El 14 de noviembre cerca de 300 personas de unos 70 círculos rurales de Podemos y asociaciones ciudadanas distribuidos por todo el país se reunieron en Molina para compartir proyectos, experiencias y expectativas sobre el mundo rural, a fin de transformarlos en propuestas al programa electoral de este partido de cara a las próximas elecciones generales. Los debates giraron en torno a tres ejes principales: Mundo rural vivo, Soberanía alimentaria y Sostenibilidad y Medioambiente. El sentimiento común entre los participantes era la necesidad de cambiar las reglas de juego, de definir un nuevo marco constitucional para revitalizar a este enfermo politraumatizado que es el mundo rural.
Aunque existen diferencias notables entre unas y otras comarcas, en el 90% del territorio español vive tan sólo el 20% de la población. La media nacional es de 93 hab/km2; mientras que en el mundo rural baja a 20/hab/km2. En nuestro entorno, la Sierra Norte de Guadalajara, la densidad oficial es de 3,78 hab/km2, según estimaciones de ADEL Sierra Norte.
Estos datos revelan un dramático desequilibrio demográfico entre áreas urbanas y rurales, entre zonas de litoral y zonas de interior, derivado de políticas desarrollistas desequilibradas iniciadas durante la dictadura y continuadas hasta hoy. La mayor parte del territorio ha quedado así en precario, sin perspectiva de futuro por falta de habitantes y en grave riesgo de ser presa de intereses espurios, especuladores y oportunistas. Poco a poco se han ido apagando o degradando las actividades agropecuarias, las forestales, la pesquería artesanal. El llamado sector primario deja de serlo y se vacía de contenido arrasado por el comercio globalizado y la industrialización a ultranza.
Se clama por la precariedad de los servicios (educación, salud, transportes, telecomunicaciones…) en las zonas rurales; se promueve el turismo rural, se venden el paisaje y los más variados “parques temáticos” ligados a yacimientos paleontológicos o bodegas de corte vanguardista para disfrute y regocijo de urbanitas convictos. Pero se pasa por alto que el verdadero valor del territorio está en la tierra misma, en el uso que secularmente ha tenido y en el filón inagotable que es su capacidad de auto-mantenerse. Porque, en realidad, la tierra es sostenible; somos nosotros quienes con nuestros abusos hacemos que no lo sea.
Sirva como ejemplo la Serranía Celtibérica, una extensión similar a la de Andalucía que engloba la provincia de Teruel y partes de Cuenca, Soria, Burgos, Zaragoza Castellón y Guadalajara, y cuya densidad de población es de 8 hab/km2, una de las más bajas de Europa. En el interior de esta región hay zonas, como la nuestra, en las que cae hasta 1,63 hab/km2, inferior a los 1,87 hab/km2 de Laponia, una de las regiones más inhóspitas del Continente. La diferencia es que los lapones siguen pastoreando renos y aprovechando la madera y los recursos de sus bosques. Su modo de vida ha evolucionado, se ha tecnificado, pero su cultura está viva, intacta. Aquí, en cambio, hemos vendido el alma al diablo. Se ha hecho de la mayoría de los agricultores empleados cautivos de los intereses de las multinacionales que controlan las semillas y los insumos. Muchos ganaderos han sucumbido al mercado globalizado, que pone carne de Nueva Zelanda en los supermercados a precios de dumping, o a la presión inmobiliaria, como ha ocurrido con las áreas de litoral.
No va a ser fácil recuperar el sentido de lo rural, que no es otro que el latido de la propia vida. Pero no hay otro camino. Si miramos con perspectiva de futuro, a la larga la vida en las grandes ciudades conduce a una vía muerta. Hay que suministrarles todo, no tienen autonomía. ¿Hasta cuándo se puede vivir de prestado?
La primera medida a tomar sería establecer un modelo demográfico, y por lo tanto sociológico, equilibrado y descentralizado, basado en la cercanía, en la proximidad y en lo que se ha dado en llamar “Economía de kilómetro Cero”. Ello mejoraría la calidad de vida de los ciudadanos poniendo en valor lo mas inmediato y, por tanto, lo más accesible y reconocible. La calidad de los alimentos y de cualquier producto elaborado reside en el saber hacer y en la honestidad de los productores; algo que muchas veces se pierde en los recovecos de la distancia, la deslocalización, la acumulación y el negocio fácil, inmoral y falto de ética propios de los lobbies mercantiles.
Agricultura, ganadería, silvicultura y pesca, el llamado sector primario, son los fundamentos de cualquier economía perdurable. En consecuencia, debe salvaguardarse de toda especulación y todo tipo de usurpación. No hay soberanía sin autonomía; ni autonomía sin tierra. Acuerdos interesados que pretenden limitar la soberanía de los estados y las gentes en favor de “los mercados”, como es el caso del TTIP, deben ser rechazados y excluidos por principio.
El usufructo de la tierra ha dejado de estar, en gran medida, en manos de quienes la habitan, custodian y trabajan. Hay que promocionar su buen uso y ofrecerla a quienes con ella conviven y son capaces de cuidarla y apreciarla. Es imprescindible, por otra parte, conocer y valorar lo que nos es intrínseco, lo que nos identifica, lo que tenemos en derredor. Cada municipio debe hacer un inventario en este sentido: tierras, inmuebles, conocimientos, artes, modos de vida…. Y, a partir de ello, diseñar un plan coherente de vida, de futuro.
Las grandes urbes, por último, no son la panacea de la democracia. Todo lo contrario: su incapacidad para autoabastecerse las hace totalmente dependientes de los mercados de turno; de ahí su involución en las últimas décadas hasta convertirse en meros santuarios del consumo inconsciente. Hasta hace relativamente poco, las ciudades ofrecían oportunidades de trabajo asalariado a cambio del desarraigo y del abandono rural. Ahora no es así. El puesto de trabajo asalariado está dejando de ser la referencia en la distribución de la riqueza debido a la progresiva automatización de la industria y los servicios. No hay cama p’a tanta gente. Los núcleos urbanos, que otrora fueran los mercados directos del campesino, se han transformado en centros especulativos donde se consume por consumir y se presta poca atención al origen o la consecuencia de lo consumido. La ciudad ha roto el vínculo con su entorno, aislándose del territorio, y aislandolo, a su vez. Se nos ha vendido la globalización como el paradigma de las oportunidades. Pero ¿para quiénes? Pues para quienes la manejan, léase grandes trust financieros y grandes empresas multinacionales. Y el resto, a chupar rueda, si es que algo queda.