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Cuando aún alcanzamos oír, no tan lejanos en el tiempo, los ecos de la celebración del I centenario de la Revolución Rusa, escuchamos las pompas fúnebres apurando el final del I Centenario del Magnicidio de la Familia Imperial rusa y tanto en las conferencia dada el pasado 15 de mayo, como en este articulo pretendo no tanto un análisis exhaustivo de acontecimientos históricos, políticos o sociales, de fechas y lugares donde se produjeron los mismos, como una mirada humana, cercana y alternativa a esos monolíticos enfoques geopolíticos. La visión de los documentales del periodo leninista, espacio y tiempo en el que se desarrollaron las investigaciones de mi tesis doctoral, me sorprendieron por su empeño manifiesto en dejar, no solo a Nicolás II sino a toda la familia, en una posición histórica y personal lamentable.1 Aquello animó mi curiosidad y gracias no solo a las imágenes fílmicas, sino a los cientos, miles de fotografías que la familia hizo y se hizo, documentos privados: cartas, diarios, correspondencia…etc. pude trazar un mapa mucho más personal y compasivo de los últimos Románov. Nicolás vivió una época de innovaciones técnicas que permitieron no solo que instalara el primer ascensor en el “Palacio de Invierno”, sino calefacción, teléfonos, luz eléctrica, etc. así como que él y su familia, aprovecharon la invención de la bicicleta tal como hoy las conocemos, del automóvil, del cine, la popularización del tenis, los baños playeros… de igual modo fue un gran aficionado a la fotografía y llegó a tener una colección de cámaras jugosa e inculcó esa afición a todos los suyos, animándoles a fotografiar/se y a crear sus propios álbumes, cuya visión compartían como una actividad familiar más. El hoy tan usual selfie, tuvo en Anastasia Romanovna, que se fotografió frente al espejo de su habitación, una de sus primeras hacedoras.2 De igual modo los primeros camarógrafos de los Lumière, fueron enviados a los actos de coronación del Zar Nicolás II.3

Eloísa Zamorano, DEA (Diploma de Estudios Avanzados) en Historia del Cine, en la conferencia de Sigüenza Universitaria.

Esta ingente, maravillosa, familiar y personal cantidad de documentos me permite un método de estudio innovador, haciendo no solo un análisis exhaustivo de fechas y acontecimientos sociopolíticos, sino de, con una ardua catalogación documental, establecer el puzle seguramente muy cercano a la realidad, de una familia que en su aspecto publico fue denostada, vituperada y condenada, pero que en lo privado se nos muestra como lo hacemos cualquier familia en el ámbito más cotidiano.

El 17 de Julio de 1918, el llamado “bautismo de sangre” del gobierno bolchevique, iniciado brusca y revolucionariamente apenas unos meses antes, marcó real y físicamente el final de un modelo político que llevaba siglos instaurado. La Revolución Soviética se produjo a efectos académicos en octubre de 1917 marcando la historia de occidente y del mundo entero uniéndose estrechamente en la línea del tiempo de las grandes revoluciones sociales, a la Revolución Francesa4, pero los movimientos revolucionarios, socialdemócratas, socialrevolucionarios, populistas, los que trataban de construir una nueva Europa, llevaban años sembrando en algunos ciudadanos del Imperio Ruso la semilla de la igualdad y de la necesidad de renovar el poder político y los estamentos de poder.

Esto es algo que uno de los protagonistas de nuestra historia: Nicolás Alexandrovic Románov, aprendió aún niño, cuando siguiendo el protocolo cortesano, tuvo que vivir la espantosa agonía de su abuelo Alejandro II, el Zar cuyas reformas y aperturas sociales, permitieron la creación no solo de partidos políticos sino, con ellos, de grupos rebeldes que buscando mayor apertura atentaron contra varios miembros del gobierno y que finalmente, tras cinco intentos, consiguieron asesinar al Zar reformador. Aquel aperturismo finalizó con la misma bomba que acabó con la vida de Alejandro II, ya que al ascender al trono su hijo: Alejandro III, el miedo a sufrir atentados y revueltas le decidió a vivir prácticamente atrincherado en el palacio de Gatchina y a dar marcha atrás en la política de reformas. Se acabaron las concesiones, cambios y aperturismos que solo provocaban dolor y distancia en la mítica relación entre los siervos y su zar. En la Rusia imperial, los súbditos estaban centenariamente acostumbrados a ver a sus zares de una forma tan sublime como cercana, como a una especie de padre. El zar no era solo “El Zar”, era su Batiushka, literalmente, una figura paternal que llevaba y así debía ser, siglos cuidando de ellos.5 En una carta que escribió Alejandra a su abuela la Reina Victoria, le explica contundente qué distinto es todo en Rusia, donde el pueblo reverencia a sus zares como seres divinos, de los que deriva todo bienestar y fortuna. (Figes, 2010: 59)

