El primer verano en que se sumó una hora a la Hora Oficial en España fue el de 1918 por la falta de carbón, fruto de la Primera Guerra Mundial. En los siguientes 31 años, cambió solo 16 veces, incluidos los años 37 y 38, en que los dos bandos de la Guerra Civil cambiaron la hora, pero en días distintos… ¡no se iban a poner de acuerdo! 1950 fue el primer año en que dejó de aplicarse un horario diferente al llegar la canícula. Pero llegó la Crisis del Petróleo y en 1974 se recuperó la costumbre de cambiar la hora estival, y ya no nos ha abandonado.
El cambio de hora de verano estaba regido por una Directiva Europea obligatoria; sin embargo, desde hace unas semanas los jerarcas de Bruselas han dejado libertad a los países miembros para mantenerlo o eliminarlo.
Como ocurre con todo lo que afecta a muchos, tiene sus detractores y sus partidarios. Veamos, entonces, algunas ventajas y desventajas de esta polémica variación del horario.
Falsa creencia. El horario de verano ahorra energía.
Es imposible medir la energía que se ahorra, porque sería necesario comparar estíos de distintas temperaturas medias, diferente número de días de sol o tormenta, con olas de calor o de frío, etc. y, sobre todo, porque desde hace 44 años no tenemos ningún año sin cambio horario de modo que no disponemos de datos para contrastar. Y claro, como se trata de estimaciones, los expertos no se ponen de acuerdo. Algunos creen que la hora de consumo que se gana por la mañana, se pierde por la noche; otros creen que se gasta más energía con el cambio de horario; y pocos creen que realmente se ahorre nada.
Pensemos un poco a ver qué se puede deducir de la cuestión.
En verano en España, con cualquier horario que tengamos, no ahorramos energía al amanecer. La mayoría de la población (incluyendo la que se encuentre de vacaciones) tendría que levantarse muy pronto para tener que encender la luz al despertarse. En cuanto a la tarde, nuestras costumbres sociales han evolucionado mucho desde 1974 y ahora usamos la electricidad para muchas más cosas que para encender la luz. El alargamiento de las veladas causado por el estiramiento de los crepúsculos hace que consumamos una hora más de energía eléctrica para hacer funcionar aparatos de aire acondicionado, televisiones, ordenadores y otros cachivaches electrónicos que encendemos poco o nada por las mañanas.
No obstante, la luz solar nos da otras oportunidades. Puesto que tenemos más horas de luz natural por la tarde, salimos más de compras, al cine, a tomar algo o a cenar por ahí, lo que incrementa el consumo eléctrico de los establecimientos comerciales y el de sus aires acondicionados, puesto que en las puestas de Sol aún hace mucho calor, mientras que en la aurora sentimos fresquito.
De modo que, con los nuevos comportamientos sociales y los nuevos aparatos eléctricos, no solo no se ahorra energía, sino que todo indica que se consume más.
¿Debemos deducir, entonces, que el cambio de hora es malo para la economía? Pues no, porque ayuda a residentes y turistas a aumentar las compras en tiendas y hostelería, que son una parte importante de la economía española. Pero, además, y esto es más importante, tiene beneficios sociales y personales al dejarnos más tiempo para el ocio, ya que generalmente utilizamos la mañana para trabajar y la tarde para nuestras cosas, hacer deporte, pasear, quedar con los amigos, leer, ir al cine, etc.
Es verdad que el cambio de hora nos descoloca unos días, el famoso desfase horario, sobre todo el del paso del invierno al verano, que implica una hora menos de sueño y empezar a madrugar una hora antes; pero el efecto sobre la vida y sobre la economía son beneficiosos en general para nosotros individualmente y para el país en general.
El Gobierno tendrá que decidir qué hacer en el año 2019. Si no cambiase la hora, veremos qué efectos sociales origina.