Para la Teología moral, “pecado” es un acto malo, o la omisión culpable de un acto bueno obligatorio. Y el Catecismo Católico lo define como una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad. Ha sido definido como una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna. Son palabras de San Agustín y Santo Tomás de Aquino. Conoce bien Benjamin Black (pseudónimo que el irlandés John Banville utiliza para sus creaciones en clave de intriga) estos parámetros, no en vano la verde isla norteña resulta a estas alturas ser la reserva espiritual de occidente, una vez que España se ha perdido para la causa (no canten victoria los incrédulos y laicistas, todo puede ser reversible en este mundo…).
Banville/Black es un excelente escritor que se educó, como casi todos sus paisanos, en el seno de la Iglesia Católica, en el colegio de San Pedro de Wexford, perteneciente a la orden de los Hermanos Cristianos, por lo que resulta aun experto en el tema de la transgresión moral. Entre sus obras negras destacan El Secreto de Christine y Muerte en verano, protagonizadas por el descreído y borrachuzco doctor Quirke, Eclipse y Regreso a Birchwoodson son notables entre sus obras fuera de este género, habiendo obtenido el premio Booker con El mar. Ahora Pecado ha sido galardonada con el premio RBA de novela negra de 2017, y desde luego, dicho sea sin conocer el resto de obras estimadas para tal recompensa, no parece la mejor de creaciones de Black, aunque sí interesante y correcta de lectura. En los años cincuenta del pasado siglo, aparece un cura asesinado y castrado en una mansión de pueblo en la campiña irlandesa. Parece, pues, una especie de homenaje a las obras de antiguos escritores británicos dedicados al tema, como Agatha Chirstie o Dorothy L. Sayers; el cadáver, incluso, aparece en una biblioteca al mejor estilo de la intriga tradicional inglesa, interviene un detective que indaga al tema reuniéndose con todos y cada uno de los sospechosos en graves interrogatorios y que resultan ser, como no podía ser de otra forma, todos los habitantes de la mansión rural. Hasta aquí son convencionalismos clásicos, que se van abandonando a través de sus páginas para entrar en otras consideraciones, como la convivencia entre religiones en la Isla Verde (el cura muerto, católico, frecuentaba a una familia de protestantes), el poder de la Iglesia en Irlanda (el prelado principal puede echar por tierra toda la investigación), las lacras de la educación en centros religiosos…el libro se centra en las cavilaciones introspectivas del inspector Strattford, en sus paseos por la nieve en un duro invierno, y en sus relaciones con una muchacha que conoce en la fonda donde pernocta en el pueblo. El final, una vez descubierto el asesino, deja una extraña sensación de apresuramiento, como si hubiera que terminar la novela rápidamente y faltara espacio. No obstante tales consideraciones, la novela tiene una buena lectura aunque le falle la fuerza de sus otras aportaciones al género negro.