Rita Rodríguez

No había comenzado la primavera y ya conocíamos los estragos que en nuestro país producía el coronavirus, un microorganismo recién llegado al que comenzamos a temer cuando mostró el ladino y maléfico poder que portaba en sus genes. Cuatro meses después, tras una lucha constante y encarnizada contra el nuevo virus, al que los científicos denominaban SARS COV-2, muchas cosas han cambiado en nuestra sociedad. Nunca pensamos que un pequeño ser invisible hiciera que todo un país se quedará en casa día tras día, que no pudiéramos acudir a ver a nuestros seres queridos, que las consultas de Atención Primaria o Especializada pasaran a ser telefónicas, que los niños y jóvenes tuvieran que abandonar las aulas a medio curso, o que gran parte de las empresas se vieran obligadas a cerrar sus puertas. Tampoco nos podíamos imaginar que saliéramos de casa con mascarilla facial, que guardáramos la distancia cuando nos encontráramos con nuestros amigos y que no nos abrazáramos con el reencuentro. La lucha contra el coronavirus ha cambiado nuestras rutinas, nuestras relaciones sociales y nuestra forma de vida.

Todos desearíamos poder volver a aquella normalidad del pasado febrero, pero ya no es posible. La realidad es que la lucha contra el Covid-19 no ha hecho más que empezar. Hemos superado el pico de la crisis sanitaria gracias a las medidas de confinamiento y distanciamiento social, así como al uso masivo de mascarillas. Pero el coronavirus sigue ahí, pasando de un individuo a otro y matando a nuestros seres queridos. No es por ser alarmista, pero a fecha de hoy la posibilidad de contagio es mucho más alta que al principio de la Pandemia, puesto que son muchos más los individuos contagiados y que pueden contagiar.

Según las cifras del Ministerio de Sanidad, el número de casos notificados a nivel nacional hasta el 8 de marzo ascendía a 589 personas, entre los que se habían producido 17 fallecidos. A fecha de 21 de junio, finalización del Estado de Alarma, se han notificado 141 nuevos contagios confirmados y una muerte en las últimas 24 horas, con lo que los contagios confirmados se elevan a 246.272 casos, y el número de fallecidos a 28.323 personas. De estas cifras se nos escapan todos aquellos individuos asintomáticos, que son muchos y que en su mayoría no se han identificado y, que sin saberlo, están diseminando el contagio a sus conocidos y a sus familias. Pero tan sólo hagan una simple regla de tres, si a partir de 589 contagiados se ha producido la peor crisis sanitaria de nuestro país, a partir de esos 246.272 contagiados la probabilidad de transmisión será mucho mayor. A groso modo y simplista puede que tengamos 400 veces más posibilidades de contagiarnos que al inicio de la Pandemia del Covid-19. ¿Mantendremos la cautela, o quizás sigamos confiando en la suerte?

Son muchas las personas que han sobrevivido a la infección de coronavirus, pero no les ha salido gratis. Y no me refiero a los cuantiosos recursos humanos y económicos invertidos en la lucha contra el Covid-19, sino a las lesiones y posibles secuelas que este virus ha generado en los órganos vitales de sus organismos (pulmones, corazón, riñón, cerebro, etc.). La infección por el Covid-19 es una enfermedad multiórganica, es decir que puede afectar a más de un órgano imprescindible para el individuo, ya sea como consecuencia de la reacción excesiva del sistema inmunitario que ataca a los propios tejidos o por el daño directo de la infección del Covid-19 en las células y tejidos de dichos órganos.

