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El calor no nos deja en estos mediados de junio. Abrasa y agosta, volviendo mortecinos ciudades y pueblos.

Pero no es el caso de Sigüenza, donde una conjunción de novedades se suma a las actividades habituales. Por un lado, inaugura una magna exposición, la segunda edición de Atémpora, Segontia, entre el poder y la gloria, en conmemoración del IX centenario de su reconquista en 1124.

Se han reunido para tal ocasión obras de la propia Sigüenza y de la diócesis, y en un veintidós de julio cálido, inauguran las autoridades, luz y sonido incluidos.

Por otro lado y, como contrapunto, una galería de arte, casi vis a vis con la catedral, el día antes también inauguraba su ampliación con una exposición de arte actual.

Aunque parezcan noticias de distinto rango, son, en realidad, pasos y zancadas para convertir la ciudad en un referente cultural de calidad, que es lo que importa, pues ni es Atémpora una exposición más, ni es la galería una galería más.

La primera impone con la magnitud de su arco temporal, desde la prehistoria al siglo XVIII, y con sus volúmenes: la noria de la sal, los grandes Cristos románicos y góticos dos de ellos traídos de Atienza y Madrigal, las imágenes marianas Sedes Sapientiae (Tronos de la Divina Sabiduría, referida a Jesús niño, que se representa sentado en su regazo), las pinturas coloridas, el arca – primitiva y exquisita a la vez, que reluce como el Arca de la Alianza – de Santa Librada, la antigua patrona también representada como una hermosa doncella bárbaramente clavada a una cruz, los ángeles que alguna vez estuvieron en lo alto y las estatuas que han descendido hasta lo bajo, el curioso catafalco de la Muerte Doctora, la memoria universitaria, el retablo, reconstruido para la exposición, de San Juan Bautista y Santa Catalina, las telas ricas, la plata y el bronce, la madera y la piedra…

La catedral es como un galeón que lleva tesoros, y presta la fresca penumbra de sus naves, la luz pura y cambiante del claustro, el sutil destello de sus retablos dorados, el reposo de su Doncel, o la artística complejidad de esas maravillas que son el retablo de la santa y el cenotafio de Don Fadrique de Portugal.

Organizada por la fundación Impulsa, Junta de Castilla- la Mancha, en colaboración con el cabildo catedralicio y la diócesis, y comisariada por Víctor López Menchero, pone a Sigüenza en el mapa de los imprescindibles para el turismo cultural que quiera moverse por nuestro país este verano o en el otoño, por aquello de las setas.

Pero hay más: si esto es una recapitulación sobre la historia, la ciudad ofrece, desde el día 19 de este mes, otra recapitulación, ésta sobre la modernidad.

Enfrente de la fortaleza sacra, la galería de Sonia y Julio es un álbum a pequeña escala que repasa los grandes nombres de nuestro tiempo, Miró, Saura, Tapiés, Feito, Viola, Antonio López, ecos nostálgicos de la movida en el surrealismo urbanita de Dis Berlín, Campano… pero también gente nueva en la plaza, con la sensibilidad a flor de piel, como Bejarano, Mena, Ortiz, tres mujeres con distintas miradas, o José Luis Romero, cuya exposición individual inaugura la ampliación.

Adepto al menos es más, sus pinturas resultan fascinantes por su controlada simplicidad y su poesía visual cercana a la obra de Carmen Laffón, pero ya digerida y transformada en un mundo de calma y elegante melancolía, que el artista plasma con un discreto pero inteligente uso de los recursos pictóricos.

Sus paisajes y horizontes evocan la suave luz de Andalucía la baja, los tonos del agua, dulce y salada, las marismas de Doñana, el resplandor de las salinas y el de los charcos aprisionados entre las arenas de la bajamar, el color rojizo de la almaja, esa planta de cenizas maravillosas que permitían hacer la colada y fabricar jabones cuando eran lujo desconocido en algunas partes de Europa, el verdor de las riberas fluviales o las viejas piedras de Itálica.

Ojos de un sevillano que, de pronto, se enamora del paisaje ondulado del Cerrillar, tan similar a la Toscana, interioriza las rocas locales con nombre propio, o el viejo molino y arsenal… en definitiva, otro que empieza a echar raíces en el alma oculta de Sigüenza.

¿Qué tiene Sigüenza, con sus piedras rojizas, las sombras del atardecer alargadas entre pinares, el verdor de su alameda, las rocas moldeadas por un artista loco, el caserío que asciende la colina?

Sigüenza episcopal, palacios y caserones que podrían albergar nuevos sueños e ideas, un graznar de cigüeñas posadas en los merlones, el silencio deslumbrante de la nieve caída, la agitación del verano, música y los aplausos, bandas de verbena y vermú, pólvora, santos de paseo, romerías que rompen años de silencio…

¿Qué tiene Sigüenza para enamorar el alma de un pintor y fundir su mirada entre dos paisajes tan distantes?

 

Letizia Arbeteta Mira

 

 

 

 

 

Letizia Arbeteta Mira

 

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