He leído en algún sitio que el Partido Socialista quiere incluir en su programa electoral la limitación de deberes a los alumnos, además de suprimir la asignatura de Religión y de extender la educación obligatoria hasta los 18 años. Cualquier excusa es buena – en este caso, las elecciones del 20 de diciembre – para abrir debates en la enseñanza española.
Cualquier ocurrencia es buena para remover, una vez más, las estructuras de un sistema educativo que si algo necesita precisamente es estabilidad y grandes acuerdos. Y, lo curioso de todas estas iniciativas es que ninguna de ellas se centra en la resolución de lo fundamental: aumentar la calidad de la enseñanza, conseguir mejor formación en las nuevas generaciones y reducir ese vergonzoso 30% de fracaso escolar que hoy tenemos en España.
Vayamos con los deberes. Para reivindicar los valores del esfuerzo, la disciplina y el sacrificio, a la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos (CEAPA) se le ha ocurrido plantear la supresión de los deberes. Y el PSOE ha recogido el guante, sin reflexionar en sus consecuencias, sino en lo felices que hará a algunos esta medida.
El argumento es la cuadratura del círculo: pretender que nuestros jóvenes accedan a la vida laboral con una formación excelente, pero sin someterlos al estrés y a la preocupación de mandarles tareas para casa. ¡Pobrecitos! Los deberes son un incordio y una pesadilla. Además, si les exigimos tanto, no tendrán las criaturas tiempo para jugar a la play, navegar con la tableta, ver la tele, enviar mensajes por el móvil o participar en algunas de las múltiples actividades extraescolares que les ofrece el Centro.
Hemos llegado a tal punto de estupidez que los padres ya no piden reuniones con los profesores para quejarse de que no le exigen bastante a sus retoños o para decirles que echan en falta una mayor disciplina y algún que otro dictado para que el niño deje de darle patadas al Diccionario de la Real Academia de la Lengua como si fuera una pelota… Para rogarles encarecidamente que estimulen en él la afición por la lectura y le enseñen – cueste lo que cueste –, a juntar palabras de forma ordenada y a escribir un par de líneas sin faltas de ortografía.
En la escuela de mi infancia no vi a ningún padre protestar por “la enorme cantidad de deberes que trae este niño a casa”. Aunque les doliera tener que prescindir de su ayuda durante algunas horas, con la falta que les hacía en el campo. A los padres de entonces lo que les preocupaba realmente era que su hijo se esforzara al máximo y que consiguiera lograr los objetivos que a ellos les habían negado, por falta de recursos económicos y también de estímulos intelectuales.
Los traumas de los alumnos de entonces los provocaban situaciones familiares o sociales, circunstancias ajenas a ese estrés y cansancio que los padres de ahora achacan a los deberes que traen “las pobres criaturas”. Algunos padres se están convirtiendo en un problema añadido para la educación de sus hijos. Les protegen de tal manera, les comprenden hasta tal punto, les cuesta tanto llevarles la contraria, que son capaces hasta de culpar a los profesores de que el hijo sea probablemente un caso perdido, un auténtico desastre. Incluso le imponen al profesor la manera de tratarlo y de educarlo para que la criatura retome el camino correcto. Y, sobre todo, para que no sufra la joyita, pues cualquier contratiempo podría tener consecuencias irreparables en su vida de adulto.
Con todas estas tonterías, estamos consiguiendo crear una especie de mundo feliz que no se corresponde con las exigencias del mundo real. Aún recuerdo a nuestros padres aconsejar a nuestros educadores mano dura.
Sobre la asignatura de religión, solo un par de apuntes. La materia de religión en España, como en la mayoría de los países europeos, salvo en Francia, es una opción libre de los padres, en función de sus creencias. En estos momentos, aquí ni es un problema ni provoca discriminación para quienes no profesan la religión católica, puesto que los padres tienen la opción de elegir una asignatura alternativa: Valores Sociales y Cívicos, en Primaria, y Valores Cívicos, en Secundaria.
En cuanto a la tercera propuesta socialista relativa a la obligatoriedad de la enseñanza hasta los 18 años, dos apuntes más. Primero, que nos digan lo que cuesta en términos presupuestarios la aplicación de la medida y cómo hacerla compatible con la libertad que tienen hoy los jóvenes para dejar los estudios a los 16 años e intentar buscarse la vida en el mercado laboral. Y, segundo, cómo lograr que puedan compartir aula quienes no tieneninterés ni vocación por el estudio con los compañeros que se esfuerzan cada día por adquirir nuevos conocimientos.
Si eliminamos los deberes, suprimimos la religión católica en los colegios y extendemos la obligatoriedad de la enseñanza hasta los 18 años, me temo que volveremos a hacer un pan como unas tortas. Y seguiremos generando improvisación y alimentando el desconcierto.
Los socialistas proponen retoques en los planes de estudio, pero lo que de verdad necesitamos es un acuerdo global para la Educación, alejado de los intereses partidistas.
Ese sí que es uno de “los deberes” que tenemos pendientes.