Ediciones B ha reeditado “El camino más corto”, el primer libro escrito por el maestro de periodistas Manu Leguineche, publicado en 1978, doce años después de haber dado la vuelta al mundo, junto a tres periodistas estadounidenses y un fotoperiodista suizo. Entonces, Manu tenía 23 años, era un periodista en ciernes, un reportero en bruto, que se fue puliendo con la experiencia y con el compromiso de contar historias, a veces terribles, que le pasan a la gente.
En aquel invierno de 1965 empezó todo, durante una noche de porrones y tortilla de patata con amigos por la Cava Baja, en el centro de Madrid. El joven periodista de Arruaza (Vicaya) coincidió en uno de los mesones con cuatro jóvenes extranjeros dispuestos a dar la vuelta al mundo en un vehículo todoterreno y se apuntó a la expedición. El 19 de abril de ese año, Manu cogió la mochila y se unió a sus compañeros de aventura, con los que cruzó el Estrecho y se adentró en el continente africano, con muchos de sus países en guerra, dejándose llevar por un instinto natural encomiable de querer vivir otras experiencias y descubrir otras culturas.
Cuando Manu les expresó a los tres americanos y al suizo el deseo de participar en el proyecto —TransWorld Record Expedition—, surgieron interrogantes y dudas entre ellos. El jefe de la expedición, Harold Steven, no lo veía claro, como el propio Manu reconoce al principio del libro. “¿Cómo pretendes dar la vuelta al mundo en una expedición como ésta, si no sabes conducir?, me preguntaron, con buen acierto, los organizadores de aquel viaje al fin del mundo. Tengo otras condiciones, respondí. No sé conducir ni nada de mecánica, pero sé cantar, jugar al mus, tengo muy buen humor, se algo de geografía y he leído a Conrad, Stevenson y Verne”.
El joven candidato aportaba además, como lo hizo durante toda su vida, una gran humanidad y una enorme capacidad para tomarse las cosas con tranquilidad y sentido del humor. Incluso en los momentos más complicados, aparecía el Manu noble y bondadoso, dispuesto a echar una mano al compañero. Este primer viaje de Manu alrededor del mundo fue el inicio de una vocación irrenunciable por el reporterismo y por la crónica narrada desde las trincheras de numerosos conflictos.
Como señalaba el periodista y paisano, Raúl Conde, en una reseña sobre la presentación de la nueva edición de “El camino más corto” publicada en “El Mundo”, Manu Leguineche ha sido pionero en muchas cosas, pero, sobre todo, el gran valedor de un periodismo en peligro de extinción: “un periodismo lento, trufado de curiosidad, buen humor y humildad, alejado de los comunicados de prensa”.
Enric González, otro periodista de la tribu, que conoció bien a Manu Leguineche, hacía una recomendación bastante acertada y sensata al referirse al libro. “Debería de ser de lectura obligatoria para todos los estudiantes de Periodismo”, afirmaba. Otros compañeros, como Mariano López, director de la revista “Viajar”, lo recomiendan como “un clásico de la literatura de viajes”. El libro – 60.000 kilómetros recorridos en dos años – transmite, como no podía ser de otra manera, la curiosidad innata, la humanidad y el excepcional sentido del humor de Manu. Estando en Australia, Manu Leguineche recibió la propuesta de irse de enviado especial a la guerra de Vietnam, en la que se consagró definitivamente como uno de los reporteros de guerra más admirados y queridos de la segunda mitad del siglo XX.
Hace unos días, mientras colocaba papeles y ordenaba libros en la biblioteca de casa, me detuve en uno muy especial: “Guadalajara tiene quien le escriba. Homenaje a Manu Leguineche”. Se trata de una obra cuidadosamente editada por la Diputación Provincial de Guadalajara a finales de 2008, en la que colaboramos casi un centenar de periodistas, escritores, amigos y allegados del viejo reportero, mientras él disfrutaba del paisaje y de los amigos de Brihuega y de la conversación con otros muchos que le visitaban con frecuencia —Pedro Aguilar, Jesús Campoamor o Javier Reverte, entre otros— en su casa solariega. Se le veía feliz en el Jardín de la Alcarria, junto al Río Tajuña, ensimismado con los recuerdos y con los colores ocres de los campos de Cañizar y Torija, que tanto le inspiraron a la hora de escribir, a modo de diario, el libro “La felicidad de la tierra”.
“Me invitan a participar en tertulias de radio. Lo agradezco mucho, pero estoy muy bien así”, me comentó en una ocasión. En su tono de voz dejaba entrever cierto desencanto por la pérdida de credibilidad y por la falta de rigor de algunos compañeros de oficio. En algún momento he llegado a pensar que Manu Leguineche se retiró a Brihuega porque no quería ser partícipe de ese tipo de periodismo, donde la información se confunde con el espectáculo. No quería sentirse cómplice del deterioro que ha venido soportando nuestro oficio en los últimos tiempos.
Dos años y medio después de su muerte, la figura de Manu sigue creciendo y levantándose por encima de la mediocridad y de la falta de ética. “Manu era un ser excepcional y un periodista de los que ya no quedan. Su humanidad, su honestidad y su independencia son cada vez más difíciles de encontrar”. Lo escribí en 2008, en ese libro homenaje patrocinado por la Diputación, y lo mantengo.
“El viaje más corto”, reeditado a finales de mayo pasado, fue la primera demostración de su talento y de su manera de entender el periodismo. Como me confesó en una ocasión: “No se puede ser objetivo, pero sí jugar limpio”.
Me quedo con esto.