que se hace fuera con lo que pasa dentro— es una democracia. Y la Europa del jardín de las Hespérides, ideal y perfecta en la imaginación del ensimismado Borrell, no lo es. Vaya.

Primera página de la constitución de los Estados Unidos de América, en vigor desde 1789.

A las pruebas me remito en cuanto a lo que pasa en Estados Unidos, sin entrar en argumentaciones más amplias, con un simple ejemplo. Sin ir más lejos, las últimas elecciones. Novecientas noventa y siete millones de razones frente a trescientos ochenta y ocho millones lo demuestran (ver nota 2). Que es el monto en dólares respectivo de las donaciones a los dos candidatos en la última campaña electoral. A favor de la pupila de Biden, oh, sorpresa. A pesar de los obvios fallos de diseño en el sistema electoral estadounidense, de sobra conocidos y que se solucionarían en lo solucionable con tan solo un par de artículos en una ley, a pesar de la omnipresencia del capital privado en las elecciones, consecuencia más grave de aquellos errores de diseño, fruto de una constitución que tiene dos siglos y medio, previa al desarrollo pleno de la revolución industrial y de la aparición de las grandes y poderosas corporaciones, a pesar de, seguramente por temor a malograr la obra de los padres fundadores, saberse desde hace tiempo que ese es el talón de Aquiles, resulta que, en Estados Unidos, es posible que gane el candidato menos apoyado por el capital. Todavía es posible en la primera democracia histórica del mundo moderno, podemos argumentar que todavía la única, cuando la situación lo requiere, que el pueblo elija en contra del poder económico mayoritario. Vance lo sabe, Trump lo sabe. Esa es la legitimidad con la que se presentan ahora en Europa a “dar lecciones”. No es extraño que la Von der Leyen y sus palmeros ayer en aquella sala permanecieran como estatuas de sal, entre un no dar crédito a lo que oían y un no saber dónde meterse cuando les venía a la mente que todo eso iba a caer como puños tarde o temprano ante sus súbditos. Mientras iban, sin duda, pensando en sus adentros en qué hacer para apagar el fuego, propagandísticamente hablando, por supuesto, no dan para más.

El vicepresidente norteamericano ha hablado en su discurso de control de la libertad de expresión, una referencia nada etérea sino bien concreta en la realidad legislativa que nos oprime a los europeos, y no nos vamos a poner a enumerar los detalles al respecto de las diferentes directivas aprobadas en los últimos años, daría para un artículo completo. Directivas entusiásticamente acogidas, cuando no enmendadas y aumentadas, por nuestros politicastros patrios, que aplauden todo lo que viene de Europa como si fuera insuflado desde el mismísimo Olimpo. Papistas al cuadrado, paletos hasta decir basta, sin criterio propio, ni creatividad, ni imaginación, pero que no dan puntada sin hilo sin poner por medio sus intereses, por supuesto. Ha hablado de más cosas, aunque todas en esa linea de pensamiento, como de la intervención de procesos electorales porque el resultado no es acorde con el relato que, descolocados, fuera de juego tras el cambio de actores, se empeñan torpemente a estas alturas mantener. Un relato que se inicia por puro servilismo hacia quien ahora perciben como su enemigo y en el que ahora están atrapados, incapaces de dar marcha atrás sin quedar como ridículos mamporreros ante todo el mundo, empezando por sus súbditos (nosotros), que es lo que les descoloca ahora, orejas del lobo a la vista, tras ningunearnos durante tanto tiempo. Más papistas que el Papa también esta panda de mediocres y vendidos que usan la Unión Europea a su servicio.

