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Estaba pendiente de la llegada del cartero, parecía que se retrasaba y eso aumentaba aún más su impaciencia. Había decidido no salir de casa hasta tener en sus manos el nuevo ejemplar de la revista La Hormiga de oro. Le gustaba leerla la misma tarde que la recibía, hundida en la butaca, junto a la ventana que daba al luminoso patio central. Tenía un tamaño cómodo que le permitía sujetarla entre sus manos, mientras leía sus diferentes artículos: literarios, históricos, religiosos, curiosidades científicas, de viajes y recomendaciones sobre lecturas piadosas. Existían otras revistas como La Ilustración Española y Americana, La Ilustración Artística, la Esfera, Blanco y Negro, Nuevo Mundo y Mundo Gráfico que competían con gran éxito entre el público y había revistas como La Moda Elegante destinadas a ampliar la cultura de la mujer, llamando su atención con secciones fijas dedicadas a informar sobre las últimas novedades de la moda: vestidos, sombreros, todo tipo de perifollos que llegaban de París y anuncios de cosmética para rejuvenecer, borrar arrugas y suavizar el cutis.Una temática muy diferente, sin duda a la que ofrecía La Hormiga de oro, una revista amena, interesante y novedosa, dirigida a todos los públicos, que  destacaba por su carácter religioso y su interés en difundir conocimientos de arte. Cada sábado salía a la venta, puntual a su cita, y también se distribuía por correo entre los suscriptores. La conoció por casualidady, decidió suscribirse para recibirla en casa y no perderse ningún número.La suscripción al semanario costaba diez pesetas al año y cinco pesetas el semestre, un precio asequible, fijado por su editor para llegar a todos los bolsillos. A ella, mujer de su tiempo,que en el tránsito de los siglos XIX a XX, había recibido una formación muy sencilla, entregada a su familia y a las labores del hogar, la revista le gustaba porque le acercaba a la cultura, a la realidad social del momento y a todo aquello que le podía interesar. Aunque ella era quien leía afanosamente la revista, sabía que él, en los pocos ratos libres que pasaba en casa, también la leía y, sobre todo, las tardes de domingo, lapicero en mano, se entretenía resolviendo los acertijos, jeroglíficos y pasatiempos de cualquier número, ya fuera el de esa semana o alguno anterior que conservaban en una caja de madera, en el hueco de la escalera de la vivienda.

La Hormiga de Oro. Ilustración católica. (1884-1936)

En el último tercio del siglo XIX surgen con notable éxito las revistas ilustradas. Para hacer más agradable la lectura, acompañaban sus textos con ilustraciones y grabados, producto del laborioso trabajo de un equipo formado por un reportero gráfico especialista en dibujo, que se desplazaba hasta el lugar de la noticia, para dibujar con su carboncillo el escenario del suceso. Después el dibujo pasaba a manos de un artista de gabinete que retocaba y componía la imagen y un grabador que preparaba las planchas de impresión. La llegada de la fotografía supuso un avance importante en la prensa y el abandono de los grabados e ilustraciones.

Entre todas aquellas revistas que competían por llamar la atención del público, destacaba La Hormiga de Oro. Fundada en Barcelona el 1 de enero de 1884 por Luis María de Llauder y de Dalmases, político de ideología carlista, publicista propietario y director del Correo Catalán. La Hormiga de oro se escribía en castellano y fue fiel a su cita con los lectores durante más de medio siglo, siendo testigo de primera línea de acontecimientos históricos relevantes de aquella época. Era una revista de tipo religioso que tenía como objetivos la defensa del catolicismo y la captación de público para la causa carlista, a través de una novedosa oferta editorial que marcaba la diferencia con las demás. Para alcanzar el éxito, Luis María de Llauder diseñó un gran proyecto cultural integrado por una librería, una imprenta y la revista. En sus páginas mezclaba doctrina política, integrismo católico y periodismo ameno y gráfico. Contó con la colaboración de destacadas firmas de periodistas y escritores para llegar a un público exigente que deseaba combinarlas lecturas religiosas con otras temáticas a los que el semanario no dudó en dedicar un espacio entre sus páginas, para liderar el mercado editorial.