En el ambiente de retroceso “justificado” no solo por sus temores personales sino por la incapacidad de los súbditos para hacer buen uso de las dádivas reformadoras, se movió el reinado de Alejandro III, y la vida de la familia imperial, con Nicolás como zarévich. De forma natural le correspondía ascender al trono pasados muchos años, por lo que se dedicó a su formación como un heredero al uso. Lo que sucedió fue que el destino y la afición al licor de su padre no permitieron que aquello fuera como esperaban. El Zar Alejandro III creció lleno de rencores hacia su padre reformador e infiel. Alejandro II no ocultó sus relaciones extramaritales, de hecho, apenas un mes después de la muerte de la Zarina, María de Hesse-Darmstad, contrajo matrimonio morganático con una de sus amantes, con la que ya tenía cuatro hijos. Aquello distanció al rey de hijo y a éste de los suyos. El zarévich, el que tendría que haber el verdadero Nicolás II, era un joven enfermo que fallecía a los 21 años obligando a su hermano, el futuro Alejandro III a aceptar la sucesión al trono, también le dejó a su novia ”como herencia”.

Entre Alejandro III, resentido y bebedor, y su hijo Nicolás II al que consideraba débil y un tanto imbécil nunca hubo buena sintonía. Él era un gigante de casi dos metros, que presumía por igual de doblar cubiertos con un par de dedos como de atravesar puertas cerradas, pero vivía aterrado no solo por los atentados. Para Nicolás, de apenas 1’70, el pavor que su padre tenía, por ejemplo a montar a caballo, carecía de sentido, adoraba su paso por el ejército imperial, la relación con sus compañeros, la camaradería y fue un excelente jinete. La formación militar le dejó buenos y hondos recuerdos. Hasta el punto de mantener, contra toda norma militar, su grado de Coronel de la Guardia de Preobrazhensky, cuando en 1914 decidió ponerse al frente de todos los ejércitos. Y, para terminar de demostrar a su padre que no estaba preparado en el arte de gobernar, el joven zarévich se enamoraba de una bailarina de los ballets imperiales. Con apenas 21 años, Alejandro III alejó al muchacho de la corte con un viaje cuya finalidad formativa no se cumplió por la inadecuada compañía elegida y porque, en Japón, Nicolás II, sufría un atentado que le produjo entre otras, una herida que le dejó dolores de cabeza, una marca en el cráneo y un odio a los japonés de por vida, forzando su regreso.6

El siguiente disgusto amoroso del joven se producía cuando elegía como prometida, a la hermana de su tía política: Isabel de Hesse casada con el Gran Duque Sergio Alexandrovich, hermano de su padre y preceptor suyo. Durante el viaje realizado, en abril de 1894 para la boda del hermano de ambas en Inglaterra, Alice y Nicolás que ya habían iniciado su inquebrantable relación amorosa en una visita familiar, unos años antes, se anunciaba el compromiso oficial. Ni Alejandro III ni su esposa Maria Fiodorovna, querían una alemana como futura zarina, pero un Nicolás tajante se negó a dejar a la joven. Sería una de las pocas veces que se atrevió a imponer su voluntad. El resto lo hizo la fatalidad, el vicio del Zar y su mala salud renal. Alejandro III fallecía prematuramente a los 49 años. Ni Nicolás ni Alix, como la llamaba privadamente, estaban preparados para ascender al trono. Ella con 22 años y él con 26, apenas seis meses después de prometerse públicamente se enfrentaban a un matrimonio precipitado y al gobierno de un imperio de casi 23 millones de Km, más de 100 etnias, cientos de idiomas y casi 125 millones de súbditos.