Ha hablado, Vance, de la desconexión de esas élites europeas respecto a los gobernados, con la legitimidad de saberse ellos elegidos limpiamente y por mayoría absoluta, como corresponde a una democracia verdadera, a distancia de los dirigentes europeos que, en las partitocracias de listas de partido, gobiernan, como mucho, con un 30% de los votos directos de sus súbditos. Regímenes profundamente ilegítimos que descansan en pactos postelectorales para gobernar, pactos potencialmente guiados, y que a menudo lo son, por sus personales intereses y los de los respectivos socios, ajenos en todo caso al mandato ciudadano. Hasta cinco veces ha aludido Vence al concepto de “mandatario”, con plena consciencia de su significado profundo, que es directamente opuesto al de mandante, que es lo que tenemos en Europa: no el que manda, sino el que es designado para mandar, con los controles y limitaciones debidos, que es algo muy distinto. Y a las pruebas me remito también en esto, con las suspensiones cautelares de órdenes ejecutivas del presidente norteamericano que están dictando los jueces en estas semanas de verborrea ejecutiva trumpista, jueces de primera instancia que actúan ante una simple denuncia ciudadana (no lo verán aquí, no existe la posibilidad, les explico la diferencia: allí la constitución lo es, es decir, salvaguarda los derechos). Ha hablado, por fin, y a la mayoría de lo politicastros les habrá pasado desapercibido, aunque alguno con un par de lecturas de más seguro que se ha percatado, del concepto más importante a la hora de hablar de democracia, esa palabra que les llena la boca todos los días, pero como pura consigna de cascarón vacío: el miedo a la libertad. “No debemos tener miedo de nuestro pueblo, incluso cuando expresa opiniones que no están de acuerdo con sus líderes”, ha dicho dando certeramente en el clavo. Esa y no otra es la raíz de todos los males del diseño europeo, del de la Unión Europea y también del de todos y cada uno de los integrantes, con la excepción parcial de Francia gracias a la clarividencia de aquel más que digno general de Gaulle. Porque la cosa no viene de ahora, y esto es lo que se ha callado J. D. Vance. Hay que sospechar que perfectamente a sabiendas y en salvaguarda de la estrategia que se va perfilando que va a tener la administración Trump para defender los intereses que representa, que no son otros que los de su país, como corresponde a uno con soberanía.

Presentación de la constitución de la V República por Charles de Gaulle, 1958 (Wikimedia Commons).

Cuando en septiembre de 2022 son volados por los aires los gaseoductos que unían Rusia con Alemania en el mar Báltico, quedó manifiesta, como nunca antes había sido mostrada en la historia, la servidumbre europea, empezando por la alemana, frente a Estados Unidos. En esas jornadas vergonzosas, la indigna genuflexión europea alcanzó su cota máxima. Ceremonia de la insensatez que sigue hoy, con el relato más que agotado tras la irrupción de Trump de nuevo en escena, en plena negación de la realidad de los dirigentes, que andan como pollos sin cabeza sin saber por dónde tirar. Los Estados Unidos de Biden y de los enfermos mentales de Washington nos metieron en el lío de romper nuestras alianzas naturales y necesarias para favorecer sus componendas geopolíticas, desfasadas ya por al menos un siglo, y ahora que ellos se salen y se acercan a nuestro enemigo inducido, nosotros, con el paso cambiado, como los tontos, seguimos en las mismas, aunque la linde se haya terminado definitivamente. Muestra del ahondamiento en el erre que erre sea esa patética escena, como si de un teatrillo se tratara, de la reciente desconexión de las redes eléctricas de las republiquetas bálticas respecto a Rusia, con grandilocuente escenificación en exteriores (interruptores gigantes que se mueven soltando rayos y truenos, queriéndonos hacer creer que desconectar una red entera de un país es apretar un interruptor, como si fuéramos imbéciles) y en interiores (con esa ridícula escena de los presidentes y la Von der Leyen agarrados a unos fluorescentes, tontería que encima habrá costado una pasta montar, búsquenla en youtube, no tiene desperdicio). Que se fastidie el sargento que no como rancho, que se decía antiguamente en la “mili”. En esas estamos ahora. Toc, toc, despierten señores, ya no tienen que rendir pleitesía a los que estaban detrás de Biden. El sheriff en la ciudad es ya otro, como hizo notar también, con cierta chulería yanki inevitable, Vance en su discurso. Salvo, claro está, que los que mandaban en Biden sean los mismos que mandan en ustedes, en riesgo ahora de ser apartados a un lado. Cosa que explicaría el nerviosismo y el no dar pie con bola ante el temor por sus sagradas posaderas por la llegada de ese nuevo sheriff, que está demostrando haber hecho cuidadosamente los deberes estos cuatro años de espera para lograr, esta vez sí, hacer limpieza en el Saloon.

