En aquellos días en Sigüenza se esperaba con anhelo la llegada de la festividad de Corpus Christi. Era una de las celebraciones centrales del calendario litúrgico.
Su solemne ceremonial iba acompañado de una serie de elementos festivos y populares, que imprimían un carácter especial a la fiesta. Además, la proximidad de la llegada del solsticio de verano, hacía de aquel jueves uno de los más bellos y soleados del año.
Apenas despuntaba el alba, comenzaban los preparativos en las casas. Para empezar, nada mejor que un buen desayuno, a base de chocolate caliente y pan. Una costumbre, popularmente adoptada desde la llegada a España del cacao en 1520, que ponía fin a la estricta observancia del ayuno y abstinencia que habían guardado la víspera por ser miércoles. Uno de cada tres días del calendario estaba destinado a cumplir este precepto, que sólo permitía saciar el apetito con unos alimentos limitados al llegar el anochecer. El miércoles anterior al Corpus era uno de aquellos días. Después se revisaba la ropa que iban a lucir en la Procesión: un justillo y unas camisas recién cosidas por las manos habilidosas de la madre, esperaban en la alcoba sobre el arcón de madera de pino. Finalmente, se abrían las ventanas y balcones para cubrir sus antepechos con lienzos y colgaduras, mientras aspiraban el inconfundible olor que desprendían el tomillo y el espliego, recién esparcidos por las calles desde un carro. Era un deseo expresado por el concejo municipal, que los vecinos participasen en el decorado de las calles por donde pasaba la Procesión.
La solemnidad de Corpus Christi había sido instituida en el siglo XIII para combatir a la herejía pero fue durante el Concilio de Trento (1545 – 1563), cuando se defendió y afirmó la devoción al Santísimo Sacramento, llegando a convertirse en la principal manifestación cristiana frente al protestantismo y en la festividad contrarreformista por excelencia. La celebración del triunfo de la Fe se manifestaba en la realización de un culto público, fuera de la Iglesia, llevando al Sacramento en solemne veneración por las calles. Al tiempo se empezó a permitir la incorporación de algunos elementos festivos de carácter popular: danzas, música, teatro, desfile de personajes, llenos de gran riqueza simbólica, con la finalidad de exaltar el Misterio Eucarístico y adoctrinar, a través de esta importante escenografía, a una población que ni sabía leer ni tenía acceso a los libros.
La festividad del Corpus fue adquiriendo cada vez más importancia, siendo necesaria la colaboración de instituciones civiles y eclesiásticas para lograr una mayor majestuosidad. En Sigüenza, la Cofradía del Santísimo Sacramento, era la encargada de la organización de los eventos. El concejo municipal y el cabildo se hacían cargo de algunas partes del coste de la fiesta. El primero asumía aquellos que iban destinados a ofrecer una imagen impecable de la ciudad y a la contratación de algunos elementos festivos, como las danzas, luminarias y representaciones teatrales.
Uno de los gastos más importantes consistía en la adecuación de los escenarios donde tenía lugar la fiesta, que se arreglaban y engalanaban los días previos. En las últimas décadas del siglo XVI y principios del XVII, al aproximarse la fecha del Corpus el concejo municipal tomaba el acuerdo de adecentar, limpiar y dar preferencia al empedrado de las calles por donde discurría la procesión. En diferentes puntos del recorrido, carpinteros y pintores se afanaban en levantar arquitecturas efímeras: altares y arcos de extremo a extremo de la calle o en la esquina de una plaza especialmente realizados para aquel día. La víspera culminaban los preparativos cubriendo el suelo con hierbas aromáticas recién cogidas del campo y distribuyendo a lo largo del recorrido, luminarias y antorchas que se encendían al caer la tarde, para alumbrar las calles y los altares, como preludio de la celebración.
