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En el anterior número de La Plazuela comentamos la alarma mundial declarada en el pasado mes de agosto por la Organización Mundial de la Salud (OMS),  a la vista de la situación epidémica provocada por la enfermedad del virus Ébola (EVE) en países del África Occidental.

Lo escribíamos después de que en nuestro país se hubiesen tratado sin éxito a dos enfermos infectados por el virus. Por desgracia, a los pocos días, se diagnosticó en Madrid el primer caso de EVE adquirida en Europa. Una persona del equipo sanitario que cuidó a los misioneros repatriados resultó contagiada. Lo que ha sucedido después ha sido ampliamente comentado y no vamos a volver sobre ello. Hoy, felizmente, hemos de alegrarnos porque el buen hacer de los equipos de salud ha podido llevar a la paciente hacia la curación y a superar la situación creada por la alarma.

No obstante, es importante señalar unos hechos que han de hacernos reflexionar como usuarios del Sistema Nacional de Salud. Nuestra sanidad, en los últimos años, se ha visto sometida a recortes presupuestarios y de personal,  a experimentos de privatización y cambios en los servicios asistenciales que han contribuido a deteriorar la excelente labor que venía desarrollando; hasta el punto de que una situación crítica como ésta, necesitada de un esfuerzo adicional y de un sistema asistencial perfectamente preparado, se haya convertido en una crisis sanitaria de tanta trascendencia. Y todo ha sucedido  por no tener dispuestos los  recursos y las condiciones necesarias para hacerle frente sin riesgo, tanto para los que habían de cuidar a los enfermos como para la población en general.

Cada día recibimos la noticia de que un nuevo caso de EVE se diagnostica en uno de los países desarrollados, lejos de África en distancia pero muy cerca por la gran velocidad con la que se realizan los viajes internacionales. De modo que, en los países dotados de servicios de salud avanzados, la EVE se está convirtiendo en una especie de prueba de estrés capaz de diagnosticar la calidad y la capacidad de reacción de sus sistemas sanitarios ante las nuevas enfermedades infecto-contagiosas.  

Al mismo tiempo vamos comprendiendo que, la salud es una cuestión globalizada, que la enfermedad no entiende de fronteras y que para poder atajar el problema tendremos que trabajar en los lugares de origen. Poco a poco, los países van reaccionando y haciéndose sensibles a los aldabonazos que la enfermedad da en sus puertas. Nos anuncian, con cierto orgullo, que para los primeros meses del próximo año tendremos preparada una vacuna para combatir la enfermedad. Parece algo cínico que oigamos noticias tan esperanzadoras como ésta, si tenemos en cuenta que llevamos muchos años hablando de las enfermedades emergentes y de su letalidad. Resulta un tanto escandaloso que sea ahora, al sentir el problema tan cerca, cuando las multinacionales del medicamento se ponen a investigar y a desarrollar remedios con rapidez.

A veces, da la impresión de que en las reuniones de ministros de la Unión Europea solamente se pretende atrincherar a Europa y crear una burbuja protectora ante la amenaza del virus. Aunque, al parecer, después de muchas discusiones, ya se van tomando las decisiones de enviar recursos de todo tipo. Esperemos que sean suficientes para ayudar a las personas que están afectadas por lo más terrible de la enfermedad.

Desgraciadamente, en los países del  África Occidental la presencia de este tipo de epidemias tiene su origen en la pobreza, en la falta de servicios, en los conflictos violentos y en otras causas que no son ajenas a los países desarrollados. Son muchos los determinantes de tan deplorable situación y deseamos que, de una vez, las organizaciones internacionales se tomen en serio la búsqueda de remedios para su solución y los pongan en práctica. Pero de momento, mientras llegan las políticas solidarias de cooperación con los países pobres, no es malo que, ahora, España y Europa muestren su voluntad de contribuir a la solución de este problema concreto.

Varias organizaciones no gubernamentales, entre ellas Médicos del Mundo, están preparando programas para que voluntarias/os puedan acudir a los países afectados  y ayudar con su trabajo. El gobierno tiene en sus manos facilitar la “comisión de servicios” para que puedan ir allí, de forma planificada y ordenada, las/os profesionales de los servicios públicos que lo deseen. Seguro que las organizaciones humanitarias internacionales y las ONG`s podrán contribuir a llevar a cabo esta ayuda que tanto se necesita y que puede aliviar tanto sufrimiento.

Si los gobiernos de los países desarrollados, incluida España, han aprendido la lección  procurarán gestionar este asunto en su propio territorio, con la mayor eficacia y eficiencia, sin improvisaciones y dejándose asesorar en todo momento por los expertos.

Pero, además, les debemos exigir que atiendan la llamada a la solidaridad que hacen las personas que están en peligro de muerte y padeciendo por ésta u otras enfermedades tan letales como ésta. Por ellas y por el propio interés de todas las naciones se ha de procurar una solución en los mismos lugares que tienen la desgracia de ser los primeros en sufrirlo.

Miguel Carrasco Asenjo
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Médico especialista en Salud Pública y en Microbiología

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