Siempre nos llamó la atención este país que era como todo lo contrario a lo que representaba India, país que visitamos unas cuantas veces, siempre nos decían que no podíamos visitarlo por diversos motivos, que la gente era un tanto malvada, incluso nos llegaron a predecir que si fuéramos a Pakistán, nos envenenarían o matarían en cualquier sitio.
Ya desde febrero planeamos, Antonio Cano Montoro y yo, el viaje para la segunda quincena de junio. El visado para ir a Pakistán se puede solicitar on-line, vía Internet, tiene un coste de 35 dólares, y lo conceden de un día para otro. El visado es para un mes de estancia, y tiene una caducidad de tres meses. Con este visado se puede visitar todo el país, salvo las regiones de Jamu y Cachemira, por tener muchos problemas de terrorismo y ser territorios en disputa con India.
El mejor momento para visitar el país es en primavera, no es época de lluvias y el calor del verano no habría llegado. Aun así soportamos una ola de calor de hasta 42 grados c. Para visitar las montañas del norte es mejor no hacerlo en época de lluvias, muchas carreteras están sin asfaltar y al transcurrir entre montañas de piedras, se producen muchos deslizamientos de tierra y roca, haciéndolo muy peligroso.
El viaje tenía como dos etapas claramente diferenciadas, la primera a las montañas del norte, junto a las fronteras de China y Afganistán, con picos de los mas elevados del mundo, visitando valles y etnias muy diversas. La segunda visitar ciudades con historia, para conocer sus gentes y monumentos.
Mezquita Feisal de Islamabad.
El primer día de viaje aterrizamos en Islamabad, capital de Pakistán. Ciudad moderna y construida en la década de los años sesenta junto a la antigua ciudad de Rawalpindi. Se puede visitar la gran mezquita Feisal, de diseño moderno, y un parque cercano, situado en una colina, con animales semisalvajes, y unas vistas preciosas de toda la ciudad. Es muy estimulante visitar los antiguos bazares de Rawalpindi, que ya el primer día del viaje te haces a la idea de cómo son los habitantes de Pakistán. La gente muy amable, respetuosa, todo el mundo quería hacerse fotos con nosotros. Si le pedías a alguien el poder hacerle una foto, te decían que si con una sonrisa. El único inconveniente de todo esto, es que así es la mitad de la población. La otra mitad, es decir, las mujeres, ni tienen puestos en los bazares, ni son las encargadas de hacer la compra, ni se las ve por casi ningún lado, por lo menos en estos ambientes populares.
Bazar de Rawalpindi.
Al siguiente día teníamos un vuelo programado para ir a Gilgit, ciudad en la que posteriormente nos trasladaríamos a Karimabad. El vuelo fue cancelado cuando estábamos a punto de embarcar obligándonos a hacer el mismo trayecto por carretera. Este trayecto, que en principio era atractivo, carreteras paralelas al rio Indo, maravilloso, pero se convirtió en una especie de pesadilla. El trayecto no acababa nunca, fueron 16 horas prácticamente sin parar, con síntomas de enfermedad, llegando a las 11 de la noche, en ese momento no miramos nada y fuimos a descasar. A la mañana siguiente me desperté, y mirando por la ventana vi un espectáculo grandioso. Se podía ver el valle de Hunza, y al fondo el grandioso pico de 7.788, el Rakaposi, con el pico nevado, en un día esplendido y despejado. Después de desayunar fuimos a un mirador para ver en su conjunto el valle, el rio Hunza dividiendo la ciudad en los dos barrios que tiene, uno chiíta y el otro ismaelita. Ciudad rodeada de dos cordilleras, el Himalaya y el Karakoran, con varios picos nevados. El paisaje es poético, maravilloso, piensas en ese momento que es un sueño, que en la realidad no puede existir tanta belleza.
Valle de Hunza, pico Rakaposi.
Posteriormente fuimos a visitar, en la misma ciudad, los fuertes que fueron sede del reino de Hunza. El reino del valle tuvo su término cuando llegó la colonización británica de la India, que ocupó los fuertes. Los descendientes de la dinastía real existen todavía y están integrados en la vida civil. Los fuertes tienen estancias mas bien pequeñas, con muchos utensilios y muebles de madera, y llaman la atención las cocinas, con ollas talladas en piedra, bien gruesas, se entiende que la cocción en ellas duraría varias horas.