A los reportajes y artículos de opinión se añadieron las novelas por entregas, folletos de edición semanal, que hacían furor por aquellos años, capaces de crear hábitos, enganchar a sus lectores, semana tras semana, orientando la lectura y dibujando las líneas culturales del momento. La Hormiga de oro llegó a publicar hasta cinco novelas por año en sus páginas, todas ellas con fines didácticos de carácter moralista-religioso.

Este semanario de 16 páginas pronto empezó a destacar por su excelente calidad. Fue una delas primeras revistas en introducir ilustraciones, distribuidas en portada, contraportada y en páginas interiores, con el objetivo de difundir obras de arte de ciudades, monumentos y objetos arqueológicos. No fue ajeno a la publicidad y en sus últimas páginas anunciaba todo tipo de elixires y polvos curativos de la época y las famosas pastillas del Dr. Andreu contra la tos. Anuncios que contribuían económicamente a la edición, a la par que despertaban el interés y la curiosidad de sus lectores. Llegó a ser una de las mejores revistas gráficas españolas de finales del siglo XIX y primer tercio del XX. Alcanzó una importante difusión a nivel nacional, e incluso llegó a distribuirse en Portugal, América y Filipinas, llegando a tener 4.000 suscriptores.

La revista fomentaba el coleccionismo entre sus lectores, numerando las páginas de los ejemplares con una numeración continua anual, que se reiniciaba al empezar cada año. Con la última entrega en diciembre, se adjuntaba el índice general. Una vez encuadernados en volúmenes entraban a formar parte de las bibliotecas particulares o de las instituciones públicas que la recibían.

A partir del año 1904 la revista adoptó la censura de la Iglesia, ampliando su título a La Hormiga de Oro. Ilustración católica con censura eclesiástica.
La librería de La Hormiga de Oro se abrió en el centro de Barcelona como espacio donde disfrutar del libro y la lectura. En sus estanterías se exponían poemas de Navidad, catecismos, devocionarios, calendarios, libros religiosos y vidas de santos, todos ellos recogidos en el catálogo de ventas que editaba anualmente.

Organizaba tertulias muy animadas donde se daba cita la alta sociedad barcelonesa que, entre lecturas y debates, fumaba rapé. En la imprenta además de la revista, se hacían sobres, facturas, papeletas, tarjetas de invitaciones a actos literarios, políticos y religiosos.

Durante los turbulentos días previos a la Guerra Civil, el 16 de julio de 1936, cayó una bomba en la imprenta, provocando un incendio que obligó al cierre de la editorial y dela revista. Sin embargo, la librería sobrevivió durante 130 años, llegando a convertirse en la segunda librería más antigua de Barcelona, cerrando definitivamente sus puertas en el año 2016.

Dos ediciones dedicadas a  Sigüenza

El semanario dedicó, al menos, dos números a Sigüenza. El primero el 16 demayo del año 1903, dedicado a glosar la figura de Fray Toribio Minguella y Arnedo, obispo de Sigüenza, coincidiendo con el quinto aniversario al frente de la silla episcopal. El artículo se completaba con una amplia descripción de la Catedral, acompañadocon media docena de ilustraciones en blanco negro de la Sacristía de las Cabezas, el coro, los brazos del crucero y las fachadas exteriores… que ponían en valor entre sus numerosos lectores la importancia y la riqueza artística y monumental de la principal Iglesia seguntina.

El segundo, se publicaba el 2 de mayo de 1935, bajo el título Ciudades olvidadas: Sigüenza, dedicaba tres páginas con seis fotografías a un reportaje turístico sobre la monumentalidad de la ciudad de Sigüenza y sus tesoros artísticos, describiendo ampliamente la incomparable belleza de la ciudad de Sigüenza: su castillo que califica como “desmantelado y grandioso”, su Plaza Mayor y sus calles y plazuelas, Nuestra Señora de los Huertos, la Universidad, la Catedral  y la inigualable escultura del Doncel. Un documento gráfico que hoy posee un indudable valor histórico para la conservación del patrimonio monumental seguntino.

Amparo Donderis Guastavino

Archivera de Sigüenza

Viñeta

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