Este era el bagaje geopolítico y familiar con el que ascendía el Zarévich al trono. En mitad del cortejo fúnebre, Nicolás II admitía entre sollozos que no se sentía preparado para gobernar aquel imperio (ídem: 51). Se había preparado como lo habría hecho cualquier heredero europeo. Su primo Jorge V de Inglaterra no era más listo que él y hubiera sido un buen monarca constitucional: hablaba idiomas, sabía bailar, pintaba, tenía buenas maneras y sentido del decoro... Pero a él, la tradición familiar, la presión histórica y cortesana le obligabarían no solo a reinar sino a gobernar y había que hacerlo como autócrata y emperador de todas las Rusias, porque ni él ni, no nos engañemos, los miembros del Consejo Imperial ni creían en los cambios sociales ni jamás pretendieron la igualdad real entre súbditos y realeza. Las reformas, esbozadas y teatralizadas, llevadas a cabo tras las inevitables revueltas de finales del XIX y sobre todo las de enero de 1905, especialmente la del llamado Domingo Sangriento, fueron un gesto forzado para aplacar lo que tanto Nicolás como su esposa creían fruto de unos cuantos bárbaros, a quienes les hacía falta sentir “el picor del látigo” tal y como la propia zarina carteó a Nicolás. Alix, rebautizada Alejandra Fiodorovna, aceptó las ideas medievales y el despotismo bizantino, con la misma vehemencia con que tras su negativa a apostatar de su luteranismo, entró en la mística ortodoxa. La idea dinástica, la herencia de un modelo autócrata que había funcionado durante cientos de años y la creencia firme en las trasmisión de ese innegable poder a su propio y futuro heredero, convencieron tanto a una como a otro de que había que mantener la tradición de Zares autocráticos y súbditos sojuzgados.

Los zares debían ocuparse de sus cometidos: Nicolás gobernar con mano dura un vasto imperio y controlar como el Zar paternal, que era y se sentía a sus hijos/súbditos y encomendados divinos; la zarina, acompañar a su esposo y, sobre todas las cosas, dar al imperio el heredero forzoso. La emperatriz empleó todas sus fuerzas en tener ese varón. Nicolás que tenía varios hermanos varones, había visto morir a dos de ellos, Alejandro, con apenas 10 meses y Jorge, confidente y amigo, fallecía a los 28 años, tras salir a pasear en motocicleta, desparecer unas horas y ser hallado por una campesina en cuyos brazos acabó muriendo. Miguel, el pequeño decidía casarse morganáticamente en contra de todos, obligando a Nicolás a ejecutar la norma hereditaria y exiliarlo, alejando de su entorno todo apoyo personal y familiar y la posibilidad de que hubiera herederos en caso de extrema necesidad.7 Y así fue que la presión ejercida sobre Alejandra aumentó casi hasta la coacción a medida que empezaron a nacer Grandes Duquesas, todo ello lo vivía la Zarina como un añadido al rechazo manifiesto de los súbditos imperiales que la trataron siempre como “alemana”, advenediza e incluso como espía cuando su procedencia la colocaba a ojos de sus adversarios del lado enemigo. Olga nacía en 1895, Tatiana en 1897, Maria en 1899… entre el nacimiento de ésta y la siguiente hija, La Emperatriz llegó a tal grado de obsesión y ofuscación por tener el varón que se sometió a toda clase de supercherías, entre ellas las de un pseudo-médico francés que solo le provocó un embarazo psicológico. Su salud mental y física se fueron deteriorando y su obsesión familiar se acrecentó hasta el punto de que apenas aparecía en público. Sólo se sentía cómoda entre sus hijas y junto a su esposo. Para desquiciar más el espíritu de la emperatriz, aún nació otra hija más, la divertida y mítica Anastasia en 1901. En 1904, en medio de la frustrante guerra Ruso-Japonesa, tambaleándose ya la paz imperial, por fin nacía el ansiado zarévich: Alekxei Nickolaevich Románov.

