Aunque pudiera parecer que es un problema de la actualidad, nuestros montes, ya se empezaron a degradar desde que los celtiberos empezaron a utilizar el territorio para generar buenos pastos, tierras de cultivos y cubrir las necesidades energéticas para la vida diaria; los estudios de las turberas (Franco Múgica, 2001) demuestran que tres siglos antes de Cristo, los pinares de Galve y Condémios casi habían desaparecido. La posterior llegada de los romanos no hace más que aumentar el grado de deforestación hasta tal punto que casi hacen desaparecer los incendios forestales (Currás Domínguez, 2012), algo parecido a las palabras que dijo G.W. Bush, “lo mejor para que el monte no arda, es quitarlo”.
Con la llegada de los visigodos y después los árabes, debido a otro modelo de gestión y al despoblamiento que tuvo la zona, aumentaron los bosques y a su vez también los incendios forestales. Poco después, con la reconquista y la llegada de la mesta, la presión ganadera seguida de intensos aprovechamientos de leñas como energías, provocaron nuevamente el descenso de nuestros montes y a su vez los incendios forestales. Los únicos montes de la zona que llegaron hasta el siglo XIX fueron escasos pinares y raquíticas dehesas boyales, que son los actuales montes bajos de robles y chaparras, que fueron luego taladas como carbón para la creciente revolución industrial.
De los comentarios y pinceladas, aunque cortas, que daban de los campos y montes los viajeros a su paso por Sigüenza, recogeré los más descriptivos sacados de tres libros: “Los ojos de los demás”, de Pedro Olea, “Viajeros por la historia”, de Jesús y Ángel Villar y “Viajeros Ilustres de Sigüenza”, de Javier Davara
En el libro de la caza de Don Juan Manuel –siglo XIV–, señor de Palazuelos, buen conocedor de esta zona, dice de ella: “buenos lugares para cazar con halcones”. No describe el paisaje, pero nombra especies cuyo hábitat así como los cazaderos de halcones, son esteparios, con poca o nula vegetación arbórea.
1501 – en “El viaje de doña Juana la Loca y Felipe el Hermoso”, escribe Antoine de Lalaing: “A medio tiro de arco del castillo de Sigüenza corre un riachuelo entre prados, que fueron los primeros prados que vimos en España”.
1567 – Sigismondo di Cavalli: “...cabalgando de Alboreca, hasta Sigüenza que son montes sin cultivar y pedregosos,
dan buenos pastos y grandísima cantidad de ganado menor”. Al día siguiente marcha para ir a Baides y nos dice: “se baja y se vadea un riachuelo (el Henares) y va por montes parecidos a los de ayer, sin cultivar y pedregosos”.
1585 – viaje de Felipe II a Zaragoza: “...Pasamos por los campos de Barahona, estériles de pan, vino y leñas”. Hoy en día, después de haberse roturado los pastizales para cultivos agrícolas, los campos ya no son estériles de pan, pero sí de ganados.
1656 – Rodrigo Méndez da Silva, Cronista real: “Sigüenza abundosa de heno y fértil en pan, ganados, fruta, miel, famosas hortalizas, rica de trato y mercaderes, algo fría pero muy productiva de carbón y leñas”. Este comentario contrasta con los anteriores debido a que a finales del XVI, entre Madrid y Andalucía solo quedaba como energía paja y sarmientos y cualquier monte, por pequeño que fuera, le parecería una riqueza y abundancia. En 1665 dice Antoine de Brunel: “…la manera de errar en España con herraduras demasiado estrechas, porque las baten en frío por la carestía de carbón”.
1686 – Monseñor Nicolini: “Después de Bujarrabal se pasa por un bosque entre rocas antes de llegar a Guijosa”.
1785 – Antonio Ponz nos dice: “Los montes pelados que rodean la ciudad tienen algunas colmenas y buenos pastos, en la parte oriental hay un antiguo pinar que dios sabe cuántos siglos tendrá por lo ruines que son las plantas por lo regular”.
Sigue diciendo: “Bien quisiera añadir algo, que la necesidad de carbón para esta corte, va reduciendo sus montes, llegará el tiempo, que será poco, que se duplique o triplique el precio y no se encuentre”.
1835 – Charles Didier: “Entramos por Alcolea del Pinar y encontramos un bosque de carrascas, este bosque es digno de mención pues es el primer bosque que encuentro desde mi salida de Francia. España es el país más desnudo de Europa, …cortándolos todos sin piedad excepto los olivos y frutales; ha sido necesario imponer severas penas para que no cortaran los olmos y ojaranzos que Carlos III puso en las carreteras”. “Nos encontramos una España en su desesperante desnudez desde estas mesetas de Castilla hasta Sierra Morena”.
1885 – Vasilii Ivánovich, viajero ruso: “Cuando desde Madrid fue enviado un selvicultor alemán a las Alcarrias para estudiar una repoblación sobre bases racionales, lo quisieron quemar. El sabio alemán se alegró de salir a salvo de aquel infierno, tal y como me lo contó personalmente después”. Estos sabios vinieron a España para empezar a realizar reforestaciones en las cuencas hidrográficas por las continuas y gravísimas inundaciones que tenía el país. Recordad “la riada de San Agustín” que tuvo Sigüenza en 1880.
1889 – Darío de Regoyos al llegar a Sigüenza contempla y describe “un paisaje de cerros pelados con un clima austero y duro”.
1900 – Pio Baroja andando por la vía camino de Alcuneza dice: “Paso el tren con una algarabía infernal se oyó un silbido agudo, surgió una bocanada de humo blanco con incandescencias luminosas, y cayó un diluvio de chispas al suelo en una tierra roja y yerma”, o “Se oculta el sol, sobre los cerros desnudos y rojizos”.
Si hoy pasaran los trenes, echando chispas en los alrededores de la vía del ferrocarril, serían los colores de los incendios forestales los que impresionarían a Pio Baroja
Miguel de Unamuno en un artículo publicado en el “Imparcial” en 1916 dice de Sigüenza: “...en rededor de ella y como ciñéndola, unos tesos (cerros) calvos, pero con calvicie como la tiña”, o “tesos tiñosos que ciñen la ciudad”.
Pasados todos estos siglos, con los cambios habidos en los modelos energéticos, se pasó de la energía de origen vegetal al consumo de energías fósiles; de la mula y el borrico como medios de transporte y motor de sangre en la agricultura, que comían pastizales y malezas, al vehículo y maquinaria agrícola, que comen petróleo. Con el abandono del campo por la emigración a la ciudad y la desaparición, con la entrada en la Unión Europea, de la cabaña ganadera, está surgiendo en los campos baldíos la mayor reforestación llevada a cabo desde hace mas de 2000 años, y el territorio será en unos pocos años, solo y sin coste económico alguno, un gran monte continuo de encinas. Pero también, como sucedió en la antigüedad, la vuelta de los incendios forestales.
Foto: Archivo Pedro Archilla
Diego Moreno