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Es muy probable que Benito Pérez Galdós se bajara del tren algún día para visitar Sigüenza, y no se limitara a verla desde la estación. Por más que suceda en la estación la famosa anécdota contada en sus “Memorias de un desmemoriado”, tal como la recoge para nosotros Javier Davara (Viajeros ilustres en Sigüenza, El Afilador de Ediciones, 2007). Ejercía Galdós labores de periodista en el séquito del general Serrano, regente de aquella España de la Gloriosa, cuando el militar, camino de Zaragoza, hizo parar el tren para darle un abrazo a nuestro obispo Benavides, viejo compañero en las Cortes, que había bajado a la estación acompañado de medio pueblo a saludar el paso del tren oficial al son del Himno de Riego.

En su obra maestra, “Fortunata y Jacinta” (5, II), Galdós aprovecha la Sigüenza más tópica para dar unas pinceladas anticlericales en la descripción de un personaje. Hablan dos curas “groseramente espatarrados en los sillones principales” de la casa de doña Lupe. Uno de ellos, el capellán don León Pintado, hombre corpulento y de buen comer, no deja de contar una y otra vez su fracaso en las oposiciones a la Lectoral de Sigüenza y “las peloteras” que ocurrieron durante dicha oposición, pues el deán maquinó para que obtuviera la canonjía un sobrino.

Mayor interés local nos ofrece cuando, en la primera serie de sus “Episodios Nacionales”, Galdós sitúa toda la acción de una de las novelas en Sigüenza y otros pueblos de la zona. Trata ese “Episodio” del colosal guerrillero Martín Díaz el Empecinado; convirtiendo al héroe en un titán mitológico, traicionado por un nuevo Judas. Y se narra en él la batalla contra los franceses cerca de lo que ahora es el polígono industrial seguntino de Los Llanillos. Pero las descripciones de Galdós están más determinadas por su imaginación romántica que por la realidad concreta. Se ve que trabajaba sobre un mapa con nombres de lugar, y lo que no conoce lo suple libremente. Así que se inventa todo un pueblo, Rebollar de Sigüenza, con un Ayuntamiento cuyo balcón se abre vertiginoso al barranco del Henares. Yo creo que tiene en mente los riscos de Cutamilla vistos a su paso en el tren. Allá abajo el murmullo y zumbido de un hervidero indicaban el Henares, hinchado, espumoso, insolente riachuelo que se convertía en inmenso río por la lluvia y el rápido deshielo (cap. 23): un escenario soñado para la huida del joven protagonista allí escenificada. Es una pena que no haya ninguna descripción real de aquella Sigüenza de la Guerra de Independencia. Por si acaso, dado que Galdós manejó documentación para sus “Episodios”, anotamos que los guerrilleros abandonan Sigüenza antes que fuera sitiada por las importantes fuerzas francesas que vinieron de Teruel (cap. 12).

La querencia de Galdós por Sigüenza culmina cuando hace seguntino a uno de sus principales personajes, José García Fajardo, con el que inaugura la cuarta serie de los “Episodios”, destinada a novelar la época de Isabel II. Según el profesor Montesinos, este personaje, cuyas memorias sostienen las novelas de la serie, llega a ser un trasunto del propio Galdós y su visión desencantada: ¿Qué son las revoluciones más que pura teoría vitalista? (“Tormentas del 48”, cap. XXII). Pepe Fajardo, como familiarmente se conoce al personaje –hijo de Librada, mujer de nombre tan seguntino–, ha nacido y se ha educado en nuestra ciudad, destacando por su brillantez en el Seminario de San Bartolomé, donde devoró cuantos libros atesoraban aquellas henchidas bibliotecas –información esta dudosa, pues una de las acusaciones que se hacía a la Universidad seguntina era la del estado miserable de su biblioteca–. De allí, y a la vista de su valía, fue llevado a Roma por un pariente para completar sus estudios, dado que había alcanzado el súmmum del conocimiento posible en las cátedras de Sigüenza (cap. I). Pero las tentaciones de Roma terminan con su vocación, y regresa convertido en hombre de mundo… En el comienzo de sus memorias, nos describe por fin Sigüenza: al amanecer (…), bajando de Barbatona, vi a la gran Sigüenza (…). Vi la catedral de almenadas torres, vi San Bartolomé, y el apiñado caserío formando un rimero chato de tejas, en cuya cima se alza el alcázar; vi los negrillos [olmos] que empezaban a desnudarse, y los chopos escuetos con todo el follaje amarillo; vi en torno el paño pardo de las tierras onduladas, como capas puestas al sol (cap. III). Galdós sitúa la principal zona comercial seguntina en la Travesaña Baja, pero puede ser un anacronismo pintoresco, pues la acción se sitúa hacia 1845, y para entonces la calle Guadalajara sería ya la calle comercial por excelencia. Dice Pepe Fajardo: Vivimos en la calle de Travesaña, angosta y feísima, pero muy importante, porque en ella, según dicen aquí ampulosamente, está todo el comercio (cap. VI). Allí, en una botica, hay una animada tertulia: es centro de reunión o mentidero de cuantos en el pueblo discurren con más o menos tino de la cosa pública (cap. VI). La mención de esta botica no asegura que el autor dé cuenta de una localización real; tal como hemos dicho, Galdós no tenía inconveniente en trufar sus recuerdos reales con imaginaciones. Tras esa estampa de época de la Travesaña, desaparece Sigüenza de la novela: la vida provinciana no era suficiente para sus ambiciones y Pepe Fajardo sale pronto camino de Madrid. Es el joven de talento que llega a la capital para hacer dinero; y solo lo conseguirá a través de una boda, que lo convertirá por gracia de la reina en marqués de Beramendi, cuya vida cortesana le pondrá en situación de dar testimonio de los sucesos de aquel tiempo.

¿Tiene algún rasgo seguntino este personaje imaginario? Tal vez el hecho de que Sigüenza se le quedaba pequeña. Igual que el propio Galdós tuvo que viajar de las Canarias a la capital para hacerse escritor, Pepe Fajardo tuvo que emigrar porque Sigüenza no colmaba sus aspiraciones. Y podríamos preguntarnos: ¿cuántos seguntinos destacados han tenido que dejarnos para poder hacer carrera?

José M.ª Martínez Taboada
Fundación Martínez Gómez-Gordo

Ediciones de La Plazuela - El Afilador

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