El pasado 20 de junio cumplía el cardenal Bergoglio cien días como obispo de Roma y, por ende, como Sumo Pontífice. Muchos medios de información se hacían eco de la noticia ya que en el mundo de la política, es un plazo en el que se valora el rumbo que toma la persona que lleva ese tiempo “al mando”. Aunque la comparación sea en un nivel muy distinto se puede hacer también con el Papa Francisco y más, si cabe, recordando que también es un jefe de Estado.
Tenemos ante nosotros un hombre singular. Lleno de gestos que han calado hasta lo más hondo de todas las personas, desde el salir al balcón vaticano despojado de todo atuendo pontificio, hasta su “misteriosa” ausencia del pasado día 22 en un concierto en el vaticano. Todo esto nos llena no sólo de expectación sino que vamos entendiendo, poco a poco, que hay que distinguir entre lo esencial y lo accidental en la vida de un pontífice.
Hay cosas que pueden ser o no ser, que más da que vaya con zapatos rojos o negros, con muceta o sin ella, con pectoral de oro o de plata, todo esto indica una sencillez en aquello en que muchas veces se había apoyado la fe. No es cuestión de fe la ropa o la forma de un Papa. Pero Jorge Mario está abriendo los ojos de la fe con todo esto tan accidental.
Es un hombre bueno, de aquellos que cuando los percibimos somos capaces de decir, “es de buena madera”. Y es bueno porque ha sido dócil a la voluntad de Dios y ha intentado vivir en cada momento conforme a los planes del Creador.
A esto se suma además, su forma de entender su ministerio, que quizá eso le haga más bueno. Es un hombre libre. No se ata a nada, solamente a la voz de Dios. Y claro, esto rompe esquemas, supera la lógica y a veces, puede hasta doler a aquellos que no entienden la libertad de espíritu.
Y creo, que después de este periodo de tiempo, nos ha enseñado a todos que es uno más en la cadena de los grandes Papas con los que Dios ha bendecido en estos últimos siglos a su Iglesia, a cual más libre y a cual más singular. Quizá esta sea la grandeza que desborda la silla Petrina y que muchas veces se quiere encasillar en palabras o en juicios de valor.
Pero claro, en cien días hay que hablar de gestos, de aquellas cosas que entrar por los ojos para abrirnos el corazón y de estos, de los gestos, el Papa Francisco sabe, y bien, porque él es así porque la vida lo ha hecho así.