Pulmones. Una de las primeras características conocidas de la infección por Covid-19 fue la frecuencia en que aparecía una neumonía atípica bilateral que evolucionaba hacia la gravedad en pocos días. La causa de esta neumonía es la inflamación de los alvéolos pulmonares, con un encharcamiento producido por la actividad del Sistema Inmunitario al intentar combatirla, provocando una disminución grave de la capacidad respiratoria. Ante el daño pulmonar producido, el organismo puede sustituirlo por un tejido fibroso con cicatrices que no tiene capacidad para permitir intercambio de oxígeno y dióxido de carbono, por lo que en los meses posteriores se puede sentir la falta del aire al hacer pequeños esfuerzos. Si tenemos suerte, este tejido fibroso se irá regenerando, pero si somos fumadores puede tardar hasta un año en recuperarse. Todavía desconocemos si los daños pulmonares severos desaparecerán o pueden desembocar en una fibrosis pulmonar. Sobre todo, estas huellas la sufrirán aquellos pacientes que han necesitado ventilación respiratoria asistida durante varias semanas en la UCI. También puede existir una tendencia a la mayor coagulabilidad de la sangre, lo que puede provocar trombos que pueden ocasionar embolias pulmonares durante la fase aguda o la de convalecencia.

Corazón. Es probablemente, el órgano más afectado por el Covid-19 tras los pulmones. Las complicaciones más habituales han sido la miocarditis (inflamación de las células del músculo cardíaco), ya sea por la sobrecarga del corazón debida al daño pulmonar o por la infección directa del corazón por el coronavirus. Todo el daño producido puede tener unas consecuencias a largo plazo, como son las arritmias  que pueden ser causa de muerte súbita o insuficiencia cardiaca. Los trastornos de coagulación también pueden favorecer la formación de trombos que a nivel cardiaco, es causa principal de infartos de miocardio

Riñón. Es otro de los órganos que se ven gravemente comprometidos por el Covid-19, pudiendo ser necesario el tratamiento mediante diálisis. El daño renal en los pacientes de coronavirus puede producirse en primer lugar por la infección directa del virus sobre las células renales; en segundo lugar por la hiperinflamación que produce el Sistema Inmunitario y el tercero por la hipotensión arterial secundaria a la falta de riego vascular y falta de oxígeno. Aunque la mayoría de pacientes suelen recuperar la capacidad renal, hay que estar muy atentos a las posibles secuelas que la infección pudiera dejar de forma permanente.

Cerebro y Sistema Nervioso. El coronavirus puede invadir el tejido nervioso, produciendo síntomas neurológicos como cefalea, mareo, mialgias y falta de olfato o gusto; pero también inflamación cerebral, ictus o crisis epilépticas. En las personas de edad avanzada o con deterioro mental previo existe mayor riesgo de padecer alteraciones del estado mental cuando sufren la infección por Covid-19. También puede existir dificultad en el habla o para moverse, lo que agravará aún más el estado mental. La pérdida de olfato y gusto suele recuperarse en una o dos semanas, aunque hay pacientes en los que este tiempo se prolonga durante meses.

Sistema músculo-esquelético. Una de las secuelas del coronavirus es la persistencia de cansancio caracterizado por fatiga intensa, falta de energía, agotamiento y cansancio. Como en otras enfermedades que requieren semanas de sedación y ventilación asistida se producirá cierto grado de atrofia muscular, pero en la infección por coronavirus parece que dicha fatiga y cansancio es más marcado desde el inicio de los síntomas, manteniéndose por un periodo más largo.

No existe ningún medicamento que cure la infección de coronavirus, tan sólo fármacos para luchar contra algunas de sus complicaciones. Mientras no exista una vacuna eficaz, solo las medidas de higiene y aislamiento social serán efectivas para evitar volver a las cifras de miles de contagios y muertes diarias. A cada ciudadano le toca hacer gala de responsabilidad individual y social, manteniendo y exigiendo a los otros mantener  la distancia interpersonal y utilizar de forma correcta las mascarillas. Si relajamos las costumbres que han sido obligatorias durante el estado de Alarma, volveremos a sufrir los estragos de la Pandemia. Un exceso de confianza puede ser fatal, no lo olviden.

“Mantenerle a distancia depende de usted”.