Ese mismo día salimos, siguiendo el curso del rio Hunza, hacia Passu, tomamos una carretera bastante cercana a la frontera con Afganistán, esta carretera, a veces de tierra, otras veces asfaltada, está siendo construida por empresas chinas. Los controles policiales, a los que se le debe de entregar copias de visados y pasaportes, son numerosos, el control es importante. Los trabajadores chinos de estas obras han sido objeto de diversos atentados, y en varios tramos nos obligaron a incluir un policía dentro de nuestro automóvil, con el dedo en el gatillo de su AK-47, o bien escolta externa con un todo terreno con varios policías bien armados. En todo caso la situación parecía bastante relajada y sin ninguna sensación de peligro.
Escolta en la frontera con Afganistán.
Durante este trayecto llegamos al lago de Attabad, lugar muy frecuentado por turistas pakistaníes, donde hay motos de agua y embarcaciones de recreo, con hoteles y chiringuitos. Este lago se formó en el año 2010 al bloquearse el curso del rio Hunza, justo enfrente del pueblo Atta Abad. Se derrumbo toda la montaña, cayendo el pueblo entero al rio, seguido por mas montañas y pueblos, como un dominó cayeron paredes enormes de rodas bloqueando el rio. Al ir subiendo el nivel del agua se fueron inundando varios pueblos más, ademas de la antigua carretera.
Lago Attabad.
Seguimos mas adelante por la misma carretera a lo largo del rio Hunza hacia Passu. Antes de llegar al pueblo podemos admirar el glaciar de Passu, que está casi al borde de la carretera. El espectáculo es maravilloso. Una masa de hielo enorme cae desde las montañas hacia el valle, se sube unos cientos de metros por una carretera de tierra y rocas con coche, y posteriormente caminamos otros cientos de metros a las colinas que rodean el glaciar, el espectáculo es sublime, y no solo visual, era un día despejado. Veíamos la masa de hielo gigantesca, pero a su vez escuchábamos el sonido del agua del deshielo y el crujir del hielo en su lento deslizamiento. Cerca del pueblo, y a lo largo del rio se pueden ver tirolinas y puentes de madera y cuerdas, hechos para cruzar el rio, no se recomienda usarlos para personas con vértigo. Estos puentes artesanos están a lo largo de todas las rutas de montaña. Quien quiera hacer trekking por estas montañas debe estar preparado para estas pasarelas cercanas al vacío.
Glaciar de Passu.
El pueblo de Passu, habitado por ismaelitas, está situado en un enorme valle, muy verde, rodeado de montañas, con mucha agua, tierras muy fértiles. Podemos encontrar todo tipo de verduras, arboles frutales, en cultivos familiares. Visitamos una casa del pueblo, precisamente la casa de nuestro guia Amín, en la que fuimos recibidos de la mejor forma posible con comida más que abundante y exquisita. Estancias grandes, rodeadas de arboles frutales, cultivos, y el interior todo de madera, precioso. Las mujeres no llevan velo, llevan negocios y son personas de etnia blanca, ojos claros con multitud de habitantes muy longevos. Parecía que habíamos alcanzado el lugar de la gente feliz, sin problemas, viviendo de lo que tienen, tranquilidad, paisaje maravilloso, sensación de sosiego, vida solidaria en comunidad, que genera cierta envidia si lo comparamos a nuestra forma de vivir.
Valle de Passu.
Al día siguiente nos desplazamos por la carretera del Karakorun, la antigua ruta de la seda, hacia la frontera con China, varias horas para ver la frontera cerrada por el Covid, y aunque la ruta transcurre por un parque nacional, no vimos ningún animal, aunque son abundantes los leopardos de montaña y las cabras ibex. Esto es, varias horas de ida y vuelta, todo el día, para no ver nada.
El día siguiente nos desplazamos por carretera hacia Gilgit, para llegar finalmente al valle del Phander. Nada que mencionar en un día de interminable carretera en mal estado, baches y abismos en los laterales, carreteras y caminos sin quitamiedos. Nada que ver ni visitar en este día.