La Procesión discurría por un itinerario regular y bien cuidado, aunque en alguna ocasión se llegó a debatir la posibilidad de cambiar el recorrido, concretamente sucedió en 1597,pero la propuesta no prosperó y se mantuvo el habitual, que cada año salía desde la capilla mayor de la Catedral hasta el Portal Mayor, para iniciar el regreso a su origen. Las calles por donde discurría estaban más concurridas que cualquier otro día, abarrotadas de público que se apiñaba en determinados puntos del itinerario y asomados en las ventanas, dando muestras de su gran recogimiento y fervor. A ello contribuía también el hecho de ser el día del Corpus uno de los pocos en que se permitía cesar la actividad en los talleres artesanales seguntinos, facilitando de este modo la asistencia de los artesanos a los diversos actos programados.
En la solemne procesión del Corpus participaba todo el tejido social de la ciudad, con sus mejores galas y atributos, siguiendo una estricta organización y un orden según la categoría de los participantes. Abría la comitiva el grupo de danzas que marcaban el paso y las oportunas paradas; seguían las cofradías con sus vistosos estandartes y las imágenes de sus titulares; los representantes de los oficios artesanos: cordoneros, zapateros, sastres, calceteros, tintoreros, tundidores, tejedores de paños y de lienzos, cereros, plateros… los médicos y cirujanos. A continuación, las cruces parroquiales, las órdenes religiosas presentes en la ciudad; los músicos de la catedral, llamados ministriles, con sus instrumentos: chirimías, sacabuches y bajones, dirigidos por el maestro de la capilla mayor. Cerraba el desfile religioso la gran protagonista de la fiesta y símbolo del Bien, la Custodia cubierta por un palio. Junto a ella, las autoridades eclesiásticas y los miembros del concejo municipal: el Alcalde Mayor con la vara alta de justicia, los Alcaldes Ordinarios, el Procurador Síndico General, los Diputados, los Procuradores Ochos, el Mayordomo, el Escribano del número y el Alguacil Mayor vestido con su característico atuendo : vara, capa, chupa y calzón negros. Al llegar a cada uno de los altares la comitiva se detenía unos instantes que eran aprovechados por el grupo de niños danzantes para ejecutar un baile y por los ministriles para interpretar una pieza musical, acompañados por un pequeño órgano transportado por dos personas. Al mismo tiempo, una intensa y confusa amalgama de olores embriagaba el ambiente, al entremezclarse sin ningún orden el olor a incienso y a la cera de los cirios que portaba la comitiva, con el tomillo y el espliego que alfombraba el suelo.
El día se completaba con la representación en la Plaza Mayor de dos piezas de carácter religioso. Una compañía de comediantes se desplazaba hasta la ciudad para representar dos autos sacramentales, obras teatrales especialmente escritas para la ocasión. No hemos encontrado hasta el momento, testimonio de su posible participación en el cortejo procesional. Los comediantes llegaban en sus propios carros, llenos de telas, ropajes y decorados móviles: nubes, relojes, planetas y fuegos artificiales, capaces de crear efectos especiales y la aparición o desaparición de actores en la escena. Una de las obras se representaba el mismo día y otra la tarde siguiente. La festividad de Corpus Christi finalizaba con la celebración de otros actos de carácter más profano, entre los que no podía faltar la corrida de toros y una merienda familiar.
Durante los siglos XVII y XVIII la procesión de Corpus Christi alcanzó su mayor auge y esplendor, iniciando su decadencia durante el reinado de Carlos III, con la prohibición de las danzas, figuras diabólicas y representaciones. La fiesta perdió su carácter popular y se impuso un mayor decoro religioso. Durante este periodo de tiempo sabemos de la existencia de tres custodias realizadas por afamados orfebres, dos de ellas fueron objeto del saqueo francés durante la Guerra de Independencia.
Conservamos testimonios gráficos de la celebración a fines del siglo XIX, pero la recuperación de la Procesión del Corpus Christi, llegó mediado el siglo XX, con un ceremonial solemne y austero. Sólo se permitía la salida de la custodia con el Santísimo Sacramento cubierto bajo palio, acompañado por el recogimiento y fervor de los numerosos fieles congregados.