Pero la genuflexión europea no es de ahora ni es circunstancial, sino, por el contrario, bien estructural y largamente planeada y ejecutada. Lo cuenta bien Spaak, segundo secretario general de la OTAN, en sus memorias (‘The Continuing Battle: Memoirs of a European, 1936–1966’, traducido al español como ‘Combates sin acabar’). Tras la segunda guerra mundial no se instauran en Europa sistemas democráticos, cuya base había costado sangre, sudor y lágrimas durante el siglo XIX, tradición que se tira a la basura de un plumazo. Ese es el gran secreto en el que nos han tenido engañados a los súbditos europeos, que no ciudadanos, todos estos años. En Reino Unido, en la India, en algunas otras excolonias británicas aún hay sistemas parlamentarios verdaderos, como los hubo en toda Europa antes del siglo XX. En Estados Unidos hay un sistema que ellos inventaron en el XVIII para oponerse al parlamentarismo inglés, que no al rey: la democracia representativa. En la Francia de la quinta república de De Gaulle, que se dio cuenta a tiempo de la jugada salvando la dignidad de su pueblo, hay algo a medio camino entre ambas cosas. Pero en el resto de Europa, hoy, no hay nada de eso. Ni representación de la nación en la cámara, con funciones legislativas exclusivamente reservadas a ella sin que pueda meter zarpa el ejecutivo, ni control de este por aquella, compuesta en nuestros regímenes por empleados del jefe que harán lo que él les diga, con un estado pantagruélico y servil, consecuencia de moldearlo a su servicio y no al del ciudadano, ni por supuesto independencia judicial, ya que nos ponemos vaya el paquete completo, como en los viejos tiempos. Y no ha sido por azar.

La partitocracia se inventa para ser aplicada en Australia en el siglo XIX, una manera de controlar la colonia por parte de los ingleses ya que es más fácil manipular a unos pocos oligarcas (los jefes de los partidos) que a una nación soberana genuinamente representada con mandato imperativo, es decir, con una asamblea legislativa a expensas de sus electores, no de unas siglas y sus cabecillas. El desarrollo completo de este novedoso y fatídico sistema hoy vigente en toda Europa correspondería a la República de Weimar, en la Alemania de entreguerras, un régimen que, sin solución de continuidad, permitió ascender a los nazis, que no tuvieron ni que cambiar la constitución para mantener el poder inicialmente, solo forzarla un poco (leyes habilitantes) sin que ningún ciudadano pudiera oponerse mediante mecanismo alguno ya que el sistema no estaba diseñado para eso, es decir, para la representación del pueblo en las instituciones, copadas por el poder de los partidos, en ese momento por el partido nazi. Supongo que verán el paralelismo con lo que está pasando ahora, no solo en España, sino en bastantes países de Europa y por supuesto en la Unión Europea como tal. Al fin de la segunda guerra, Europa tiene un ejército de funcionarios que no se pueden echar directamente a la calle, incluidos los que venían del régimen nazi y de antes, de Weimar, caldo de cultivo y excusa perfecta para el continuismo. La Carta Fundamental de Bonn —los alemanes saben bien que no puede ser llamada constitución— rehabilita el sistema de entreguerras bajo el auspicio de la principal potencia ocupante, es decir, de los Estados Unidos de América, que aplicaba así el mismo principio que habían usado los ingleses para Australia unas décadas antes. Esa no-constitución alemana (que no separa poderes, que no garantiza los derechos, artículo 16 de la declaración de los derechos del hombre de los revolucionarios franceses) sirve de modelo a lo que se implanta por toda Europa seguidamente. Todo bajo el aplauso, cuando no el auspicio directo, de los Estados Unidos. Como cuenta, ya hemos dicho, Paul-Henri Spaak con personal conocimiento de causa.

Thomas Hill, inventor, y su hijo Rowland, introductor del sistema proporcional de listas en Australia (Wikimedia Commons).

