La frase que encabeza este comentario la pronunció Adolfo Suárez el 10 de octubre de 1976, durante la presentación en las Cortes Generales del proyecto de ley de Reforma Política: “El futuro no está escrito. Sólo el pueblo puede escribirlo”.
Se le ocurriera a él o fuera la autoría de uno de sus más brillantes asesores, el periodista Fernando Ónega – como la celebrada de “puedo prometer y prometo”–, el momento en que la dijo no podía ser más oportuno. España trataba en aquel momento de sacudirse la caspa de la dictadura y de encontrar una vía de convivencia pacífica que desembocara en una democracia.
No cabe duda de que esa iniciativa política fue una apuesta de futuro ambiciosa, que luego tendría que ser ratificada en las urnas por los españoles. Incertidumbre, por tanto, era la palabra que mejor definía el estado de ánimo de millones de ciudadanos en aquella recién estrenada democracia.
Pues bien, cuarenta años después, incertidumbre es la palabra que mejor define la situación que estamos viviendo en estos primeros compases del 2016. En las elecciones del pasado 20-D, parafraseando al primer presidente de la democracia, el pueblo ha escrito también su futuro. Un futuro, eso sí, lleno de incertidumbre, pero también de esperanza. El resultado de las urnas le ha añadido un ingrediente de intriga y de suspense a ese futuro –como en las mejores novelas del género–, dibujando una correlación de fuerzas que complica todavía más la gobernabilidad, pero que también pone a prueba la capacidad de nuestros políticos para alcanzar acuerdos y pactos que den prioridad al interés general sobre las ambiciones personales.
Tengo la sensación, una vez más, de que nos hemos pasado de frenada, sorprendiéndonos incluso a nosotros mismos. En lugar de buscar la estabilidad que aconsejaban nuestros socios europeos y el mundo empresarial –temiendo quizás encontrarnos con más de lo mismo–, hemos votado por la aventura. Por las emociones fuertes que ponen de los nervios a quienes reclaman seguridad y garantías para seguir invirtiendo y consolidando la recuperación económica.
Lo que ha ocurrido en nuestro país en los últimos años no entraba dentro de las previsiones oficiales y ha pillado con el paso cambiado a más de uno. Después de las últimas elecciones al Parlamento Europeo, un curtido y veterano político de Guadalajara, le restaba importancia a los cinco eurodiputados conseguidos por Podemos. En su opinión, no era más que un accidente, provocado en buena medida por el cabreo de los ciudadanos y por una ley electoral que en las europeas penaliza mucho menos que en las generales a los recién llegados.
Ese mismo político que unos años antes me presentaba como “nuevo alcalde de Sigüenza” al todavía candidato del Partido Popular que luego se quedaría en la oposición, dejando la alcaldía en manos del Partido Socialista, cosa que no había ocurrido desde la llegada de la democracia, no quería darse cuenta de la irrupción de Podemos. No quería admitir que aquello no era ninguna broma y que iba en serio. Y mucho menos asumir que buena parte del éxito de los recién llegados era culpa de los propios errores de los dos grandes partidos.
Sí, ya sé que no es fácil hacer predicciones en política, pero el exceso de confianza provoca luego dolorosas decepciones. Todavía recuerdo los mensajes de importantes dirigentes del Partido Popular y del Partido Socialista, durante las concentraciones del movimiento “15-M”, reclamando a los “indignados” que fueran valientes, se presentaran a las elecciones y dejaran de concentrarse en la Puerta del Sol y en los aledaños del Congreso de los Diputados. Ese deseo se ha hecho ahora realidad, pero con unos resultados que ni los más optimistas podían imaginar.
Lo cierto es que ahí están Podemos y Ciudadanos, en los escaños de al lado, brindando por el fin del bipartidismo, tras haber recogido su acta de diputados, compartiendo con la casta la tribuna de oradores y consumiendo sus correspondientes y preceptivos turnos de palabra.
A más de uno, incluido Mariano Rajoy, la cuesta de enero se le está haciendo más dura de lo esperado. Los peores pronósticos para el PP y el PSOE se han cumplido, los presagios se han consumado, y la incertidumbre ha pasado a ser compañera de viaje de esta nueva etapa política. Y ya se sabe que la “incertidumbre” significa “falta de seguridad, de confianza o de certeza sobre algo, especialmente cuando crea inquietud”.
El futuro no está escrito para nadie. Estas Navidades, mientras caminaba por la Calle del Peso, muy cerca de la Residencia de San Mateo, me vino a la cabeza la imagen entrañable de un salón grande, con la televisión al fondo, lleno de butacas pegadas a la pared, con decenas de personas mayores esperando a que la asistenta social levantara su copa e invitara a la concurrencia a brindar por el Nuevo Año.
Cada uno de aquellos viejecitos, con su vaso de zumo, Fanta o Coca Cola, escuchaba atentamente las indicaciones y celebraba a su manera los buenos deseos de la joven de seguir brindando juntos al año siguiente. “Que nos veamos todos el próximo año”, decía, mientras ellos intentaban contener la emoción. Algunos no pudieron evitar alguna lágrima. Otros, como mi padre, movían la cabeza, sin pronunciar palabra. Efectivamente, muchos no pudieron brindar un año después.
Salvando las distancias, algo parecido ha ocurrido en las elecciones con quienes ya brindaban por los siguientes cuatro años.