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No, no preciso que se conmemore ningún centenario para hablar de él; ni siquiera ruego que en nuestra Biblioteca Municipal figuren, al menos, sus más relevantes obras; no, no solicito una calle seguntina con su nombre, porque ya la tiene, solo que “a medias”; me limitaré a sugerir (a rogar si es preciso), en mi actual calidad de “hibernado veraneante” (valga el oxímoron) perdidamente enamorado de esta ciudad, que, en los centros de enseñanza seguntinos, los maestros y profesores de humanidades “resuciten” (hoy se diría “reciclen”), con cierta perseverancia, alguna gracia añadida y aprovechando un coyuntural interés relacionado con la actualidad, a todos esos deliciosos e ilustrados fantasmas que han hecho que Sigüenza sea lo que es (y no puede ni debe dejar de ser) y siga contando y encantando en el panorama intelectual. Pero hablemos de don Manuel Serrano y Sanz, ya que su fama, entre las gentes de la alta cultura a principios del siglo pasado, fue tal que se le llegó a denominar “El pequeño Menéndez y Pelayo” de España; lo que no es decir poco si de piropos culturales se trata.

Cualquier seguntino, al pasar por la calle Medina, ha visto muchas veces esa placa callejera que reza así:
“EN ESTA CASA VIVIÓ EL GRAN POLÍGRAFO ALCARREÑO DON MANUEL SERRANO Y SANZ HISTORIADOR EMINENTE, EJEMPLO DE BONDAD, MODESTIA Y SABIDURÍA 1866-1932 HOMENAJE DE SIGÜENZA A SU MEMORIA – 1935”.

Pues bien, cada uno de esos elogios es (tras haberlo constatado bibliográficamente con creces) cierto y merecido (por no decir que en ciertas cuestiones se quedan cortos). A Don Manuel (natural de Ruguilla –Guadalajara–, aunque seguntino de pro, por haber pasado en esta villa su adolescencia y primera juventud al estudiar en su seminario y, más tarde, veranear e investigar en ella hasta el fin de sus días), lo traigo a colación porque, además de seruno de esos acontecimientos biográficos que cualquier país occidental progresista y culto envidiaría, por su ingente labor intelectual y erudita, su impresionante talento y modestia (cosa poco frecuente de casar en España), sobre todo, porque por su educación exquisita (ya irrepetible, pese a no ser un destacado miembro de la burguesía): pudo, supo y quiso, tras transitar por incontables archivos y bibliotecas, cotejar mil fuentes eruditas, escudriñar en las bibliotecas monásticas, y en cientos de archivos municipales, rebuscar en mil bibliografías, desempolvar en innumerables códices y manuscritos los fidedignos  testimonios documentales, y mostrarnos, sin piadosas mentiras, la verdadera historia cultural de nuestro país. Serrano y Sanz cumple –y aun supera– los requisitos para merecer el título de polígrafo (basta repasar su tan abrumadora como heterogénea bibliografía), eso sin hablar de sus dotes políglotas: hablaba francés, portugués, italiano, alemán, inglés, y, por supuesto, leía griego clásico y latín, además de sánscrito, y hasta poseía cierto dominio del ruso. Mas si en algo destacó, por encima de todo, fue por ser, si no el primero, el más lúcido, rigurosos y documentado de todos los americanistas nacionales e internacionales de entonces (sin omitir las luces y las sombras de tal empresa: su rigor científico era insobornable, pese a hacer gala, en todo momento, de una orgullosa españolidad; sin duda porque nadie como él conocía hasta la médula el ignorado, auténtico y sustancioso acervo hispánico de ultramar). Acometió, además, la quijotesca empresa de refutar gran parte de los infundios  e soeces insensateces, de las que, por lo demás, todavía se valen los indocumentados detractores de nuestro país para perpetuar la interesada “leyenda negra” de origen protestante. (Muchos de ellos, por cierto, españoles: como decía no hace mucho en El Escorial el célebre historiador e hispanista británico Henry Kamen: “Los únicos en todo el mundo que se creen la ‘leyenda negra’ a pies juntillas son ustedes, los universitarios españoles. Me abochorna”. Don Manuel fue un superdotado de las humanidades hispánicas. Tanto es así que, por lo que a Sigüenza respecta, el primer estudio  documentado y fiable de nuestro emblemático “Doncel” es de su autoría. Su amplio e inquieto saber, por fortuna para nosotros, no omitió siquiera –pese a ser un supuestamente conservador, patriótico y católicohijo de su tiempo; Menéndez y Pelayo también lo era–, el extraordinario y mal estudiado patrimonio, por aquel entonces, panorama de la literatura femenina española. (Omisión que no solo cabe limitar al ámbito hispánico.) Pues el caso es que don Manuel, si este fuera un país medianamente decente y culto, debería haberse convertido en todo un icono del feminismo, al editar –en tan temprana fecha, para su causa, como el año de 1903–, el pionero estudio crítico, en dos tomos, titulado Apuntes para una Biblioteca de Escritoras Españolas desde el año 1401 hasta el 1833.Obra premiada en concurso público de la Biblioteca Nacional en 1898. Da fe de su importancia el constatar que, aun hoy, esa erudita y valiosa obra, es un estudio de referencia, insustituible  para cuantos pretenden adentrarse en el universo de las letras femeninas de nuestra nación (aunque, felizmente, también incluye a las autoras portuguesas e hispanoamericanas). Hasta los más recientes investigadores que se han dedicado al tema, no han tenido más remedio que beber en esa señera fuente que instauro don Manuel. La obra, concebida en forma de diccionario, es un estudio crítico-literario coronado por una exhaustiva bibliografía de cada una de las 1287 escritoras que compiló, todo ello en una época carente de los extraordinarios avances tecnológicos de que hoy nos valemos. ¡Sencillamente prodigioso! Así que cuando vuelvan a pasar frente a esa placa, siéntanse orgullosos de ser seguntinos y hagan lo posible para no olvidarlo.

Ediciones de La Plazuela - El Afilador

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