“Mussert, un profesor neerlandés de lenguas muertas, se acuesta en su tranquilo apartamento de Amsterdam y amanece, al día siguiente, en la habitación de un hotel de Lisboa. Al despertarse, su primera sensación no es de sorpresa, sino que siente un extraño escalofrío por la posibilidad de ser otro y por la hilarante probabilidad de estar muerto…”.
Me bastó con leer estas pocas líneas escritas en la contracubierta del libro de Cees Nooteboom, titulado La historia siguiente, para adquirirlo de inmediato. Fue mi primer contacto con un autor del que nada sabía hasta entonces, y, huelga decirlo, fue el primer deslumbramiento de una feliz serie de ellos, tras cada una de las ansiadas citas con sus obras. De eso hace ya unos veinte años; tiempo más que suficiente como para haber arrumbado de mi sancta sanctorum literario a un nutrido conjunto de autores, que no han sobrevivido a mis expectativas intelectuales, ni a mis actuales inclinaciones estéticas. Sin embargo, Cees Nooteboom sigue estando ahí, propiciando un hondo, sereno e inteligente diálogo; y aunque, en contadas ocasiones, en especial cuando trata sobre ciertos aspectos de la actual realidad española, no siempre coincidamos, esa discrepancia es tan rica en matices, que es un don para el conocimiento. Pero, lo cierto es que Cees Nooteboom nunca me ha decepcionado, por el contrario, jamás ha dejado de cautivarme, de cultivarme. Un sabio cosmopolita, un convencido europeísta, un renombrado literato, un incansable y vocacional viajero, que ha recorrido cuantos valiosos rincones encierra la geografía española, un refinado esteta, un perspicaz intelectual proclive a las corrientes existencialistas, un lúcido amante de España... Según Nooteboom, somos una nación enormemente compleja y peculiar, pero realmente extraordinaria, siempre y cuando, uno se tome la molestia de averiguarlo. Sin embargo, el analfabetismo funcional (nuestro mal endémico), la desidia, cuando no la molicie, un manifiesto complejo de inferioridad –por lo demás, infundado–, y, por qué no decirlo, cierta propensión al cainismo que acabamos pagando muy caro, lastran toda confianza en nosotros mismos, lo que resulta imprescindible para la convivencia, la cultura y el desarrollo económico de cualquier sociedad.
Luego vinieron otros tantos de sus títulos: El desvío a Santiago, El día de todas las almas, El enigma de la luz, etc. Pero, quizá a estas alturas, convendría ilustrar al lector sobre la naturaleza y los logros de este autor neerlandés nacido en La Haya en 1933, que profesa el catolicismo (aporto un dato que, hoy, la mayoría de españoles creen superfluo, pero que en ciertos avanzados países de mayoría protestante, tanto europeos como norteamericanos, no deja de ser significativo, incluso determinante en ocasiones). Nuestro autor tuvo una educación infantil itinerante, lo que tal vez fue la causa de su impenitente avidez por los viajes.Su obra literaria no se centra exclusivamente en la novela, sino que abarca otros géneros como el periodismo, la lírica, los libros de viajes y ciertos ensayos sobre el mundo del arte, particularmente el iconográfico. No creo exagerar si afirmo que Nootebbom compone, junto con Claudio Magris, Umberto Eco, Georges Steiner, y una reducida nómina de personalidades más, lo que podríamos denominar “el último club europeo de los grandes intelectuales humanistas” (esa especie en vías de extinción, junto a las ballenas, el lince y la cabra hispánica, entre otros).
Sin embargo, entiendo que cuanto hasta ahora llevo dicho no justifica esta personal hagiografía sobre Nooteboom en este periódico, si no fuera porque, en una de sus mejores obras, El desvío a Santiago, publicado en 1992 (en España en 1993 por la editorial Siruela), una compilación de artículos de ilustrado, meticuloso y artístico itinerario por el Camino de Santiago, nos dejó un memorable testimonio, que compuso allá por principios de los años 80, de su paso por esta ciudad,y hasta de San Baudelio –cuando apenas era conocido por unos pocos–. Creo que son páginas que los seguntinos deben conocer para su provecho y satisfacción; entre otras cosas, porque Cees Nooteboom no suele figurar en las listas de esos ilustres viajeros que han dejado constancia de su paso por nuestra ilustre villa. Cuantos libros especializados en el tema he consultado, no recogen su nombre, así como el de otras destacadas personalidades del reciente mundo cultural que se aventuraron hasta aquí. El capítulo dedicado a Sigüenza (y otras localidades de la cercana geografía) está datado en 1982; pero lo mejor será cederle la palabra al propio autor:
“Todo el mundo se lamenta de que ya no puede hallar tranquilidad ni silencio en estos tiempos. Pues bien, allí hay suficiente de ambos, toneladas de vacío, años de tranquilidad, hectolitros de silencio, y un pasado conservado de tal forma que parece como si una comisión internacional hubiese pagado una subvención a los habitantes para que dejaran todo como estaba hace mil años. […] A vista de pájaro el castillo de Sigüenza parece muy humano: un frío paralelogramo en una sinuosidad casual de la naturaleza...”
Tras pasar la noche en el parador, entre almenas y armaduras, Nooteboom se dirige a la catedral: “Tranquilidad y espacio, columnas como árboles de piedra gigantescos…” Sigue a su guía junto a un grupo de españoles: “Ante la famosa imagen del Doncel se callan, igual que yo”. Sigue una breve relación biográfica de Martín Vázquez de Arce. Tras ello, una “metafísica” meditación:
“…y sigue leyendo impasiblemente más allá de su propia muerte en un libro de piedra, tranquilo y perdido para el mundo. Su imagen es realista y misteriosa. […] Caballería medieval, intimidad de familia, todo el mundo habla bajito, se tiene la sensación de que se molesta”.
El itinerario catedralicio continúa: “Todos estos estilos se mantiene unidos en la sagrada calma del edificio, una de las iglesias más bonitas que conozco”. Tras este delicioso y perspicaz piropo artístico no es preciso añadir nada más. Invito a los curiosos “ilustrados” ya los seguntinos de pro a acercarse a El desvío a Santiago, y, por supuesto, a otras obras de Nooteboom; sin duda serán feliz y ampliamente recompensados por su apuesta. Y aunque me temo que, en los tiempos que corren, no esté de moda –incluso que resulte reaccionaria– la buena educación, nunca dejaré de agradecer a Cees Nooteboom que su paso por Sigüenza no se perdiera en el olvido y que su amor por España se tradujera en un libro lúcido, crítico, inolvidable: toda una “difícil” declaración de amor. Lo paradójico y triste del caso es que hayan de ser ciertos extranjeros los que, aun hoy, nos devuelvan algo de esperanza, un razonable orgullo que, hoy, tantos ¿españoles? tratan de ignorar o escarnecer. Leed, leed malditos. Estáis en una ciudad cuyo único futuro previsible, a largo plazo, por lo que parece, es la cultura, la historia y el arte; si desestimamos ese filón, Sigüenza sólo será uno más de los parques temáticos de un turismo de pacotilla, una anecdótica escenografía provinciana para turistas de medio pelo.