Medio siglo de Fiestas de Sigüenza con La Rampa y que nos quiten lo bailao: cincuenta años de amistad y buenos recuerdos. La historia empezó un verano de 1973, antes de llegar la democracia, en un local de la carretera de Alcuneza.
Éramos casi unos críos, dispuestos a compartir una nueva experiencia. Parece que fue ayer, y llevamos medio siglo a la espalda. Algunos ya somos abuelos, otros se nos fueron – desgraciadamente – en el transcurso del camino. A lo largo de estas cinco décadas, también ha habido bajas voluntarias e incorporaciones de nuevos socios.
Si alguien me pregunta en estos momentos por qué ha merecido la pena ser durante tantos años miembro de la peña La Rampa, le respondería con estos argumentos:
Porque paseando cada verano por la “rampa” de la vida, enfundado en la misma camiseta de fiestas, es más fácil compartir la amistad y el compañerismo que la distancia deja en suspenso durante los meses de invierno.
Porque los amaneceres de las Fiestas de San Roque y la Virgen de la Mayor, esperando jodidos de frío la hora del encierro – ahora ya casi descartados –, dejan huella y se instalan en la memoria para siempre.
Porque gracias a La Rampa he sido feliz, he bailado, me he reído, he disfrutado de divertidas sobremesas y también he compartido soporíferas tardes de toros, donde lo mejor del cartel eran los pasodobles de la charanga Irulitxa (grandes músicos, además de amigos) y el bocadillo.
Porque de la mano de esta gran peña de amigos he comprendido la importancia que tiene el preservar las tradiciones: participar en la ofrenda floral la Virgen de la mayor y cargar con uno de los cinco misterios en la procesión de Los Faroles.
Porque estos cincuenta años de La Rampa son testigos de acontecimientos que han quedado grabados en la retina. Algunos felices y otros no tanto.
Entre los primeros destacaría las primeras camisas blancas de mis hijos, con el escudo de Crispín grabado en la solapa, el recordado pregón desde el balcón del Ayuntamiento o los surrealistas encierros de la calle de El Tinte, organizados por la Peña El Chingui. Entre los segundos, la sonrisa de mi madre desde la barbacana de la Alameda, junto a la ermita del Humilladero, al pasar la procesión de Los Faroles, a modo de despedida.
Y, la última razón, porque sin La Rampa las fiestas de Sigüenza no habrían sido nunca lo mismo.
¡VIVA LA RAMPA!
¡VIVA SIGÜENZA!