Al día siguiente partimos hacia Chitral, en los Valles de Kalash. Pasamos a una altura de 3.700 metros por el paso de Shandur, donde está situado el campo de polo mas elevado del mundo. Cada año se celebra un campeonato de polo, donde gentes de todos los lugares del Norte de Pakistán acuden y acampan para ver este espectáculo.
Después de desplazarnos por el peor camino de todo el viaje, camino de tierra y piedras, con un abismo horroroso a la derecha, camino estrecho y terrorífico si nos encontrábamos con otro vehículo de frente, llegamos a dormir por la noche a Chitral.
Chitral es un pueblo en el valle de Bamburet, y lugar en el que habita la etnia Kalash. Esta etnia es muy peculiar y claramente diferente del resto de pueblos de Pakistán.
Los Kalash no son musulmanes y tienen una religión politeista, y la naturaleza juega un papel importante, con influencias védicas del antiguo induismo. Esta religión es muy similar a las religiones que practicaban los pueblos cercanos, como los nuristanís afganos, antes de su conversión al islam. Un porcentaje importante del pueblo kalash se ha convertido también al islam, quedando apenas unos 2.500 con las antiguas costumbres y religión.
Mujer de la étnia Kalash.
Las mujeres Kalash van vestidas con trajes negros con gran cantidad de adornos de colores chillones, no van con velo y siempre se ponen un tocado en la cabeza de diferentes colores. La gran mayoría de los Kalash son de piel blanca y muchos tienen los ojos de color claro. Los hombres no llevan ningún traje especial.
Los Kalash tienen el único permiso en todo Pakistán para la elaboración de bebidas alcohólicas. Elaboran un vino muy especial, aunque no se puede decir que sea exquisito.
Según ellos mismos, la etnia es descendiente del ejército de Alejandro El Grande, que si que atravesó estas montañas. Aunque estudios recientes ubican esta raza dentro de los pueblos arios originarios de Asia Central, y su lengua tiene un claro origen indoeuropeo. En todo caso, el gobierno griego ha creado dentro de Chitral un museo Kalash y otros edificios para resaltar el origen heleno de la etnia.
Despues de pasar dos días en el valle Bamburet, visitando las dos aldeas kalash que existen, partimos hacia Peshawar. Esta ciudad es la mas antigua de Pakistán y está habitada predominantemente por la etnia pastún. Etnia musulmana sunita, muy tradicional, y en el que las pocas mujeres que se ven por la calle llevan el burka, o lo que es lo mismo, una espesa cortina como traje con un enrejado a la altura de los ojos para poder ver. Las imágenes de las calles eran las mismas que se veían en la televisión sobre Afganistan en zona talibán. Afganistan está muy cerca, y hasta el fin de la guerra, esta ciudad se decía que era un nido de espías internacionales. Nosotros paseamos por las calles, y como en otros sitios, la gente es muy amable, simpática y sin problemas para hacer fotos de la gente. Existen numerosos edificios de antiguas viviendas y palacetes que en su mayoría están desmoronados y mal conservados, pero que te da una idea de lo que pudiera haber sido antaño esta floreciente ciudad.
Mujeres pastunes en Pesawar.
Existe en la parte antigua de la ciudad, una plaza peatonal con varios restaurantes con numerosas terrazas, y en el que el plato principal es el cordero, el mejor cordero del mundo, según algunos, pero que en realidad son ovejas viejas, según se puede ver, ya que el asado se hace en directo. No nos pareció muy malo el cordero, pero nos valió un problema digestivo bastante agudo. En la misma plaza, que está abierta casi toda la noche, existen varias tiendas que venden lapislázuli afgano. Piezas enormes, preciosas, maravillosas y de distintas calidades, enormes, que se vendían por kilos. Las de mayor calidad tenían un precio de 60 dólares el kilo, estuvimos tentados por comprar. Ya en España vimos que el precio aquí por la misma pieza es de 400 euros. En fin, nunca he tenido espíritu comercial.
Tomando el te con pastunes.
La noche anterior antes de partir hacia Lahore, de madrugada, sentimos un temblor de tierra muy intenso, aunque entre sueños no le das la importancia que tiene, a la mañana siguiente en la ciudad no hubo ninguna consecuencia, pero a pocos kilómetros, en Afganistán, si hubo mucha destrucción y victimas mortales. En días anteriores si habíamos notado varios ligeros temblores, aunque allí no le dan importancia, supongo que por la costumbre.