Eso es lo que se calló el viernes Vence. Eso es lo que no hemos oído todavía en ochenta años a ningún dirigente norteamericano. Ni oiremos seguramente, por más que sea un secreto a voces a estas alturas de la historia. Porque lo que falla de forma primaria y esencial en Europa no es la escasa calidad y la corrupción de los políticos que nos atenazan. Ellos son solo una lamentable pero predecible consecuencia. Ellos son solo el resultado de un diseño institucional fraudulento, instaurado o favorecido en toda Europa por el amo norteamericano para mantener todo en el continente “atado y bien atado”. Un diseño al que, más papistas que el Papa, papistas al cuadrado, al cubo o a la quinta potencia, nos acogimos entusiásticamente en España cuando tuvimos la oportunidad de hacer otra cosa, en el 78, que tiempo se había tenido para estudiar los ejemplos pertinentes (como algunos lo hicieron, siendo ninguneados y difamados, una vieja tradición en este país de mediocres al cargo). Si solo hubiéramos copiado lo que se había hecho en Hispanoamérica, que, como los franceses revolucionarios, entendieron y copiaron mal lo de los Estados Unidos (salvo Miranda, hombre brillante que pronto fue finiquitado, prevaleciendo Bolívar, un mediocre político), seguiríamos teniendo partitocracias (sistemas proporcionales de listas de partido, para ser precisos), pero al menos habría en España presidencialismo. Cosa que hubiera conjurado sin ninguna duda el ascenso de las tensiones separatistas al carecer los partidos regionales de su principal herramienta de extorsión: la investidura. Ni siquiera eso fueron capaces de prever nuestros ridículos “padres fundadores” de la birria del 78, me niego a llamarla constitución, copiando tarde y mal, deprisa y corriendo, lo de Alemania y lo de Italia. Hasta nuestros hermanos hispanoamericanos nos van a superar al paso que vamos. Milei, por ejemplo, propuso eliminar las listas de partido para el legislativo argentino, instaurando el diputado de distrito con mandato imperativo, cosa que hubiera transformado a Argentina en la segunda república constitucional de la historia, es decir la segunda democracia institucional o formal, tras Estados Unidos (la separación ejecutivo-legislativo ya la tienen). Cosa que no entusiasmó a sus señorías, por supuesto, les va el asiento en ello, votando en contra. Y en el Salvador, la cámara acaba de prohibir la financiación pública de los partidos, otra de las patas de la partitocracia, solo les falta prohibir las donaciones privadas y obligar a que los partidos se sostengan exclusivamente por las cuotas de sus afiliados, con un tope individual, para acercarse en ese sentido a lo que todavía no tiene ni Estados Unidos.

James David Vance, en su ya histórico discurso del día 14 de febrero de 2025, cargó contra los personajes, o deberíamos decir marionetas. Pero no contra las instituciones. Esa es la sutileza que hay que señalar y que nadie les va a decir en ninguna cabecera, ocupados como siguen en que si Güelfos, que si Gibelinos, en su pescadilla eterna que se muerde la cola. Empezando por esa vergüenza llamada Unión Europa, organismo, no ya no democrático, sino directamente antidemocrático. Si hay algún voto del que me siento orgulloso en mi escueta vida de votante, en la que he ejercido con desgana y poco convencimiento sabedor de que en la noche de la partitocracia “todos los gatos son pardos” (Trevijano), si con algún voto puedo elevar la frente y confesarlo bien alto, es con aquel “no” rotundo que planté en aquella pantomima del referéndum de la “constitución europea”. Eramos más jóvenes y con poca formación política, pero bastó aplicar el sentido común al ojear aquel grueso volumen que pedíamos por correo de forma gratuita, no se repara en gastos cuando hay que vender la moto, para intuir enseguida la decisión que había que tomar. Todavía está en alguna estantería aquel montón infame de papel de casi doscientas páginas y cuatrocientos y pico artículos (la página oficial, www.constitucioneuropea.es, por supuesto, hace tiempo que desapareció, como las vergüenzas bajo una alfombra). La ilusión, en la bendita ignorancia de entonces, era que, la avanzadísima Europa, baluarte de los valores de la Ilustración, iba a ahondar en un sistema que, naturalmente, solo podía perfeccionar la sacrosanta democracia, creyendo entonces que vivíamos en algo merecedor de ese nombre. Bastó intentar comprender mínimamente la estructura de las instituciones de supuesta representación propuestas, o las que no la tenían ni supuesta, como esa “comisión europea” formada por personalidades de reconocido prestigio, o no sé que mandanga por el estilo que ni voy a consultar mirando el texto, no lo merece. Intentar comprender, digo, y a duras penas porque, como sabe el que en su momento hiciera el mismo ejercicio, 448 artículos convierten el texto en algo indigerible para cualquiera que no sea leguleyo de profesión, y diría que ni eso, algo que es más grave de lo que parece ya que una ley que a todos concierne, al menos la más básica de todas, debe ser clara y concisa para que todos aquellos que se van a ver sometidos la puedan abarcar y entender (compárese con la constitución estadounidense: siete artículos, sólo las reglas del juego, punto y final).

