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Contaminación lumínica (imagen cortesía de Jaime Zamorano, UCM)

Sentado placenteramente en un hito del Polvorín de Sigüenza, al calor de un atardecer estival —precisamente cuando más alejados estamos del Sol en todo el año—, me dejo llevar por los encantos de una castellanísima puesta de sol, ese entreacto entre día y noche que nos cautiva con la breve belleza de un delicioso intermedio de zarzuela — Las Bodas de Luis Alonso o La Leyenda del Beso, pongamos. Una ensoñación musical llevando a otra, el Fandango de Doña Francisquita habría sonado a acto final: la puesta de sol como culminación de la gran obra diurna; sin embargo, caprichos de la naturaleza, la melodía que me brota es un preludio —el de La Revoltosa— y la idea, rompedora, me deja sin aliento: ¡el día como preludio de la noche!   

La noche: temida por el homo primitivo, domeñada por el homo sapiens, prostituida por las luces invasivas del homo despilfarrensis — ése que se cree dueño, señor y único habitante de este planeta. La noche: escenario natural de tantas especies cuya vida se desarrolla a telón cerrado y de cuyo equilibrio depende el nuestro; único reducto desde el que mirar más allá de nuestras planetarias narices. Me detengo en uno de los paneles del Mirador Celeste del Polvorín y leo: “el derecho a un cielo no contaminado que permita disfrutar de la contemplación del firmamento” ha sido reconocido por la UNESCO como “un derecho inalienable de la Humanidad, equiparable al resto de los derechos ambientales, sociales y culturales” (Declaración de La Palma, 2007).

El concepto de patrimonio ha ido evolucionando con los tiempos. En España, la Ley de Patrimonio Histórico de 1985 incluye objetos muebles y documentos de interés científico así como sitios naturales, jardines y parques de valor antropológico. En el Convenio Europeo del Paisaje (2007) los conceptos de Patrimonio Cultural y Natural se fusionan en una visión integral del paisaje. En 2018, Año Europeo del Patrimonio Cultural, el patrimonio cultural incluye explícitamente manifestaciones de carácter material, inmaterial, natural y digital. Entre las inmateriales están las prácticas, conocimientos, tradiciones y habilidades de valor para las personas. 

El cielo seguntino es, claramente, uno de nuestros patrimonios. No podemos permitirnos la pérdida de la poca superficie disponible para observar el firmamento.  Más aún, desnaturalizar la noche con iluminación innecesaria, en intensidad o color, es un atentado contra la biodiversidad pues alteramos equilibrios poblacionales (depredador-presa) o funciones clave como la de los insectos nocturnos. Pero el derecho a observar las estrellas y a conservar la noche va más allá del disfrute de “unos cuantos”: es un compromiso que garantiza la posibilidad de seguir disponiendo de los beneficios tecnológicos, económicos y culturales que el medio ambiente proporciona continuamente. Se impone un cambio de escena: “Sigüenza: laboratorio de conservación de la noche”. Es, al fin y al cabo, un compromiso con las generaciones futuras. 

Feliz mes de julio en el que decimos adiós a los gemelos (Géminis) saludando a su constelación opuesta (Sagitario), arquero centauro o familiar tetera según que hagamos caso a la mitología o a nuestra mente infantil. Los atardeceres nos brindarán la ocasión de contemplar, casi a la vez, cuatro planetas: Venus (puesta), Júpiter, Saturno y Marte (salida). Quien quiera ver su propia sombra —la de toda la Tierra— proyectada en la Luna, tiene su oportunidad el viernes 27: la luna llena, que saldrá ya eclipsada en España, se irá desvelando a partir de las 23 horas.

 

Viñeta

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