El pequeño Francisco Nicolás Gómez Iglesias podría haber hecho carrera política, ahora que quedarán los puestos vacantes de imputados, pero se pasó de frenada. Pensó que todo el monte era orégano y se saltó varios semáforos. Cuando ya se había fotografiado con buena parte de la cúpula del PP, y había saludado a los nuevos Reyes en la recepción del Palacio Real posterior a su proclamación, se le cruzó en su camino Soraya Sáenz de Santamaría - de la que decía ser su asesor -, y lo puso en manos de la justicia.
Algunos creen que el “pequeño Nicolás” es un impostor, pero yo lo encuadraría en el apartado de pícaro que apunta maneras.Ha demostrado una gran habilidad para dar el pego y, como ha confesado en algún periódico su buena amiga “La Pechotes”, tiene “una mente privilegiada”. En definitiva, un artista que sabía arrimarse a los poderosos, fotografiarse con ellos como si los conociera de toda la vida, rentabilizar luego al máximo esas supuestas influencias y aprovechar el deseo de medrar de otros, ofreciéndoles servicios de intermediación en todo tipo de causas y litigios. Lo que podríamos llamar un aprendiz de comisionista en medio de la fauna corrupta que nos rodea.
El “pequeño Nicolas”, un fenómeno donde los haya, es muy probable que no haya leído nunca “El Guzmán de Alfarache”, de Mateo Alemán, ni “El Lazarillo de Tormes”, de autor anónimo. Aunque tampoco era requisito necesario para llevar a cabo sus ingeniosas tropelías. Podía haber sido perfectamente ágrafo, porque la realidad española de estos últimos años no dejade mostrarnos ejemplos elocuentes de infinidad de inútiles que hacen fortuna en el mundo de la política.
“¡Arriba ese ánimo, Nicolás, que tú puedes llegar lejos!”, debía de repetirse a sí mismo una y otra vez el chaval, antes de colarse por las tuberías que comunican los salones de la Fundación FAES, presidida por José María Aznar. “¡Vamos Nicolás!, que otros más tontos están ocupando puestos de responsabilidad”.
Es cuestión de echarle un poco de cara – debió de pensar este aprendiz de brujo -, y de aplaudir y halagar a los miembros de la mesa presidencial, para después ofrecerles tus servicios… Como si los conocieras de toda la vida. Después, conviene inmortalizar ese momento para que nadie ponga en duda tu capacidad de seducción, tus dotes de joven emprendedor y tus habilidades a la hora de intermediar en cualquier conflicto de intereses o reparto de favores, que es de lo que viven algunos destacados representantes de la clase política.
Con apenas diecisiete años, el protagonista de esta rocambolesca historia ya había pisado las moquetas de algunos palacios y presumía de tener influyentes amigos. Hasta en el mismísimo Centro Nacional de Investigación (CNI). Unos años más tarde hacía ostentación de poderío y usaba coches oficiales y con escolta para trasladarse por España. De no ser por la distracción de algún dinero prestado, y por la persistencia en subir el listón de la impostura y del engaño, ahora estaría a punto de ser un joven candidato popular o el hombre de confianza de algún alto cargo,cuya única misión consistiría en la apertura de otros despachos importantes.
Aunque hayan salido a la luz comportamientos supuestamente delictivos del chaval, el perfil del “pequeño Nicolás” no es el perfil de un delincuente. Tampoco el de un peligroso extorsionador, ni mucho menos el de un ladrón de “cuello blanco”. El “pequeño Nicolás” es hijo de su tiempo: el producto que resulta del engaño y de la corrupción que sufre nuestro país desde hace unas décadas.
A este curioso personaje habría que hacerle un monumento. Verlo al lado de políticos, empresarios o jueces, tan repeinado, departiendo sobre cómo hacer negocios o cómo sacar del lío en el que anda metida la infanta Cristina, es una manera distinta y nada desdeñable de mostrar las miserias de quienes creíamos eran servidores del Estado y valedores del bien común.
El chaval, al fin y al cabo, no ha hecho otra cosa que imitar a sus mayores, adaptando a su personalidad los modelos que tenía delante. Así se explica que el “pequeño Nicolás” triunfara ofreciendo a sus ambiciosos clientes un encuentro con alguien que “te merece la pena conocer para este o aquel negocio”, o un plan de inversiones en Guinea Ecuatorial…Y hasta un apaño que permita buscar una salidaal clan de los Pujol.
Las fotos del “pequeño Nicolás” – las reales, me refiero, no los montajes que han venido después – son un retablo realista de una sociedad en la que se han ido perdiendo los valores, en favor de los intereses más ruines. Las muchas instantáneas que han ido salpicando la trayectoria “profesional” de este joven son una parte de esa realidad que nadie ha querido ver hasta ahora. O que algunos sí veían, pero tampoco estaban dispuestos a cambiar. El “pequeño Nicolás” ha disfrutado de ese juego de vanidades y ha fotografiado la doble moral de importantes personas que aparecen con él en las selfies.
Antes de acabar este artículo, entro en Internet y me doy de bruces con este titular en la portada de elmundo.es: “51 detenidos y un fraude de 250 millones en Ayuntamientos y Comunidades Autónomas”. El nuevo escándalo será viejo cuando estas líneas se publiquen.
“Joder ¡que tropa!”, que dijo Romanones al enterarse de que ni los más afines habían votado su candidatura para ingresar en la Academia de la Lengua.