Ese barullo institucional europeo, que estoy seguro que ni los mismos políticos comprenden más allá de lo básico (qué hay que hacer para cobrar el sueldazo, por ejemplo), con el que se nos legisla de arriba a abajo, ese llamado parlamento europeo, partitocracia al cuadrado al formarse por listas de partido en distrito único nacional, que hubiera sido el sueño del poder colonial británico en el siglo XIX, y de hecho para eso sirve exactamente ante los amos actuales del mundo. Que, para más inri, ni siquiera tiene la iniciativa legislativa, reservada a la comisión, ese cuerpo tecnocrático de “sabios”, como toda tecnocracia trabajando a medida de los tecnócratas, teórico ejecutivo europeo no electo por nadie, que no responde a ningún mandato imperativo, de funciones difusas y tentaculares, influida permanentemente por grupos de presión poderosos, jamás a expensas de los ciudadanos. Ese ninguneo a la opinión de los europeos, el texto fue rechazado en los pocos países a los que fue sometida a referéndum, pronto cortaron la cosa, que corría riesgo de irse de las manos, con la excepción de nuestra Españeta, donde más allá de los pocos votos en contra salió ganador el “sí”, todos engatusados por las siglas correspondientes, como si nos fuera con los partitócratas la vida; aunque, eso sí, con una participación ridícula, de apenas el 40%. Esa imposición del Tratado de Lisboa de arriba a abajo, mismo texto pero ya sin esa etiqueta propagandística de “Constitución”, como jugando al despiste, no ya ninguneándonos, eso siempre y sin ninguna duda, sino tratándonos directamente de imbéciles. Ahí sí ha dado en el clavo Vance. En señalar el divorcio entre las élites europeas y sus súbditos. Y aún más que el divorcio, señalando su absoluta falta de legitimidad en su acción política, que es lo que más ha tenido que doler, como cuando el rey desnudo se percata de que hasta un inocente niño es capaz de señalarlo.

Edificio Berlaymont en Bruselas, sede de la Comisión Europea (Wikimedia commons).

Pero todo esto sin una sola palabra de denuncia hacia las instituciones. James David, se te ve el plumero. El vicepresidente del Imperio no ha querido señalar con concreción en qué consiste exactamente la diferencia de diseño entre lo de Europa y lo suyo. Incluso ha jugado al despiste haciendo referencia, nada más empezar el discurso, a “nuestros valores comunes”. Vance, Trump, lo que quieren es un cambio de cromos. Que siga todo atado y bien atado, pero con otros actores, quizá un poco menos mediocres, en todo caso más de su gusto. Personajes que han quedado colgados de agarraderos que ya no existen o que ahora interesa desmantelar. Toda la puesta en evidencia hacia nosotros, los súbditos ajenos, que en realidad, más allá de las palabras, en nada le importan a Vance y a Trump, solo tiene ese fin: que se empiecen a mover las sillas. Lo que les ha dicho a los “líderes” europeos es que se ha acabado su tiempo, que los que nos han estado llevando camino a la miseria en los últimos tres años y antes ya no son necesarios, que, gracias por sus servicios, pero ahora hay otro sheriff que requiere nuevos alguaciles. Trump, Vance, como el resto de los dirigentes norteamericanos desde la Segunda Guerra, creen que una pata de su fortaleza es el sometimiento de Europa, que la bota podrá seguir ejerciendo su presión mientras no se cambie lo fundamental, que no es otra cosa que las instituciones. No hay soberanía si no descansa en el pueblo, una pista interesante que se ha podido leer entre lineas en el discurso de Vance. Por supuesto, como amenaza a los que ahora sobran, que han sabido captar el mensaje sin ninguna duda, lo están demostrando en todas las cabeceras que van saliendo desde el viernes, donde la palabra más escrita es “indignación”, cuando la que debería ser mayoritaría es “vergüenza”, como ellos saben de sobra.

