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 El filólogo, ensayista y crítico literario Jordi Amat se ha especializado en el con análisis de la cultura e historia política española -especialmente la catalana- del pasado y presente siglo, así como la relación entre el Estado central y la Comunidad Autónoma. Su libro Largo proceso, amargo sueño, levantó ampollas en el mundo político y emocional catalán, pero se antoja fundamental para entender la Cataluña moderna y su especial inclusión -o pretendida exclusión- dentro de España. En 2016 fue galardonado con el Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias con El proceso de Munich. Esperanza y fracaso de una transición democrática, en que se recrea el célebre “contubernio” que tuvo lugar en la ciudad bávara en mayo de 1962 y que juntó a elementos de la oposición a Franco del interior y del exilio, y que irritó profundamente al régimen, que respondió como solía: con la consabida represión, eso sí, no demasiado violenta, no sea que se rebotaran los amigos americano y demás que habían legitimado el régimen desde los tiempos de Eisenhower y las bases norteamericanas. El hijo del chófer, la más reciente de sus obras, constituye un interesantísimo examen de las intrigas políticas habidas en la comunidad catalana en los últimos años de la dictadura y los primeros de la democracia, bañados por el pujolismo triunfante y avasallador. Como hilo conductor aparece la figura tortuosa y perenne de Alfons Quintá, el hijo de quien se convirtió en chófer de Josep Pla, por entonces una de las máximas figuras del catalanismo cultural. El niño Alfons acompañó a su padre en innumerables ocasiones a las tertulias y primeras conspiraciones políticas de la época en torno a la figura del célebre escritor. Allí recaba información que iba a utilizar en su beneficio en un futuro, cuando el niño se hace mayor y se convierte en periodista que termina alcanzando un elevado prestigio, basado principalmente en sus métodos arteros y apartados de todo tipo de ética personal y profesional. Quintá se convierte en el primer delegado de El País en Cataluña, destapando el caso Banca Catalana que afectaba de lleno a la familia Pujol, y que el entonces president supo aprovechar a su beneficio movilizando a la población a su alrededor. De ahí a convertirse en el primer director de la televisión autonómica, nombrado precisamente por Pujol gracias a cuanto conocía de las cloacas del poder. De ahí al hundimiento profesional y humano, que terminó con el suicidio tras asesinar a su última pareja. Utilizó siempre su información para presionar y manipular a su antojo con el fin de obtener privilegios; mal considerado en la profesión por sus execrables métodos, cabe preguntarse cómo fue posible que un personaje de tal calibre pudo llegar tal alto, y la respuesta aparece en cuanto se analiza el entorno de unos años en que la corrupción, la mentira y la ruindad se paseaban como Pedro por su casa a lo largo y ancho de la política, tanto nacional como en la propia comunidad autónoma.

 

Ediciones de La Plazuela - El Afilador

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