La Plazuela en las redesVideos de La Plazuela

Cartilla moderna de urbanidad. 1929.

Llegó nuestra cita cuatrianual con las urnas: celebramos la gran fiesta de la democracia. Las calles se inundan de siglas y de rostros que dicen representarnos, que quieren gobernarnos y gestionar el bien común por el bien de todos. Vuelan promesas y ruedan amenazas. Se avivan nuestros miedos y se alimentan nuestras esperanzas. Es la contienda del juego parlamentario, de este régimen que Churchill definió — con ese gusto tan inglés por lo absurdo de la lógica — como el peor de los regímenes políticos con excepción de todos los demás. Platón, que no pasó a la historia por ser un gran amante de la democracia, consideraba sin embargo que la peor ley es siempre mejor que el mejor de los tiranos (o reyes), y que son éstas las que deben gobernar nuestras vidas, porque en la naturaleza de las leyes está tanto el deber ser respetadas, como la posibilidad de ser cambiadas, mejoradas, abolidas, proclamadas. Lo bueno de las legislaciones es que buscan ser perfeccionadas, y han de serlo por las personas reunidas en asamblea, parlamentando, hablando, convenciendo; la soberanía reside en el pueblo: he ahí la gracia del peor de los sistemas políticos con excepción de todos los demás.

Un pueblo soberano exige una ciudadanía ilustrada, y por eso el pueblo debe recibir una instrucción que le permita ser autónomo y emanciparse de las cadenas de la superstición, alcanzar la mayoría de edad política y gobernarse a sí mismo con justicia y sabiduría: así lo consideró la utopía republicana del siglo de las luces. Por eso supuestamente las sociedades modernas se sustentan en un sistema de instrucción pública. Por ello las legislaciones educativas de los países democráticos recogen siempre como uno de sus objetivos fundamentales formar ciudadanos responsables y concienciados e incluyen para ello en los currículos la democracia y los derechos humanos como contenido a estudiar. Pero para Derry Hannam, promotor y defensor de la educación democrática, aprender sobre democracia y derechos humanos en la escuela de esta manera es como planificar vacaciones consultando folletos de viajes en la cárcel. La comparación es bien gráfica y expresa magistralmente la disociación que hay entre estudiar algo como contenido y aprender algo ejercitándolo, entre estudiar la democracia y ejercerla, experimentarla de verdad. Sin duda el preso podrá alcanzar un gran conocimiento de los diferentes destinos exóticos disponibles consultando folletos ... sin conocerlos realmente. Podrá planificar unas vacaciones perfectas que no podrá de ningún modo disfrutar.

Las escuelas no ofrecen muchas oportunidades de ejercer la democracia, de hacer valer nuestros derechos. De hecho las escuelas ofrecen poco espacio para ejercer la política. Imaginemos una escuela que buscase que sus alumnos y alumnas aprendieran sobre lectura sin leer. O una escuela de música en la que no se tocasen instrumentos, o una de fútbol donde no se jugaran partidos. Pero que tales escuelas pretendieran formar buenos lectores, buenos músicos, buenos futbolistas. Tal es la forma en la que nuestras escuelas quieren formar ciudadanos responsables de sociedades democráticas tolerantes, sin dejar que los alumnos y alumnas tengan voz y voto sobre los asuntos que les atañen. Se encuentran un reglamento de régimen interno establecido, un currículum predeterminado, un profesorado impuesto. Quizá nos digamos que no están preparados para asumir esa responsabilidad. Si es así deberíamos probar a decírnoslo en otros ámbitos, a extrapolar el argumento: no están preparados para andar, que no anden, no están preparados para hablar que no hablen, que esperen a saber andar y hablar para echar a andar o ponerse a andar. ¿Pero cómo va a aprender alguien a andar o a hablar sin hacerlo? ¿Cómo aprender a gobernarse si no se nos permite gobernarnos? Precisamente en las escuelas democráticas, como las escuelas Sudbury, esas son las cosas sobre las que el alumnado debe decidir: su currículo, las reglas que regirán la convivencia del centro, y qué adultos les ayudarán en el proceso de aprendizaje.

Hay una anécdota genial de Derry que aconteció en ese primer curso en el que experimentó la educación democrática en el contexto de una escuela pública del Reino Unido hace ya cuarenta años — de hecho hay infinidad de anécdotas asombrosas de aquel curso que muestran hasta dónde pueden llegar los chavales y chavalas cuando se les permite ejercer su autonomía de una manera real. Cuenta Derry que un día llegó el inspector a su clase. En esa clase los alumnos elegían su currículum, decidieron las normas de convivencia e incluso crearon un tribunal que permitiera implementarlas — tal es el ejercicio democrático en un entorno educativo — y todo ello sin la intervención directa de

Derry, que era el profesor-tutor de ese curso de educación secundaria. Pues bien, el inspector entró en el aula y se encontró con los alumnos y alumnas trabajando concentrados en diferentes grupos que no hicieron mucho caso de su llegada. Lo que el inspector no encontró y echaba en falta era la presencia del profesor. Decidió preguntar a uno de los alumnos y tuvo lugar el siguiente diálogo que el inspector contó a Derry posteriormente:

— ¿Dónde está vuestro profesor?

— No sabemos, estará por ahí haciendo algo.

— ¿Pero si no está vuestro profesor, porqué estáis todos trabajando en silencio?

— Verá, el señor Derry es un profesor tan blando, tan poco estricto, que si no nos damos nosotros reglas y nos organizamos esto sería un caos.

Aquel experimento no exento de conflictos con el sistema y el resto de profesores que Derry pensó que terminaría con su expulsión e inhabilitación como profesor de secundaria en la escuela pública acabó realmente obteniendo un premio de innovación pedagógica. Lo que aquel año académico fue sólo una clase en un colegio acabó convirtiéndose al año siguiente en toda una etapa, luego en todo un departamento. Derry acabó siendo inspector educativo e impulsando la educación democrática en Gran Bretaña primero, luego en toda Europa, para terminar su carrera asesorando al gobierno Finlandés en materia educativa. Existe una red europea en defensa de este tipo de escuelas y de educación, EUDEC, que realiza una gran labor promoviendo un nuevo paradigma educativo que nos permita vivir en sociedades más democráticas. Algunos analistas señalan que en nuestro país hay una democracia insuficiente y que vivimos una transición incompleta. Que tengamos poca cultura democrática y deleguemos en nuestros políticos el gobierno de nuestro destino sin nuestra implicación directa, sin pedirles rendir en verdad cuentas, esa inercia y desidia que durante tanto tiempo mueve nuestro afán político, ese ver la política como algo ajeno e inexpugnable, reducida a mera contienda pseudo-deportiva de clubes, quizá encontrara un buen antídoto en otro modelo educativo en el que pudiéramos realmente aprender a gobernarnos. Hasta entonces, celebremos la gran fiesta de la democracia, que vuelen las promesas y rueden las amenazas... y que gane el mejor, por el bien de todos y todas.

 

No hay comentarios

Viñeta

Archivo de humor gráfico:

• Galia

• JMC

 

 

 

Ediciones de La Plazuela - El Afilador

¡Nuevo!
Agotado