El pasado 24 de junio tuvo lugar en El Pósito un espectáculo musical propiciado por el coro Voces de Sigüenza. Un coro que, tras sorprendernos gratamente en Semana Santa con la interpretación de un breve fragmento del Réquiem de Verdi, durante la solemne ceremonia de El Descendimiento en la Catedral seguntina, se puso de inmediato manos a la obra para presentar una obra con música de Pablo Sorozábal y libreto de Pío Baroja, que lleva por título “Adiós a la bohemia”.
El reto era notable, sin duda todo un desafío, pues por vez primera formarían parte del coro de una obra teatral. Se trata de una “ópera chica”, como la denominó el compositor. La acción transcurre por entero en un bar de Madrid en tiempos de la posguerra española. En el local se dan cita todo tipo de clientes, algunos de ellos de dudosa reputación, que dan una nota de color para enmarcar el drama de los protagonistas: un pobre pintor malogrado y la mujer con quien vivió durante un tiempo, y que fue su musa y amante hasta que el fracaso del joven les separó. El público asiste a la última cita de la pareja que, tras algunos reproches iniciales, reviven el amor que sentían el uno por el otro, hasta darse el definitivo adiós que les separará para siempre. Musicalmente, la obra de Sorozábal abordó el estilo del verismo italiano que imperaba por entonces, siendo el único compositor español capaz de adentrarse en el mundo descarnado que la corriente desarrolla, y alejándose de la forma habitual de abordar la música lírica española. La obra se inicia con un prólogo al que presta su voz un escritor, a quien han encargado una obra realista; con su imponente voz de barítono, Sadot Lugones relata al público la obra que ha empezado a escribir. Su intervención, al principio y al final de la obra, entraña una especial dificultad, dado que no se sustenta en ningún tipo de melodía. Su canto es directo y sin adornos; una dura prueba para cualquier cantante; la abordó, sin embargo, con tan sobrada solvencia que dejó impresionado al auditorio. Tras el prólogo, un grupo de “intelectuales” discute acaloradamente sobre pintores de fama mundial. Es el momento en que el grupo Voces de Sigüenza interpreta una fuga que, pese a su brevedad, resulta de enorme viveza. Concluida la bronca, un parroquiano comenta con los presentes una espantosa noticia de la prensa. Tarea encomendada a Antonio López, componente del coro, y resuelta con gracia y expresividad. Seguidamente, aparece en escena la protagonista, Trini, interpretada por Mabel González, que, con su encomiable hacer y sólida profesionalidad, nos ofrece una visión tan verosímil como conmovedora del doliente personaje. Saluda a su antiguo amante, Ramón, interpretado por Darío Gallego, un joven barítono de notable solvencia a quien ya tuvimos ocasión de escuchar en El Pósito, y que sigue encandilándonos con su noble canto y su bella voz. Poco antes del final, Sorozábal nos regala un momento de lirismo inolvidable: un grupo de prostitutas derrengadas, casi sonámbulas de tristeza, entonan un canto desgarrador repleto de una delicada congoja y sufrimiento. En ciertos pasajes se dejó oír el elegíaco violín de Eduardo Carpintero, que logró enfatizar los momentos cruciales de la representación. Preciso es destacar la actuación de algunos miembros de la formación: Juan Lizasoain con su obsesivo y lujurioso monólogo; Lola Cruz, en su papel de alcahueta; la chismosa interpretada por Ángela Tamayo; el camarero a cargo de Alberto de Mingo; así como la voz disonante del grupo de “intelectuales”, Belén López.
Es de admirar la maestría de Mabel González que, además de desempeñar su papel espléndidamente, ideó la puesta en escena y cuidó de las evoluciones de los personajes, elaborando la atmósfera idónea para recrear tan descarnada historia. Y, cómo no, elogiar el talento del director del coro, Manuel Valencia, un enorme músico que ha sido capaz de llevar a buen puerto, pese a tantas dificultades, esta comprometida aventura teatral. Por lo demás, confiamos en que prosiga la excelente labor que viene realizando con un grupo de aficionados, que se ha esforzado al máximo para ofrecer un meritorio espectáculo con el que complacer a sus conciudadanos.