El rapto de Europa, por Valentin Serov, 1910.

Nos queda captarlo a nosotros, los aspirantes a ciudadanos. Mientras no diseñemos un sistema pensado inteligentemente para el control del poder, para la rendición permanente de cuentas, para la repudia a patadas de los que no trabajen a nuestro servicio exclusivo en el mismo instante en el que dejen de hacerlo, que eso y no otra cosa es la democracia, seguiremos a expensas de los raptores de Europa. Que ya no es el Zeus cretense transformado en buey del mito clásico, sino personas bien reales, a uno y otro lado del Atlántico. Aquí, los subordinados, que han hecho de esa violencia contra el gobernado su modo de vida, porque cuando hay régimen de poder y no sistema político no hay otra cosa que violencia institucional. Y allí, sus jefes, ante los que seguirán rindiendo pleitesía los que nos desgobiernen, sean quienes sean en cada momento, mientras no cambiemos el diseño para tener los nuestros propios, con la legitimidad del mandato estricto del ciudadano, que es la única legitimidad posible. Para poder ser de una vez soberanos, cada nación por su parte y el conjunto europeo mediante un acuerdo inteligente, que respete a los integrantes y que tenga que tener en cuenta en cada decisión a los gobernados. Es decir, lo que se lleva hurtando a los europeos desde 1945.

Julio Álvarez
15 y 16 de febrero de 2025

(nota 1) Transcripción del discurso de JD Vance en inglés y en español respectivamente:  https://www.telegraph.co.uk/us/politics/2025/02/14/jd-vance-munich-security-conference-speech-in-full/  y  https://voz.us/es/politica/250215/21114/jd-vance-europa-discurso-munich.html

(nota 2) Donaciones para las campañas presidenciales de Kamala Harris y Donald Trump en 2024: https://www.forbes.com/sites/alisondurkee/2024/11/04/trump-vs-harris-fundraising-race-harris-outraised-trump-3-to-1-with-last-pre-election-report/

 

• Más sobre el tema: Julio Álvarez Jiménez. La fórmula

 

8 comentarios

  • Julio, muy buen artículo. Pasé toda la tarde leyéndolo. Si hubieras escrito 7 párrafos en vez de 448, seguro que te habría leído más gente ¡y hace falta! ¡es precisamente lo que hace falta! Gracias por todas las referencias y por esa labor intelectual que has hecho y compartes.

    • ¡Gracias, Galux! Me hace mucha ilusión que haya quien lea semejante "cartapacio'. Es que llevo 3 años mordiéndome la lengua y el sábado salió una parte de golpe tras oír a Vance.

      Edited on Lunes, 17 Febrero 2025 20:40 by Julio.
  • La Europa socioeconómica y política del siglo XX es un producto norteamericano.

    Las cuestiones prácticas, y aún las menos utilitarias, de la vida diaria tienen su origen en pautas de aquella procedencia. Desde hace tiempo, en el reparto mundial de actividades económicas, Europa, cada vez más, significa ocio.

