Fue el padre fray Toribio Minguella, nuestro obispo historiador, quien primero se benefició de la apertura del Archivo Vaticano, con lo que las fuentes historiográficas seguntinas recibieron un magnífico caudal. Entre los beneméritos investigadores de nuestro episcopologio, ha sido don Pedro Olea el encargado de explorar esos documentos. Con ellos y los ya conocidos, don Pedro va completando la obra de Minguella: está en las librerías su Sigüenza entre las dos Castillas y Aragón, que reseña puntualmente toda la documentación disponible, y se convierte en un auxiliar imprescindible para los estudiosos de nuestra ciudad. Y digo bien, la obra está en las librería hasta que se agoten sus ejemplares; no así la monumental de Minguella, pues sus tres volúmenes encuadernados en piel, con estampaciones en rojo y oro, de papel envejecido pero todavía legible, que se editaron a principio del siglo pasado, pertenecen ya a las joyas bibliográficas: constituyen un monumento de papel que se guarda privilegiadamente en la Biblioteca Municipal y en algunas afamadas bibliotecas de nuestra ciudad, si bien su facsímil está disponible en internet.
En esa obra de don Pedro Olea está recogido el documento pontificio que ya publicó en la revista provincial Wad-Al-Hayara, y que recoge un suceso, ya apuntado por Minguella, que al aficionado local, que busca las huellas humanas en la historia, le permite asomarse al siglo XIII, cuando los papas regían desde Roma la vida de Sigüenza. Lo simpático es que Olea, olvidando un poco que el latín desapareció de los planes de estudio, nos ofrece el documento sin traducir, tras decirnos que “es más jugoso el texto que cualquier explicación”. Así que traducimos aquí los principales fragmentos para disfrute común. Habla nada menos que el papa Inocencio III, última instancia de la teocracia del siglo XIII.
A Rodrigo, obispo seguntino:
Hace un tiempo que por carta tuya Nos comunicaste que, estando tú presente, al celebrar cierto arcipreste misa en tu iglesia, y la multitud del pueblo se entremetiera de forma inoportuna en el coro de los canónigos y hasta el altar, tú diligentemente mandaste a tus servidores que apartaran a la turba que irrumpía, pues así podían ser celebrados los divinos oficios con más libertad; al no ser ellos capaces de hacerlo, juzgando tú que en ello mostrarían mayor reverencia hacia ti, cogido el báculo, empezaste a rechazar al pueblo, empujando a unos, golpeando levemente a algunos, asustando a otros, de modo que así al menos hubiese oportunidad de terminar los sagrados oficios; otros en verdad golpeaban contigo con los bastones repeliendo a los del pueblo; entre los que se dice que un joven fue golpeado en la cabeza, el cual después durante meses se mostraba sano y disfrutando de comidas variadas y bebidas, acarreando piedras y cal en los días de mayo; y según le convenía, se puso a trabajar cavando viñas, entrando además en baños y tabernas. Pero después del día trigésimo, por sugerencia de algunos (tú en verdad ignorante y sin saberlo), cierto médico imperito y viejo cortó torpemente la carne de su cabeza y el hueso del cráneo, aunque ningún signo del golpe aparecía en la cabeza. Cuatro médicos que lo examinaron dijeron que aquel había errado en ese corte, afirmando que tal corte era la causa de su muerte.
El joven, al décimo cuarto día tras el corte, allí dio fin a su último día. Después de su óbito, corrió el rumor entre el pueblo de que por tu golpe había sido muerto aquel hombre. Tales infamias, tal como firmemente por tu carta me comunicaste, se piensa haber tenido su inicio en personas viles, envidiosas y malévolas; de donde, por causa de humildad, aunque tu conciencia mínimamente te reprendiera, te moviste a abstenerte de la celebración de misas, hasta que sobre esto recibieras el beneplácito de nuestra voluntad.
Nos, pues, al querido hijo Roderico, electo de Toledo, dimos nuestra carta mandando que inquiriera la verdad sobre esto con la mayor diligencia (…); por esto en verdad, porque la palabra del Apóstol no observaste previsoriamente, que dice: Conviene que el obispo no golpee [cf. Tit 1,7], pues, aunque no al joven, manifiestas sin embargo haber golpeado a otros, de lo que tal rumor ha surgido (...). Dicho electo, tal como por su carta supimos, queriendo obedecer nuestro mandato, se llegó a la iglesia seguntina, y de todos los canónigos que encontró allí, amigos y enemigos tuyos, exigiéndoles juramento, de cada uno indagó sobre el dicho hecho con suma diligencia la verdad del asunto; y aunque jurisperitos y algunos obispos decidiesen que se te concediera licencia para celebrar, sin embargo, poniendo por escrito lo que habían dicho, porque le pareció más prudente remitir a Nos el propio negocio instruido, procuró enviarnos las declaraciones de los canónigos y de otros, selladas con su sello.
Por lo demás, haciendo nosotros que dicha pesquisa fuera examinada con diligencia, los examinadores del caso nos refirieron fielmente que solo uno declaró de vista, los demás de oídas. Dos cirujanos [practicantes] y un físico [médico] bajo juramento dijeron que, no por el golpe, sino por la torpe incisión había muerto el joven mencionado. Nostros, así pues, distinguiendo entre la culpa y la infamia, pues la culpa no está probada te dejamos a tu conciencia en lo tocante a Dios; y sobre la infamia, en lo tocante a los hombres, creemos que debes tomar medidas, de modo que, convocados el clero y el pueblo, se publiquen los testimonios de los cirujanos y del físico, que parecen expurgar tu inocencia (…).
¿Se cerró con esto el caso?… En el ejemplar de Minguella, anotado por la mano de mi padre, médico experimentado de nuestro tiempo, leo este aviso: “Un golpe en cráneo puede ocasionar hemorragia subdural mortal, aun pasadas semanas y meses”.
(Esta anécdota, junto a muchas más, se haya recogida en el libro de don Pedro Olea Noticias insólitas del antiguo obispado de Sigüenza, recientemente publicado, en el que nuestro investigador nos acerca la historia local con su peculiar humor).
José María Martínez Taboada
Fundación Martínez Gómez-Gordo