Desconocido por estos pagos, el alemán Ralf Rothmann (Schleswig, 1953), es en cambio un escritor muy valorado en su tierra natal, en dónde ha publicado varias novelas, la más reciente esta que hoy traemos a escena. Poeta y dramaturgo, estudió comercio y ejerció diversos oficios antes de dedicarse de lleno a la literatura.
Hay que afirmar que Morir en primavera sigue la senda que otros escritores alemanes (Handke, Böll, Remarque) siguieron para mostrar al universo la perversión de la guerra, algo para lo que estaban perfectamente entrenados tras soportar la cruel confrontación de 1939 y su posterior resaca, vivida en primera persona. Aunque nacido ocho años después de su finalización, Rothmann asume aquella locura con la lucidez y suficiencia tal y como sus predecesores lo hicieron, logrando un trabajo transparente y ácido que respira un rechazo vehemente de la beligerancia como sistema abanderado para solucionar los problemas entre comunidades.
El antibelicismo queda claro a través de todas sus páginas. Y para ello ofrece una sencilla visión protagonizada por un ciudadano vulgar, exento de cualquier tentación ideológica, que se ve envuelto en lo que menos podía pensar. Estamos a poco del final de la guerra, en 1945, con el ejército alemán a punto de derrumbarse definitivamente, mientras el bigotudo payaso que regía el país reclutaba cada día más y más población para retrasar lo inevitable, a la espera de unas armas modernas que nunca estaban preparadas, en su loco afán de arrastras consigo a todo el pueblo alemán en su destrucción. Dos jóvenes, menores de edad, Walter y Friedrich, trabajan de vaqueros en una pequeña aldea y son reclutados para las tropas de la SS. En el frente oriental (Yugoslavia, Hungría), viven en primera persona el desastre absoluto en que termina la locura de aquél pintor de brocha gorda metido a caudillo invencible. Los amigos intentan terminar aquello como fuera, para poder volver a sus respectivas ocupaciones, en la expectativa de un futuro matrimonio que les está aguardando en su lejano hogar; pero un acontecimiento ocurre a mitad de camino que da al traste con las ilusiones de ambos. En lugar de cifrar la narración en el transcurso de los acontecimientos que se suceden, la obra se presenta a través de los protagonistas y otros personajes que muestran claramente, a través de su personalidad, su conocimiento (escaso, por la edad) del mundo en que andan inmersos y sus ansias de vida y futuro, las monstruosidades de estos conflictos de nunca acabar. Al final, quedarán marcados por ello, y entrarán en la dinámica social del olvido colectivo, a la espera de un futuro que borre todas las huellas del horror.