Las alegrías duraron lo justo, apenas pasadas unas semanas, una hemorragia en el cordón umbilical, descubría que Alejandra, nieta de la reina Victoria I del Reino Unido, era portadora inevitable de la hemofilia, que transmitió a su hijo.8 El golpe fue tan definitivo que no solo los diarios y las cartas angustiadas a su familia muestran la trasformación de la zarina, las fotografías testimonian una vejez prematura y el desvarío emocional de la madre. Ella que había sufrido la muerte y el padecimiento de familiares directos, hermanos, tío, primos, sintió tal carga con la enfermedad de Alekxei que la aparición de Rasputín resultó una liberación, toda vez que los médicos de palacio no conseguían que las terribles crisis del niño remitieran. El poder físico, mental o espiritual del monje místico conseguía lo que hoy la ciencia sigue sin explicarse. Pero sus poderes debieron ser extraordinarios porque no solo la zarina era testigo de cómo el dolor y las hemorragias remitían, aquel ser que ella consideraba enviado por Dios gracias a sus intensas y sinceras plegarias encandiló a miles de personas que visitaban y seguían a Rasputín para que les ayudara en sus debilidades físicas o mentales. Lo que sucedió fue que el monje de excedida soberbia no supo administrar el poder extraordinario que le fue entregado, no solo por la zarina, Nicolás se negó a escuchar toda advertencia y toda recomendación contra el santón, y se dedicó a (mal)tratar despóticamente a amigos y enemigos. La confianza depositada por una madre desesperada, la proximidad/intimidad con la familia, fue utilizada por los enemigos del modelo imperial y por los posteriores revolucionarios para desprestigiar esta relación y con ella la institución.9 Tan desmedido fue todo que se gestó una trama oficial para asesinar al santón, creando y promoviendo la leyenda de Rasputín con su chapucera ejecución.

Una guerra perdida con deshonra contra Japón; la innegable semilla de cambios y libertades germinada en las revueltas del resto de Europa y del propio imperio, ingobernable en su diversidad; el inicio de la Gran Guerra, en la que Rusia se incluyó por fraternidad serbia, junto a los desmanes y francachelas del monje Rasputín, enconaron a los súbditos imperiales dirigidos ya por los diferentes partidos, oficiales y subversivos, hacía una revolución social tan inevitable como necesaria.10 Y es en ese momento decisivo y terrible, de cambios obligados cuando Nicolás una vez más se enrocó en su autoritarismo, decide ir al frente a tratar de reorganizar el desastre estratégico y militar en el que las tropas habían caído bajo un mando militar obsoleto y deja a su mujer como regente en San Petersburgo ahora Petrogrado. Una zarina que imbuida de su posición terrenal y divina sin más razones que su “instinto personal”, fundamentado en simpatías, más bien antipatías encarnizadas, se dedicó a cambiar en poco más de un año a once ministros, mostrándose incapaz de gobernar, en un período feroz y decisivo de la historia de la humanidad, un estado que se desmoronaba como lo estaba haciendo el resto del mundo. Y es en medio de esa locura cuando varios miembros del gobierno piensan incluso en tomar el poder, encerrar a la emperatriz en un manicomio y llamar a capitulo al Zar.

Pero de todos es sabido que el momento histórico favoreció que los revolucionarios exiliados pudieran hacerse con la suficiente fuerza como para recoger el desvarío y el desconsuelo de millones de mujeres y hombres que no solo morían en una guerra descontrolada y cruenta, sino de hambre, violencia, desesperación… la inevitable llegada al poder de los bolcheviques fue impelida por el interregno de un pactado gobierno provisional inmerso en locura de una guerra mundial y de su propia estructuración, una vez convencido el zar de la necesaria abdicación, primero en el zarévich y finalmente en su hermano Miguel, Miguel II durante unas horas, las que tardaron en convencerle de la necesidad de renunciar a un modelo de gobierno innegablemente desaparecido y de que su integridad física no estaba garantizada, Lenin y los socialistas revolucionarios, enconados, llevaban demasiado tiempo ansiando el cambio de poder y la revolución proletaria. Un abdicado Nicolás, con su peso histórico entre el pueblo campesino e innegablemente, entre muchos proletarios, resultaba un símbolo del pasado demasiado molesto como para mantenerlo vivo. Los bolcheviques asentados ya en el gobierno debatían, lo justo, qué hacer con el zar y el resto de su familia.11

