La Plazuela en las redesVideos de La Plazuela

diego-espinoza

En el pasado mes de octubre, en la villa segoviana de Martín Muñoz de las Posadas, localidad natal de nuestro personaje, se ha clausurado el quinto centenario del nacimiento del cardenal Diego de Espinosa, presidente del Consejo Real, inquisidor general y obispo de Sigüenza. Una controvertida figura de la corte universal de Felipe II. Rememorar su vida, hilvanada entre la oscuridad y la gloria, es asomarse a un mar de incertidumbres y controversias.  

Diego de Espinosa y Arévalo nace en el año 1513 y cursa estudios de Derecho en la Universidad de Salamanca. A la edad de treinta y cuatro años es nombrado, por el obispo seguntino Hernando Niño, provisor general de la diócesis. Algo poco usual en aquellos tiempos. Nada menos que un jurista, laico y desconocido, es el responsable del gobierno de una importante sede episcopal. La prematura muerte del prelado seguntino le devuelve al silencio de la campiña segoviana. Años después, Espinosa retorna a la vida pública con un empleo de juez en la audiencia de Sevilla. Una feliz pirueta del destino le lleva a conocer a Francisco de Borja, futuro padre general de la Compañía de Jesús. El ilustre jesuita, movido por “la virtud y prudencia” de Espinosa, le recomienda a Felipe II para desempeñar más altos quehaceres. Su petición es generosamente atendida. El abogado segoviano es nombrado, en 1562, miembro del Consejo Real y asistente del inquisidor general Fernando de Valdés, antiguo obispo de Sigüenza. Diego de Espinosa, orgulloso y satisfecho, se acomoda en la recién nacida corte madrileña y es ordenado sacerdote.

La andadura cortesana del flamante presbítero, siempre dispuesto a cumplir los deseos del rey, no conoce límites. En 1565 Felipe II le confiere la alta dignidad de presidente de su Real Consejo, “tanto para lo seglar como para lo eclesiástico”, y al fallecer Fernando de Valdés, le asciende a inquisidor general al fin de erradicar la “herética parvedad”. Diego de Espinosa, perfumado por las esencias del poder, se traslada a vivir al Alcázar madrileño. Poco después, a instancias del monarca, el papa Pío V le designa cardenal de la iglesia católica y es promovido a la diócesis de Sigüenza, entonces una de las diócesis más ricas de España. Cuando al año siguiente, Diego de Espinosa visita la urbe seguntina, entre los vítores de los vecinos, embelesados y curiosos, el ayuntamiento le regala un singular presente: “Una carga de vino blanco de Alaejos, doce perniles de cerdo, veinticuatro capones, dos terneras y cuatro carneros”.
Inquisidor general, primer ministro y confidente de Felipe II, cardenal y obispo, hacen de Diego de Espinosa, a sus cincuenta y cinco años de edad, uno de los hombres más poderosos y temidos de España. Es la cabeza visible del denominado gobierno de los letrados. El cardenal gobierna de forma rigorista y eficaz y por sus manos pasa “todo lo sacro y lo profano, la carne, el mundo y el espíritu”. Interviene en todos los asuntos Estado, implanta rígidamente el catolicismo salido del concilio de Trento, amplia y fortalece los tribunales inquisitoriales, culmina la reforma de las órdenes religiosas, dicta las normas para erradicar las costumbres moriscas y persigue sin desmayo el afán protestante. La ortodoxia debe ser preservada y cualquier discrepancia, sancionada. El orden cultural, religioso, social y político de los reinos de Felipe II, debe ser uniforme y perfecto. Por aquellos años, Espinosa levanta un digno palacio renacentista, en Martín Muñoz de las Posadas, diseñado por Gaspar de la Vega, uno de los arquitectos reales.

Súbitamente, la rutilante estrella de Diego de Espinosa se apaga. Cuando el día cinco de septiembre de 1572, el cardenal muere de forma repentina, la corte se deshace en susurros y hablillas. Cuentan que al terminar su despacho con Felipe II, sobre las diez de la mañana, el cardenal pide licencia para retirarse pues debe presidir el Consejo. El monarca le indica que él mismo presidirá la sesión. El cardenal se inquieta y se angustia. Abatido, se retira a su cámara, sufre un desmayo y queda exánime. Los médicos, al no percibir signos vitales, certifican su defunción y proceden a realizar la autopsia. Al introducir el bisturí en su cuerpo inmóvil, el cardenal se estremece de dolor y muere. Aún estaba vivo, pero “con la navaja, los suyos le acabaron”. Gregorio Marañón sugiere, en cambio, una muerte por sofocación. Un trágico final lleno de enigmas y secretos. Diego de Espinosa es enterrado en la iglesia de Martín Muñoz de las Posadas, en un túmulo funerario rematado por su estatua orante, solemne obra del italiano Pompeo Leoni, el escultor favorito del monarca. Leoni es el exquisito artífice de las grandiosas esculturas, de bronce dorado, presentes en el presbiterio del monasterio de El Escorial, símbolo apasionado de la monarquía española de los Austrias. La pulcritud y el encanto del arte de Pompeo Leoni guardan eterna memoria del cardenal Diego de Espinosa, inquisidor general y obispo de Sigüenza.

Javier Davara
Periodista, Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid

Viñeta

Archivo de humor gráfico:

• Galia

• JMC

 

 

 

Ediciones de La Plazuela - El Afilador

¡Nuevo!
Agotado