Aunque recientemente haya tirado la toalla algún ministro – Alberto Ruiz-Gallardón –, cosa infrecuente por estas latitudes, hay cosas que no cambian en España. Por mucho que se anuncie reiteradamente un cambio de sistema y por mucha globalización que se nos venga encima, me temo que van a tener que transcurrir unas cuantas generaciones para que pasen a mejor vida algunos de nuestros más arraigados pecados capitales. Y, muy especialmente, el de no querer reconocer nunca los méritos del vecino. Como el halago debilita, aquí siempre somos más partidarios de criticar y cuestionar las brillantes trayectorias, y bastante muy proclives a empañar los éxitos con infundios y sospechas.
El héroe de hoy tiene muchas papeletas para ganarse al día siguiente el título de villano. Construimos ídolos a la misma velocidad que nos los cargamos. Entre los muchos vicios que delatan nuestras miserias – y que no entienden de niveles culturales o sociales – destaca el de pensar que aquí nadie puede hacerse rico, si no es robando. Aquí los ricos, mientras no demuestren lo contrario, son unos chorizos, que han acumulado grandes sumas de dinero de forma irregular. La presunción de inocencia es un formulismo jurídico trasnochado.
– ¿Se puede ser rico sin robar?
– Hombre, supongo que alguna posibilidad habrá… Aunque sea porque a uno le haya tocado la lotería.
Ha calado ya tan hondo el fenómeno de la corrupción en España, se ha enfangado tanto la vida política y económica, que lo que en Estados Unidos se sigue llamando “el sueño americano”, aquí se ha convertido en la pesadilla de no pocos españoles.
Cuando alguien triunfa – cuestión siempre relativa –, se arriesga inevitablemente a engrosar la lista de los sospechosos. Si uno incrementa su patrimonio, como consecuencia del trabajo y del esfuerzo, también despertará la duda. ¿Será o no será trigo limpio? Si ha ampliado el negocio, ha generado puestos de trabajo y ha creado nuevas empresas, entonces habrá que ver si no estará explotando a sus empleados, defraudado a Hacienda o si no tendrá mano en algún ministerio, gobierno regional, diputación o ayuntamiento.
Por supuesto que hay fortunas de dudosa procedencia y patrimonios acumulados de forma irregular, incluso delictiva. Pero eso no puede llevarnos a la generalización, que tanto nos gusta a los españoles. Me parece injusto meter a todos en el mismo saco, porque podríamos llegar a la perversa conclusión de que ya no quedan personas inteligentes y honestas que logran un mayor estatus social o profesional por el esfuerzo, la tenacidad y el trabajo.
Una de las asignaturas pendientes de nuestro país es precisamente la de no darle – especialmente en la época de las vacas gordas – mayor valor al esfuerzo, en lugar de primar los pelotazos y el dinero fácil. El esfuerzo, la tenacidad y el sacrificio no llevan necesariamente aparejada la recompensa, pero sí pueden ayudar a lograr aquellos objetivos que uno ha soñado.
Hay gente que lo intenta denodadamente y no lo consigue, pero al menos lo ha buscado. Y estarán de acuerdo conmigo en que es bastante más difícil que los objetivos se consigan cuando no se lucha por ellos. O quedándose en casa tumbado. Las musas, como parece ser que contestó en una entrevista el gran pintor malagueño, Pablo Picasso, es posible que existan, pero “te tienen que coger trabajando”.
Por las redes sociales – interesante termómetro para conocer la opinión de la gente – se han esparcido, tras la muerte de un conocido banquero y del presidente de unos grandes almacenes, insultos y descalificaciones, mensajes mezquinos, bromas de mal gusto y críticas infundadas, especialmente sobre el primero.
No sé si estos ejemplos son los más apropiados, pero está claro que por razones que deben esconderse en los genes poco evolucionados de nuestra sociedad algunas personas son incapaces de aceptar el éxito de los demás. Se puede ejercer cualquier profesión – incluso la de periodista – con la mayor honestidad y decencia. Y, por supuesto, que es saludable criticar a banqueros, empresarios o políticos, pero sin caer en el infundio ni en la demagogia.
El enriquecimiento personal no es ningún delito, siempre que se consiga dentro de la legalidad vigente. Personas como las mencionadas claro que han ganado mucho dinero, pero no olvidemos que también han generado riqueza y trabajo para decenas de miles de personas. Y ¿cuántos puestos de trabajo han creado algunos de los que les han dicho de todo, menos bonito?
Mientras que en los países más avanzados se reconoce y aplaude a todo aquel que invierte en proyectos generadores de bienestar y riqueza, aquí seguimos, erre que erre, comparando a nuestros empresarios – salvo honrosas excepciones – con esclavistas y explotadores sin escrúpulos, dispuestos a forrarse con el sudor ajeno.
Podría trasladar al sistema educativo esta manía de tirar por tierra a quien destaca, pero ya habrá tiempo de ello. Cuando en un colegio un alumno sobresale, gracias a su esfuerzo y a su inteligencia, en lugar de ponerlo como ejemplo y sujeto de admiración, tiene que cargar con la sensación de estar haciendo algo malo.
Casi tiene que pedir perdón a los compañeros, no vaya a ser que esté poniendo el listón demasiado alto.