    Eso quiere decir turismo. Puede que vestido con un velo donde colgar palabras rimbombantes como “Cultura”, “Tradición”, “Vieja Europa”, etc. Da igual si aparecen relacionadas con un hotel de lujo, un bar o un alojamiento recoleto “donde se ha preservado la esencia de lo antiguo”. Es turismo. Lo cual quiere decir que se trata de mostrar atracciones (tanto da naturales como construidas) que están ahí, como mucho, mantenidas por los habitantes actuales. Pero gracias a la naturaleza, en unos casos, y a los antepasados, que las construyeron, en otros.

    El lugar europeo sirve en algún momento para dar cierta respetabilidad. Cuando hubo que anunciar la inauguración de un mega parque de atracciones se recalcaba que Eurodisney “está cerca de Paris”. En el mundo real es Paris quien está cerca de Eurodisney.

  • Hola otra vez.

    Con los líos que tuve para mandar el texto anterior me dejé en un rincón una pregunta:

    Bien lo de De Gaulle y toda la grandeur adosada (aunque, a veces, acabe como empezó y es en una forma parecida al soufflé).

    Aquí la pregunta:

    ¿Y qué decir de Suecia?

    Un lugar siempre mirando al este y preparándose. Por lo menos desde el siglo XVIII con una industria armamentística propia y puntera (fiascos como el del mega barco Vasa pasan hasta en las mejores flotas). Nada dependiente de la potencia hegemónica que tocara en cada época. Han tenido a Finlandia como tapón, pero no se han fiado ni lo hacen. Neutrales en la Guerra Fría, pero armados y a la vanguardia.

    • Es una partitocracia también. El sistema institucional es muy parecido al nuestro. Otra cosa es la "idiosincrasia", pero eso ya es meterse en terrenos pantanosos. Para comprender a los nórdicos siempre recomiendo una cosa: visitarlos en pleno invierno. Ahí se ve claramente que, o se organizan, o perecen. El medio manda mucho.

  • Tras tres años, como dices, no podías decirlo en menos palabras. Me abruma todo lo que cuentas pues al final llego a lo de siempre, no estoy representado por mis políticos, pero mucho menos por los europeos. La situación internacional es  compleja y si le sumamos que la información básica no fluye, no dejan que sepamos, me siento oveja. Lo que sí tengo claro es que los abuelos del mundo, Trump, Putin, el chino, el coreano, etc no son buenas manos, y los Netanyaju de turno para terminar de liarla; no veo salida para los ciudadanos, sean de donde sean, ni para la tierra que nos acoge. Parece mentira que en el mundo de lo inmediato no me entere de nada. Un saludo Julio.

    • No estamos representados en ninguna instancia, no es una opinión o una soflama, es una descripción estricta y racional de los hechos si tomamos estrictamente el concepto de representación legal. La clave es cambiar las instituciones. Naturalmente, de su diseño deficiente resulta toda la caterva que tenemos, que es seleccionada, no por su funcionalidad respecto a los intereses de los gobernados, sino por otras cuestiones totalmente ajenas a nosotros, y no estoy hablando de conspiraciones, me refiero a cosas como la "medranda" y otras aún más cutres y lamentables. Esa es la raíz de todo, lo intento explicar artículo tras artículo. De momento, fíjate, ahora les ha dado por creerse Napoleón. ¿Quién les ha dado permiso? ¿En qué programa electoral está ir a una guerra? Es desesperante todo.

    • Otra cosa, Antonio. Del error se sale, de la confusión no, decía mi admirado Trevijano. Es ahí donde interesa que estemos, en la confusión. Salir de ella exige esfuerzo y sobre todo tiempo, que desgraciadamente no siempre se tiene mientras se sobrevive en el día a día. Pero estamos seguramente en los momentos más cruciales del siglo XXI, en los que se van a decidir las siguientes décadas por delante, muchas décadas. Hay que contrarrestar a esas fuerzas que nos quieren llevar no se sabe bien a dónde, pero la cosa pinta cada vez más oscura. Necesitamos aspirantes a ciudadanos que hagan ese esfuerzo. Muchos.

Viñeta

Archivo de humor gráfico:

• Galia

• JMC

 

 

 

Ediciones de La Plazuela - El Afilador

¡Nuevo!
Agotado