Confinados en el familiar palacio de Tsarkoye Selo pasaron unos meses tratados por los atareados revolucionarios como la familia imperial que habían sido. El ascenso al poder en medio de la Gran Guerra, desangrándose el imperio, ocupaba en cuestiones urgentes al Comité Central Bolchevique. Se mantuvo a la gran mayoría de su séquito y se designó un grupo de vigilantes entre los que se seleccionaron empleados propios de palacio que habían abrazado la revolución. Avanzando el invierno y las ideas revolucionarias, asentado el gobierno bolchevique, buscando un modo honroso de salir de la guerra, lo que no consiguieron declarada la humillante paz de Brest-litovsk, Lenin y su gobierno podían empezar a pensar en las acciones de futuro y retomar qué hacer con la familia imperial. Hoy sabemos que no eran tantos los que tenían claro que el zar debía ser ejecutado, y desde luego la familia con él, pero sí que se les dejó en manos de los más enconados y eficaces revolucionarios. Con Lenin a la cabeza y Yakov Sverdlov como alto cargo del partido, la idea de asesinar al Zar fue tomando fuerza, lo que junto a la evolución político-militar culminaría en el fatídico magnicidio. La innegable pasividad diplomática de aquellos países con los que los zares tenían parentesco de sangre; una más que vergonzosa ausencia de interés real, personal o familiar de prácticamente nadie ¡nadie! junto al empeño eficaz de Sverdlov de neutralizar cualquiera de estas acciones, llevaron a la familia imperial al rincón de su destino mortal que terminó siendo la única salida que un gobierno, iniciado el comunismo de guerra y el terror, encontraba en la furia de su propia concreción.

Mientras el zar (re)descubría su verdadero destino como hombre: ser padre y esposo, en Tsarkoye Selo una vez agrupada la familia, sintió junto a la zarina que una nueva vida se abría ante ellos, que no serían abandonados por sus parientes ingleses y alemanes y que, en cualquier caso, en el Palacio de Livadia en la (codiciada) Crimea, podrían vivir como exiliados en su propio imperio. Allí se habían refugiado su madre y hermana, a quienes el rey Jorge V del Reino Unido sí ayudaría a salir en un buque de guerra, y allí esperaban ser enviados los zares. Lo que sucedió es tan conocido como espantoso. La revolución fue cerrando el grillete en torno a la familia y a una solución, que hoy llamaríamos humanitaria, para salvar si no al zar, al menos a los niños. Pero es cierto que Alexandra estaba tan convencida ¡tanto! que mantener la unidad familiar era su salvoconducto y sentía tan profundamente su amor maternal y de esposa que jamás se convenció, ni la convencieron, de una posible separación. Cuando ya estaban en Tobolsk y se recibió la orden del traslado a Ekaterimburgo, se planteó enviar solo a Nicolás, los informadores del Comité Local revolucionario tuvieron que explicar y justificarse ante el Comité Central que la zarina tuvo tal ataque, organizó tal escándalo de gritos y forcejeó agarrada al cuello de su esposo con tal fuerza que era imposible, estando en la casa del gobernador en medio del pueblo, separarlos sin haberla matado y sin que se enteraran los vecinos de la localidad con la consiguiente revuelta popular. La mayoría de las niñas y el propio zarévich, llevaban tiempo enfermos de varicela y fue necesario dejar a Olga, Anastasia y Alekxei en Tobolsk, Tatiana y parte del escaso séquito ya, se quedaba al cargo de aquella desmebrada familia, Olga no estaba, como veremos en condiciones de detentar el papel de primogénita. El matrimonio viajaría con Maria hacía su destino último. Decidieron llevársela, porque recién cumplidos 16 años había entablado, en su obligado, carcelario y cada vez más restrictivo confinamiento, una relación adolescente con uno de los jóvenes guardias rojos del destacamento que fue asignado a su custodia. Aquella natural, temprana, ingenua y seguramente apenas atisbada relación supuso un castigo feroz para el joven guardia, enviado al frente, y un escándalo familiar. No solo la zarina, las hermanas reprocharon a Maria tal confraternización con los ahora ya claramente enemigos.

El edificio en cuyo sótano fue asesinada la familia del zar en Ekaterinburg  (hoy en este lugar hay una iglesia)

