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Galileo ante el Santo Oficio. Robert-Fleury, siglo XIX

Muchas son las falsas creencias sobre la figura de Galileo Galilei, una de las más conocidas dice que, tras ser obligado por la Inquisición a adjurar de la idea de que la Tierra se mueve alrededor del Sol, murmuró “y, sin embargo, se mueve”. Veamos qué hay de cierto.

Galileo descubrió los satélites de Júpiter, de donde se deducía fácilmente que la Tierra era un planeta más. Esto era un argumento en favor de la teoría de Copérnico. Los fundamentalistas siguieron una estrategia indirecta y, en vez de denunciarle a él, denunciaron ante la Inquisición las bases del Copernicanismo: la inmovilidad del Sol y el movimiento de la Tierra, por estar en contra de varios pasajes de la Biblia.

La Inquisición encargó a un grupo de teólogos que estudiaría el asunto y concluyeron que esas afirmaciones eran “estúpidas y absurdas” y “formalmente heréticas”.
Galileo era el científico más conocido de Europa, y estaba protegido por el Gran Duque de Toscana, por lo que no se podía proceder contra él así, sin más; de modo que el papa Pablo V, encargó al inquisidor cardenal Roberto Bellarmino que amonestara privadamente a Galileo para que dejara de creer en esas ideas; y si se negase, que el comisario de la Inquisición, ante notario y testigos, le prohibiera judicialmente enseñar o defender estas opiniones. 

El día 26 de febrero de 1616 (se cumplen ahora 400 años), Bellarmino consumó la misión. Galileo estuvo muy humilde y aceptó la amonestación; por lo que no hizo falta ejecutar la orden judicial; y aquí fue donde se lio todo.

En el año 1630, ya fallecidos el Pablo V y Bellarmino, regía la iglesia el papa Urbano VIII, amigo de Galileo. Nuestro hombre pensó que eran tiempos más favorables y decidió escribir un libro en el que tres personajes dialogaran sobre el copernicanismo. Este libro no violaba su compromiso, ya que en el libro no trataba de sus propias creencias, sino de las de los personajes.

El libro fue revisado y aprobado por el Vaticano y se publicó en 1632. Inmediatamente sus enemigos se pusieron en marcha convencidos de que había violado las órdenes recibidas en 1616.

En el expediente particular del caso Galileo en el Santo Oficio encontraron que en 1616 solo figuraban las instrucciones del papa sobre la amonestación y que, sin embargo, “se les había olvidado” prohibir la enseñanza y defensa de la teoría; por lo que “alguien” enmendó el olvido escribiendo un añadido en el que se decía que, tras la amonestación del Cardenal, el comisario de la Inquisición había notificado a Galileo la orden de que no “sostenga, enseñe o difunda” las ideas, y lo fechó el mismo 26 de febrero de 1616. Todo parece indicar que esta inscripción data de 1632.

Con los “registros en orden” se procedió a denunciar a Galileo en 1633. El pobre afirmó en el juicio que nunca le habían prohibido escribir sobre el asunto y mostró una carta del propio Bellarmino en la que decía que solo se le había notificado el decreto sobre las ideas copernicanas y se la había informado de que esta teoría no se podía defender o sostener, y nada más.

Como se ve, el juicio no trataba del movimiento de la Tierra, sino de la desobediencia de Galileo a la “supuesta orden judicial recibida” 17 años antes. Por esa razón, ni siquiera tenía sentido la frase de marras en aquel juicio.

El “documento espurio” cumplió su cometido y, con 69 años, Galileo Galilei fue condenado a cárcel perpetua, que con el tiempo se suavizó en arresto domiciliario. A la Inquisición se le solicitó varias veces que le perdonara, dada su edad y su mala salud; pero nunca lo concedió. Galileo murió el 8 de enero de 1641, cuando le faltaba un mes para cumplir 77 años, tras haber cumplido, viejo, ciego y muy enfermo, 8 años de reclusión.

Para saber más: Talento y Poder. Antonio Beltrán Marí. Editorial Laetoli, 2007.

Viñeta

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