Edificios de Pesawar.
De camino a Lahore, via Islamabad, tuvimos dos visitas programadas muy interesantes. La primera visita fue al complejo de templos hindúes de Katas bastante deteriorados pero muy interesantes, los cuidadores nos indicaron que de vez en cuando vienen peregrinos de India para honrar dichas ruinas. Los hindúes de Pakistán son muy pocos y se ubican sobre todo en el sur del país.
La siguiente visita fue a las minas de sal de Khewra, minas de la que se comercializa como sal rosa del Himalaya. Según la leyenda, estas minas fueron descubiertas por el ejercito de Alejandro Magno, al observar como sus caballos lamían la tierra insistentemente por esta zona. La mina se puede visitar en un trenecito y es realmente precioso y colorista.
Minas de sal rosa.
Esta sal rosa se formó hace varios millones de años, y tiene una composición mineral muy adecuada para la salud. Paradojas absurdas de la vida, tiene varios millones de años pero, en las etiquetas de varias cajas que compramos, indica una fecha de caducidad de ¡¡¡ cinco años !!!
Nuestra última escala del viaje fué Lahore, ciudad cosmopolita, con un gran nivel de vida, cultura, y la segunda ciudad mas poblada del país y capital del Punjab. Después de estar por todas las montañas del norte, en el que las temperaturas eran razonables, gratas, llevaderas, en Lahore eran bastante extremas, llegando a los 44 grados.
Catedral católica de Lahore.
Lahore fue capital del pueblo sij, aunque en la actualidad no se encuentran seguidores de esta religión, la partición de la India en dos países, India y Pakistán, obligó a emigrar a todo el pueblo sij hacia la frontera, a India.
Interior del templo sij de Lahore.
Visitamos diversas localizaciones de mucho interés, primeramente el fuerte rojo de Lahore, construido por los mogoles, conquistado posteriormente por los sijs, y finalmente dominado por los colonizadores ingleses. Muy cerca visitamos la mezquita Badshani, una de las mas grandes del mundo, preciosa, aunque de difícil visita por el calor extremo con el suelo rojizo que quema los pies. Muy cerca también visitamos un templo sij, con cúpula dorada, precioso, espectacular. Este templo no es visitable, pero gracias a la labor de nuestro guía Amín, lo pudimos ver en solitario.
Gran mezquita de Lahore.
El último día por la tarde nos desplazamos a la frontera con India, para ver la famosa ceremonia de la bandera.
Llegamos con una hora de antelación, previo pase por varios controles de pasaportes, visados y protocolos. Al llegar nos encontramos con unas 10 o 12 gradas en circulo sobre la frontera propiamente dicha, y, tras las rejas de la frontera, las 30 o 40 gradas de la parte india. Al llegar nos recibió una música atronadora, tan fuerte que no dejaba oír la, también atronadora, música de la parte india.
Adornos tradicionales en camiones y autobuses.
La ceremonia es muy vistosa, los soldados eran todos de una altura superior a dos metros, gigantescos, incluidas dos mujeres, galardonados con uniformes negros con bordados rojos, y unos tocados acabados en cresta para hacerlos mas altos si aun cabe. A lo lejos se veía a los soldados indios con los mismos tocados, pero todo el uniforme de color marrón y naranja.
Ceremonia de la bandera en la frontera.
La gente enarbolaba banderas pakistanies y se la veía muy motivada y patriótica. Del lado contrario, los indios tenían mucho más movimiento, se veía que la masa bailaba y chillaba, también con banderas, pero todo mas colorista. La ceremonia era una serie de desfiles en el que el reto principal era ver quien levantaba más el pie hacia la cabeza, retando a los del lado contrario. Se observa que los del lado indio hacen los mismos movimientos, y se nota que está todo programado y pactado entre ambos lados de la frontera para fomentar el nacionalismo, pero con ese espíritu cordial que se puede ver. El espectáculo es curioso, y no solo por los soldados que participan, sino también por el público tan enfervorizado.
Del mismo autor: Viaje a Sudán