La permisividad, la blandura del primer “confinamiento” fue transformándose en actitud agresiva y aumentando hasta convertirse en un arresto carcelario absoluto. En la casa de Ypatiev, a los pocos días de llegar la pequeña comitiva familiar con la gran comitiva guardiana, se realizó con maderas cortadas por el propio Zar y su, ya amigo, el preceptor suizo de sus hijos, Pierre Guillard, un vallado a media altura. Después se subió un tramo más la altura de las vallas, para impedir todo contacto. Y por si quedaba algún resquicio se acabó pitando los cristales de las ventanas, impidiendo no solo el contacto visual exterior, sino negando la visión desde dentro. A aislamiento físico y psíquico se añadió la orden de rebajar cualquier trato humano con los, ahora ya, prisioneros de la revolución. Los pocos privilegios que podían quedarles desaparecieron. La Zarina no respiró hasta la llegada, en mayo del resto de la familia. Olga, “la mayor”, 22 años cumplidos ya en cautiverio, era la más consciente de la situación, llegaba en unas condiciones emocionales lamentables, pero no es difícil imaginar cómo debieron sentirse todos cuando estrechaban el círculo en el que apenas ya respiraban. Los escritos recogidos de esos días demuestran la enorme tensión, la depresión y el temor a un final que se presentía cada vez más extraño e inevitable. Ya no disponían de tiempo libre para salir a pasear, eran vigilados estrecha y ofensivamente incluso cuando necesitaban intimidad física. En los cuartos de baño, compartidos si era necesario con sus carceleros, las niñas se quejaban de soportar alusiones humillantes y ya no comían ni tanto, ni tantas veces... Que la idea de una ejecución, al menos del zar e inevitablemente su heredero, estaba ya tomada entre los altos mandos del comité central, quedó clara cuando el tutor suizo, que había permanecido con la familia por voluntad propia fue conminado a partir de la casa.12

La proximidad del ejército blanco, el ejército contrarrevolucionario, la necesidad de acabar con un símbolo vivo del pasado tan inmediato como peligroso: los súbditos del antiguo imperio podían entender el necesario cambio político, pero aceptaban a regañadientes que la figura milenaria del zar desapareciera. La incomprensión creció a medida que la revolución pedía excesivos sacrificios personales y se hacía violenta y cruelmente represiva. La decisión compartida por miembros del Comité Territorial y sin la más mínima duda del Comité Central, sancionada por Severdlov y, por supuesto, por Lenin de acabar con la molesta y monolítica familia, aunque ello conllevara la ejecución de todos los miembros de su séquito, trabajadores y camaradas al fin, se tomo a lo largo de las últimas semanas y se hizo realidad la madrugada del 18 de julio de 1918. Encontrar un batallón que aceptara la ejecución, fue mucho más complicado de lo esperado y para no errar, se decidió que hubiera tanto ejecutantes como ejecutados. 11 camaradas rojos, frente a los 11 miembros de la familia y acompañantes, agolpados en una habitación del sótano. A los ejecutores se les facilitó gran cantidad de alcohol para sobrellevar el momento de la carga. Con escopetas y pistolas y a tiro limpio, entre la lógica cantidad de humo que el tiroteo organizó, hubo un momento en que los soldados que ya no veían ni a quien, ni como, cuando el humo desapareció lo suficiente, desgraciadamente, hubo que rematar a varios con las bayonetas… el gobierno bolchevique ocultó la matanza durante meses y solo cuando fue inevitable su certeza confirmó, exclusivamente, la ejecución del zar. Con ello no solo se limpiaba la conciencia estatal, sino que ganaba el tiempo necesario para preparar el aparato de propaganda que justificara no solo este magnicidio sino todo el terror que posteriormente alcanzo a todos, todos, los ciudadanos de la recién nacida República Socialista Federativa Rusa.

1 Padenie dinastii Romanovykh (La caída de la Dinastía Romanov) Esfir Shub. 1927.

2 NIKOLAEVNA ROMANOV, Anastasia, 2017. The First Selfie: The Autobiography of Grand Anastasia of Russia, Tsakoe books. La portada del libro muestra la fotografía a la que me refiero. El libro es un compendio de lo que la Gran Duquesa y millones de personas durante los comienzos del siglo XX, escribían en sus diarios, para solaz de los investigadores posteriores.

3 TALENS, Jenaro, ZUNZUNEGUI, Santos. 1998. Historia General del Cine: Vol. I, Madrid: Cátedra. Jacques Doublier y Charles Moisson, fueron enviados por los Lumière desde Berlín para grabar el acontecimiento histórico de la coronación del Zar Nicolás II, dando así a la historia del cine uno de sus primeros documentales. Los 1’:40” que quedan de aquel documento fílmico pueden verse con solo hacer la petición en YouTube.

4 FIGES, Orlando, 2010. La revolución Rusa 1891-1918, Barcelona: EDHASA, p. 403. El modelo revolucionario francés llegó a ser algo tan propio para los primeros revolucionarios, que la Marsellesa llegó a instaurarse como “el himno” entre los camaradas en los primeros años de la revolución. Desde que los soldados habían llegado hasta Paris, empujando a las tropas napoleónicas, se había contado y cantado las maravillas de la sociedad europea: igualitaria, fraternal y libre y estosjóvenes del siglo XIX, “abuelos” de “los padres” de la revolución era usual, admirado y cotidiano todo lo francés. Las grandes novelas tolstoianas, nos muestran una vida pública rusa tan afrancesada que hablar, comer, vestir o pensar a la francesa, casi acabó con lo ruso, entre las clases pudientes especialmente.

5 El Zar Batiushka es un símbolo de poder investido de una cualidad paternal. Un modelo tradicional tan asentado en el sentir popular ruso, incluso actualmente, que ni Lenin, ni Stalin, ni otros se sustrajeron a ser considerados no solo como dirigentes del pueblo, sino como padres comprometidos con las emociones más domésticas y personales, tan era así, que el rincón sagrado que toda casa rusa, por modesta que fuera, tenía, podía compartir un icono, un retrato del zar o del gran timonel. Tanto de Lenin como de Stalin, se realizaron millones de copias del retrato oficial que eran entregados en los colegios, en los comités locales, regionales…etc.

6 ALZOGARAY, Raúl, 2004. Una tumba para los Romanov, Buenos Aires: Siglo XXI, p. 97. La camisa ensangrentada del Zar, conservada en el Hermitage de San Petersburgo, sirvió para realizar pruebas sanguíneas casi un siglo después y confirmar los restos óseos del Nicolás.

7 El excéntrico Zar Pablo I, promulgó unas leyes sucesorias que exigían la primogenitura dinástica, que no podían ser modificadas por sus sucesores y que impedían que el zar nombrara a su sucesor a su voluntad. Así como que los Zarevich debían ser hijos y nietos de Zares. El matrimonio morganático eliminaba de la línea sucesoria no solo a los cónyuges sino a los hijos tenidos. De ahí que el mencionado matrimonio de Miguel Alekxandrovich dejaba a la pareja imperial la responsabilidad absoluta de dar herederos al trono.

8 Todos sabemos que es esta misma ascendencia inglesa la que causa la hemofilia del rey emérito, Juan Carlos I, las diferencias con Alekxei son sólo temporales, de avances médicos y el grado de la propia enfermedad. Desgraciadamente el zarévich padecía una hemofilia severa que le provocaba fuertes dolores y graves hemorragias internas.

9 Como vemos en el apéndice documental las fotografías del monje en los aposentos privados de la familia imperial, incluso de las niñas, cuando a la hora de dormir recibían las bendiciones de sus padres y del monje, fue considerado por el resto de miembros de la corte algo inapropiado y puso en bandeja a los enemigos de la zarina las criticas más mordaces e incluso soeces.

10 MACMEEKIN, Sean, 2001. The russián origin of the First World War, Cambridge: Belknap press of Harvard. Para comprender por qué entró Rusia en la Gran Guerra, tenemos este más que interesante estudio que aporta ideas novedosas de las causas territoriales y políticas que implican al imperio y sus gobernantes mucho más de lo que tradicionalmente se ha investigado.

11 FIGES, Orlando, Ibídem, p. 696. Trotski, como Comisario de guerra y Presidente del Consejo superior, planeaba un gran proceso público que transmitido por radio a toda la nación, demostrara a los súbditos imperiales, la calaña de su zar. Pero un juicio público implicaba, inevitablemente, una defensa falsa a la que Lenin no quiso prestarse de ningún modo.

12 Pierre Guilliard, vivió 18 años con la familia imperial, como tutor de todas sus hijas y del zarévich. Junto con otros profesores llegó a tener y a recibir una intimidad y cariño excepcional. Pidió expresamente permanecer con ellos, conscientes de que la presencia de un extranjero sería un testimonio demasiado veraz para realizar cualquier acto violento. Pero cuando fue amenazado él mismo, con enorme pesar y presionado por Nicolás y la zarina, decidió salir de la casa/cárcel. De aquella maravillosa relación familiar quedaron cientos de fotografías, cartas y un libro en el que contó su relación con la última familia de zares.

Este artículo refleja la conferencia que dictó Eloísa Zamorano en los cursos de Sigüenza Universitaria organizados por la Universidad de Alcalá en la ciudad de Sigüenza durante el mes de junio de 2019.

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